Lol casi 14: alguien más

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Yo... ¿cómo es que fui capaz de sujetarla de esa manera?

Me excedí.

Merecía un castigo de Dios por tal acto imprudente, pero no podía permitir que Mackenzie estuviese en problemas. Ella no me lo había comentado, pero incluso un ciego como yo podía ver que se estaba esforzando por tener un buen y último año escolar.

Yo sabiendo eso nunca iba a permitir que manchase su expediente, pudiendo hacer algo; por eso la detuve, no como me hubiese gustado, pero evité una catástrofe, aunque aquello no borraba esta sensación terrible que me fatigaba.

Quería correr e ir a donde ella y disculparme.

No la había vuelto a ver.

Suspiré.

Me dirigía a una de las mesas de la biblioteca, cargaba unos cuantos libros que necesitaba para mis otros cursos. La información podría obtenerla de internet, pero me acostumbré al arduo método tradicional. Mi madre siempre decía que la tecnología formaba mentes incapacitadas, me hubiese gustado objetarle, no obstante, me fue imposible hacerlo. La verdad siempre es irrefutable.

Mi pie chocó contra una de las patas de la mesa. Una chica que estaba sentada leyendo, se exaltó.

―Lo... lo siento, yo...

―Oh. El chico raro de literatura ¿no? ―comentó y luego bajó el libro.

Yuliya recordaba era su nombre.

―Eh, sí...

Sus ojos me observaron curiosos.

―¿Por qué tratar a alguien importante así?

Mi ceño se frunció un poco.

―¿Im-importante?

―Eres inteligente. La gente con inteligencia es importante.

―¿I-inteligente yo? ―mascullé.

No me consideraba inteligente para nada. Si lo fuese, entonces yo...

―¿Tomarás asiento? ―ella señaló una silla a su lado.

Junté mis labios y asentí.

¿Por qué siempre que estaba cerca de alguien intentaba no pensar en tropezar y siempre chocaba contra algo?

Casi me caí al suelo junto con la silla, de no ser por Yuliya quien me sostuvo. Su mano apretaba mi brazo, de pronto la miré a los ojos, eran grandes y aceitunados y siempre mantenía una expresión seria, casi impasible.

―¿Quieres ser mi compañero para el trabajo de literatura?

Alcé mis cejas y entreabrí mis labios. ¿Hablaba en serio?

―Este...

―Eres el único a quien le he hablado de esa clase, hubiera hecho sola el trabajo, pero no sé si es correcto lo que escribo o cómo lo escribo. No es mi lengua madre.

Para no serlo, debía recalcar que lo hablaba muy bien. Aunque ese también es mi caso, soy de otro país, pero siempre mantuve una relación estrecha como esta lengua y sus hablantes. Además de que antes de vivir definitivamente aquí, viajaba muy a menudo.

―Po-podríamos cuadrar un día...

No podía olvidar que tenía un compromiso con cierta castaña a la cual le debía una disculpa.

―Bien ―dijo y luego regresó su atención al libro que leía inicialmente. Actuaba como si yo no estuviese presente.

Tragué, me erguí, me encorvé, me removí.

No sabía qué hacer.

Yuliya me agradaba, pero siempre que estudiaba, me gustaba estar solo, no obstante, sería de mala educación que me retirase cuando recién llegaba. Se viese como si me molestase su presencia, que no era el caso, pero me sentía cohibido.

Abrí el primer libro que trataba de sociales.

Debía comenzar por lo más teórico.

*

Ya eran pasadas las seis de la tarde. Recién llegaba a casa, estaba vacía, mis padres aún no regresaban de Suiza. En realidad, daba lo mismo que estuviesen y que no. Aunque me sentía con una extraña ligereza cuando no se encontraban.

Dejé las lleves sobre la mesa y me dirigí a mi santuario. Caminé directo al estante de discos y tomé mi pieza barroca favorita. Era reconfortante, fue el único regalo que me hizo mi padre en mis dieciocho años de vida, cuando cumplí catorce.

Todo lo relacionado al barroco me fascinaba. Si alguien me preguntase que época de la historia me describiese o si yo fuese alguna, respondería sin dudar que el barroco.

Miré el disco en mis manos, era tan precioso.

Exhalé.

Como me encantaría poder compartir esto con alguien, que alguien me escuchase tal y como yo lo hacía con todos, que alguien me buscase porque le importase mi existencia, que alguien me entendiese, principalmente eso.

Me sentía solo.

Tenía ganas de tocar el piano y en casa no había uno. Mi madre no toleraba ese instrumento y yo que lo adoraba tanto, era mi mejor amigo.

Dejé el disco en donde lo había tomado y me adentré a mi habitación, necesitaba tomar una ducha. Una vez con el pijama puesto y una toalla en mi cuello, me detuve en seco...

Dios mío, ¡¿qué estaba haciendo?!

¡Tenía que estar estudiando con Mackenzie!

Corrí al armario y busqué ropa adecuada. Tenía que darme prisa antes de que comenzase a llover y aunque iniciase, nada impediría que tocase la puerta de su casa esta noche.

Ayudar a Mackenzie era mi compromiso.

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¡Sorpresa!

No se imaginan lo mucho que amo escribir desde la cabeza de Tay.  Me encanta que siempre sea tan precavido, pero a veces (hay que aceptarlo) exagera.

¿O sea que Tay se va a la casa de la Mack con un diluvio a la vuelta de la esquina?
O.o
¿Qué les ha parecido?

Nos encontraremos.

Xxx.

Corromper a un nerd (novato). [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora