Capítulo especial 1: El primer cumpleaños.

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Aquel mediodía se presentaba con una brisa fresca y agradable. Una chica rubia de unos 28 años de edad y llamada Kyoko se encontraba en el jardín de su hogar, bajo la sombra del árbol más frondoso que allí crecía. Había estado esperando aquel día señalado del calendario durante varias semanas y, esa mañana, se dedicó a desayunar tranquilamente en la cocina de su casa en cuanto se levantó de la cama. Era muy temprano aún, pero no pudo dormir por más tiempo debido a la emoción que aquel evento le provocaba. Su esposa, de igualmente 28 años, veía la televisión en el salón de la casa que compartían. Aquella chica tan especial en su vida, llamada Ayano, trabajaba en uno de los Ministerios más importantes del gobierno de su país.

Kyoko no quería dejar pasar aquella ocasión; aquel día especial. Solo hacía un año desde que ella y Ayano tuvieron a su pequeña hija y, por ello, aquel día se volvía aún más único. Estaba decidida a celebrar el primer cumpleaños de Saki, de forma que fuera algo especial e inolvidable.

Se levantó del césped con entusiasmo y se desplazó al interior de la vivienda, encontrando a Ayano.

—Ayano, hoy es el cumpleaños de Saki —dijo.

—Lo sé —respondió su esposa—. Podríamos salir con ella a comer y pasar el día juntas.

—Pero, Ayano... —dudaba la chica rubia.

—¿Qué ocurre, Kyoko?

—Quiero hacer algo especial —declaró ésta—. No sé, pero me gustaría regalarle algo.

—Cómprale algo de ropa —sugirió Ayano, mientras tomaba el control de la televisión y cambiaba de canal—, Saki no para de crecer y siempre le hace falta.

—Pero eso es lo que regala todo el mundo, Ayano —replicó Kyoko—. Nuestras amigas le regalarán ropa de sobra cuando lo celebremos con ellas. Quiero darle hoy algo importante que pueda tener toda su vida.

—Saki se parece a mí en cuanto a personalidad —explicó su esposa—, estoy segura de que cualquier cosa que le regales le hará mucha ilusión. De hecho, ya es hora de despertarla.

Ayano se levantó del sofá y se dirigió hacia las escaleras para subir a la habitación de su hija. Kyoko la siguió sin dudarlo; también deseaba despertar a la pequeña.

—¡Mami! —la pequeña Saki, para sorpresa de sus madres, ya había despertado y se encontraba jugando en su cuna. Las llamó en cuanto las vio entrar en su habitación.

—¡Buenos días y feliz cumpleaños, dormilona! —decía Kyoko, mientras se acercaba y la tomaba en brazos—. ¿Qué tal has dormido?

Saki sonrió. Apenas sabía hablar aún y solo alcanzaba a pronunciar algunas palabras sueltas.

—Hola, Saki —Ayano se acercó también y, aprovechando que Kyoko la sostenía a su altura, la besó con cuidado—. ¿Quieres que vayamos hoy de paseo las tres juntas?

—¡Sí! —la niña afirmó sin dudar.

—¡Estupendo! ¡Nos vamos! —dijo Kyoko, alegremente.

La chica rubia estaba realmente emocionada; sobre todo porque en el momento en el que vio los preciosos cabellos rubios de su pequeña hija, supo exactamente qué debía regalarle en aquel día tan especial.

Kyoko y Ayano vistieron entre las dos a Saki. Nunca les era muy difícil aquella tarea, puesto que su hija tenía buenos modales y era muy tranquila, pero les encantaba hacer trabajo en equipo para que su hija estuviera preciosa.

Una vez vestida la pequeña, las dos jóvenes se dispusieron a cambiarse de ropa también en la habitación que compartían ambas. Ayano, al tomar su blusa, no pudo evitar detenerse y observar a Kyoko mientras se cambiaba; adoraba el elegante cuerpo de su esposa.

—¿Qué? —le preguntó Kyoko con una sonrisa, al percatarse de ello.

—Ah, no es nada —respondió Ayano, poniéndose su blusa.

—Estabas muy observadora, Ayano —dijo la chica rubia, entre risas. Era capaz de leer a su esposa como si de un libro abierto se tratase.

—Deja de decir tonterías —contestó—. Solo me fijaba en qué conjunto ibas a llevar.

—Pues podrías haber dirigido tu mirada hacia la ropa que está sobre la cama y no hacia mi cintura —Kyoko parecía pasárselo en grande con aquella situación.

—¡Olvídalo ya! —ordenó Ayano, visiblemente nerviosa.

Terminaron ambas de vestirse, no sin algún que otro atrevimiento previo de la chica rubia para besar a su esposa. Adoraba cada uno de los gestos de Ayano cuando ésta se avergonzaba de aquella forma, puesto que su personalidad siempre había sido muy tímida y diferente a la suya.

La familia se dispuso entonces a salir de su hogar para un día repleto de diversión, comenzando con una buena comida en un agradable restaurante y un posterior paseo por un parque cercano. Saki jamás se cansaba de jugar con sus progenitoras; disfrutaba enormemente cuando cualquiera de ellas la elevaba en sus brazos, haciéndola volar.

—Ya sé lo que voy a regalarle, Ayano —comenzó a decir Kyoko a su esposa, mientras se tomaban un descanso en uno de los bancos del parque. Saki seguía jugando en sus proximidades.

—¿Y qué es? —preguntó Ayano, con curiosidad.

—Ya lo verás.

Kyoko se incorporó y fue hasta donde jugaba su hija. Tenía la sensación de que con aquel obsequio acertaría, y que sería lo adecuado para que fuera un regalo especial.

—Saki —la llamó con cariño—, quiero darte algo para que siempre te acuerdes de mí.

La niña sonreía con solo ver a su madre llamarla por su nombre. Kyoko sacó entonces de su bolsillo un trozo de tela roja que Ayano, desde su posición, reconoció al instante.

—¿Eso es...? —alcanzó a decir.

—Sí. Es mi lazo rojo —afirmó Kyoko—, ese que llevaba siempre en la escuela.

—Pensé que lo habías perdido de nuevo —dijo Ayano, provocando que su esposa la mirara rodando los ojos.

—Saki —se dirigió Kyoko otra vez a su hija—, quiero regalarte mi lazo rojo. Lo llevé toda mi adolescencia, cuando conocí a mamá. Me gustaría que, a partir de ahora, lo tuvieras tú. Ya decidirás si quieres llevarlo o no cuando tengas más edad.

Saki posó su pequeña mano sobre la de su madre, agarrando el lazo. Sentía curiosidad por aquella tela y parecía gustarle, puesto que intentó colocárselo en la cabeza sin éxito de que permaneciera anudado en su pelo. Al ver esto, Kyoko decidió probárselo.

—¡Oh, te queda muy bien! —dijo Kyoko, halagándola—. ¿Te gusta tu nuevo look, Saki?

—¡Sí!

—Estás preciosa, Saki —añadió Ayano.

La pequeña corrió torpemente hasta Ayano y ésta la tomó en sus brazos para admirarla mejor; para ella había pocas cosas más hermosas que la sonrisa de su hija.

—Mami —la llamaba.

—Feliz cumpleaños, cielo —le respondió.

Kyoko no esperó demasiado en acercarse a ellas y seguir jugueteando con el que era ahora el lacito rojo de su hija. Aquella familia irradiaba felicidad en cada momento y, más aún, aquel señalado día; un primer cumpleaños que se había convertido en algo digno de recordar.

Yuru Yuri DimensiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora