12: Baile caliente, muy caliente

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CAPÍTULO 12: Baile caliente, muy caliente.

D A R I O

Esmeralda: Necesito hablar contigo, tenerte a mi lado otra vez, amor. Quiero verte, ¿estás en tu casa? Podría ir un rato, no estoy ocupada hoy. ¡Por favor, mi vida! Arreglemos las cosas, te amo demasiado, volvamos a ser lo que éramos, a estar juntos. ¡Es más! Aceptaré irme a vivir contigo como me habías ofrecido hace meses. Por cierto, espero que ya te hayas cansado de la salvaje esa, Darío. Porque era para joderme nada más, ¿verdad? Porque lo lograste, te lo prometo, me jodiste. Responde.

Hago una mueca e ignoro su mensaje antes de abrir la puerta, de solo leer su nombre me dan ganas de arrancarme el cabello, creí que ya no iba a molestarme. Es una descarada, su aferramiento después de todo lo que ha pasado me estresa, me cae tan mal ahora.

Suspiro y me concentro en que Catalina está conmigo y es lo único que me importa. Le he preparado el patio trasero para un pícnic bajo la sombra del techo laminado en el suelo de madera. Me encanta ese lugar, siempre lo he apreciado demasiado. La sombra y el aire que se ventila cuando hace calor, que procuran quitarlo, son magníficos. Es como estar en la playa, al menos eso me imaginaba en los momentos en los que detestaba continuar sufriendo el estrés por las peleas de mis padres, tía Gregoria con mi madre siendo una maldita que incluso me pedía que yo abandonara a mamá y también por entregar mis trabajos en la universidad.

Hoy mamá fue a visitar a unos familiares que tenemos en la ciudad y me dijo que no estaría hasta el domingo por la tarde. Inmediatamente pensé en pasar un día entero con Catalina allí. Es solitario y agradable. Además, aquí me siento con la libertad de decirle una y mil cosas, en su casa me siento cohibido porque me imagino escenarios en donde alguien llega a interrumpirnos y, en el peor de los casos, imagino que es Lauro y me rompe la boca allí mismo. No, la boca no, los huevos.

—¿Es la única casa por aquí? —me pregunta mientras la guío para llegar atrás. Le cuento que sí y que las otras casas, donde viven mi insoportable tía Gregoria y sus hijos, están del otro lado del campo. Como a unos veinte minutos. Aunque siquiera la visito desde que todo pasó. Ni ganas me quedaron de considerarla mi familia, en realidad.

Llegamos al patio y le muestro mi improvisada manta de pícnic, que realmente es una sábana blanca de mi mamá. La hago sentarse y voy por las cosas para comer. Preparé todo a primera hora, realmente no son la gran cosa más que fruta picada y unos panecillos que compré ayer por la tarde.

Me pongo a pensar en las veces que hice esto con Esmeralda, que a decir verdad no fueron muchas, es decir, ahora que lo pienso bien, jamás fui yo quien la sorprendió con algo romántico, ella era la constante "Cielo, vayamos a cenar a..." u "hoy iremos de paseo a...". Yo solo la seguía a donde me quisiera llevar. Creo que, podría decirse, ella me mangoneaba. Dios, es verdad.

Me siento a lado de Cata cuando vuelvo. El olor de su cabello me hace cerrar los ojos un momento antes de verla completa, trae una blusa blanca un poco descubierta de los hombros y le llega hasta el ombligo, mismo que en realidad no puedo ver, porque hasta ahí le llegan los pantalones azules, casi parece que estamos vestidos iguales. También trae su negro cabello en una media coleta hecha con un listón amarillo. Se ve tierna, ni quién se pudiese imaginar que esta mujer es una maravillosa voz en la línea erótica. Recordar eso me provoca escalofríos. Necesito olvidar eso por ahora, maldita sea.

—¿Comida favorita? —Catalina me ayuda a acomodar las cosas mientras espera a que le dé una respuesta. Después ambos nos sentamos en la sábana.

—Pechuga poblana, cosa sabrosa. ¿La tuya?

El virgen que llamaba a la línea erótica© [AYOD #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora