Temores

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Deja caer la espada al suelo terroso cuando su cuerpo le pide descanso, jadea exhaustivo, las gotas de sudor que resbalan por su frente hasta su barbilla le incomodan, siente la boca seca, su corazón late veloz gracias al cansancio. Finalmente se rinde, dejándose caer en el suelo, cruzándose de piernas, para luego, acostarse sin temor a ensuciarse.

Se cubre los ojos con el antebrazo evitando el paso de la luz del sol, calmando su respiración y sentidos.

Cuando se halla en silencio, ordena las ideas de su propia cabeza.

Habían pasado tres días desde la celebración del cumpleaños del rey, tres días en los que no se habían dirigido la palabra a no ser, que fueran por cosas de causa mayor -Quizás por órdenes del ministro o algún tipo de permiso-, y eso le molestaba, le causa molestia que Kyle no le hablara como los amigos que eran, sin embargo, él tampoco decía de volver a lo antiguo.

Ambos eran orgullosos, no hablarían hasta que el otro lo hiciera. Stanley no diría nada hasta que Kyle se disculpara por haber aceptado el regalo del Rey Mago, y Kyle no se disculparía por la escena que Stanley causó en privado.

"—¡Por el amor de los cielos! ¡Es un humano! ¡¿Cómo puedes confiar tanto en él?!

¡De la misma forma en que confío en ti!

¡Te ruego que no me compares con ese vestigio de animal!

¡No voy a cambiar de opinión!

¡Bien! ¡Ojalá él se arrodille ante ti y bese los pies a la próxima!"

Ambos habían actuado de manera infantil, pero Stanley no podía evitarlo. Le tenía cierto coraje a aquel joven con más de mil años, abandonó a su pueblo y no era el único, dejó a la deriva a su gente en problemas.

Aun así, sabía que tarde o temprano cedería y se disculparía con el soberano, porque no podía ignorarle, jamás podría. Odiaba la manera en cómo el rey lo manipulaba con la sola mirada, pero odiaba más ceder a los bellos ojos de color que lo cautivan todos los días.

—Carajo...

Se incorpora del suelo, aclarando su vista hacia el campo de entrenamiento, buscando su arma y su equipo de descanso. A lo lejos, observa una cabellera dorada que se acerca con calma y silencio, aún así, logra ser descubierta.

Bárbara pertenecía al contingente de elfos arqueros y ella los comandaba. Congeniaban bien, lo suficiente para ser un excelente equipo en el campo, aunque en la guerra pasada, ella había luchado junto a las doncellas pues también era humana.

Ella ya vivía ahí cuando él llegó. A diferencia de él -Que era completamente humano-, Bárbara tenía sangre élfica gracias a su padre, sin embargo, relucían más sus rasgos femeninos humanos que atraían a gran parte de los guerreros que se habían alistado solamente por ella. Al no tener Bárbara un amigo, conectaron rápido.

—Hey — Saluda el guerrero levantándose

—¿Tú? ¿Entrenando? — Se cruza de brazos —¿No crees que últimamente te estás saltando mucho las juntas del rey?

—Son juntas de ancianos amargados que hacen a todos dormir — Bufa —No es como si me perdiera de mucho.

—Ajá... ¿Y si uno de los decretos sea quitarnos nuestros puestos porque somos unos sucios humanos? — Levanta una ceja

—¿Entonces qué se le va a hacer? Tú ya lo dijiste, somos unos sucios humanos. No deben fiarse de nosotros.

Bárbara deshace su molestia, mirándole con cierto ápice de tristeza a la vez que el guerrero hacía una mueca de berrinche.

El Héroe y El Caballero [Style]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora