4: La trampa

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CAPÍTULO 4: La trampa.

C A T A L I N A

Me desplomo en el sofá de la casa y suspiro. Hoy ha sido un día raro, me siento tan avergonzada con lo sucedido con mi profesor. ¡Dios, ese hombre es mi profesor! Por un momento pensé que era un estudiante como yo y le diría a mi padre todo el desastre, aunque, pensándolo bien, habría sido la cosa más estúpida de todas.

"Se le paró a mi profesor ante mis ojos". De recordarlo se me calientan las mejillas. Me muerdo los labios y una ligera punzada en la pelvis hace que sienta escalofríos y la necesidad de tocarme ahí. Pongo mi mano izquierda en ese lugar. ¿Qué estoy haciendo? No sé, pero no puedo evitarlo. ¿Habrá sido por mí? Maldita sea que la idea no se aparta de mi cabeza, pero, ¿por qué; qué hice yo para que a mi profesor se le alteraran los sentidos?

Recuerdo que decidí escanearlo de pies a cabeza por mera curiosidad porque me pareció lindo, y de pronto "¡Boom!" ahí estaba su firme mástil a mi vista. Dios...

—Darío Luna —pronuncio y suspiro. Siento una extraña sensación con todo esto, aunque, seguramente, es la maldita pena que me hace estar tan ansiosa. Aparto mi mano de entre mis piernas, espabilándome. No debo manosearme mientras lo imagino a él. Sin embargo, me pongo a memorizar cómo es. Es inevitable.

Es alto, como de 1.79, no lo sé, pero supera con un poco mi estatura. Sus ojos son color café y su piel no es muy clara, pero tampoco muy morena, su cabello negro semi largo y libre, con finos mechones que se le acercan al rostro, dándole un aire de sensualidad. Es tan perfeccionista con sus útiles y en la pizarra escribe tan lineado que siento satisfacción al recordar su caligrafía. No paró de observarme en toda la clase, lo cual me hace sospechar que realmente sí fui la causante su erección. ¿Pero qué hice? Solo me presenté, nada más normal que eso.

El teléfono de mi trabajo suena y me sobresalto, volviendo a la realidad, sacando de mi cabeza todo tonto pensamiento dirigido al calenturiento de mi profesor y a mi cuerpo que de alguna manera está caliente ahora.

—Hola —contesto, aclarando mi garganta—. Está...

—Soy yo, Cata, ¿cómo estás? —Es mi jefa—. ¿Recuerdas al tipo de la semana pasada? El que era tu diario.

Una sonrisa me eleva las mejillas.

—¿Volvió a llamar? —pregunto con entusiasmo y cruzo los dedos porque sí lo haya hecho.

—Sí, ¿y esa emoción? —Ella se ríe a carcajadas y no hago más que esperar a que continúe—. Bueno, sí, quiere hablar contigo otra vez, ¿te lo paso?

—¿Ahora? —Me sorprendo al ver que apenas son las tres de la tarde y toda la semana estuvo llamando a las seis, ¿qué traerá?

—Si estás disponible, sí, eso dijo él, si no, que llama más tarde, pero hoy quiere hablar contigo. Sonaba desesperado por gastar su dinero en ti.

Sin dudas le digo que ahora mismo tengo tiempo. No sé, pero me agrada charlar con este tipo, en los dos meses que llevo trabajando, es el único al que no le interesa tener una conversación subida de tono y me gusta poder hablar bien con alguien. No soy muy amistosa, pero este tipo sí que podría ser un buen amigo. Y pensándolo, la que sube de tono las conversaciones soy yo, creo que, el que me deje tener iniciativa me encanta.

—Hola, guapo —saludo cuando mi jefa me ha conectado la llamada y lo oigo suspirar—. Me extrañaste, ¿verdad?

—Por supuesto que sí, Gema. —La idea me hace sonreír más—. Le pedí dinero prestado a mi mejor amigo para poder hablarte, qué patético, ¿no?

El virgen que llamaba a la línea erótica© [AYOD #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora