Matrona

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Ya hacía varios años que lo único que recordaba de ella era su hálito envejecido, su fragancia de ataúd y el peso de su historia sobre un bastón incipiente y fingido. Esa era la imagen que yo conservaba de la matrona de este insulso linaje. Tenía otras imágenes, fabricadas por alguien más, mis tíos, que eran sus nietos, o mi padre. Hallando la razón al desgaste de mi memoria, presioné mis intenciones para escucharla por última vez, por última vez quería saber si sus luchas me daban pistas sobre las mías.

Aunque sólo era la segunda vez en la que estaba ante ella, me sentía como la gota de agua frente a la nube, como si fuera de distinta naturaleza siendo lo mismo, yo como gota de agua estaba en mi viaje hacia el suelo, estaba aterrizando, casi como una partícula de granizo, mientras ella ya se iba, sin reclamos y sin ojos, porque no sólo estaba enceguecida frente a la sugerencia de la muerte desde hacía un buen tiempo, sino que también no veía, ni siquiera sus recuerdos los veía.

Yo la miraba y podía percibir su limbo, su tortuosa calamidad y el frívolo bucle en el que se hallaba. Estaba ensimismada, en la fase terminal de su enfermedad, la que tenía desde hacía noventa y ocho años, nueve meses y tres días, la que contrajo luego de ser el producto vital de dos muertes simultáneas y acordadas [...].

En Sucias ManosWhere stories live. Discover now