Narra Joanna
Fui despierta por un constante y agudo pitido. El sonido era continuo, interminable, irritante al encontrarse con mi cerebro adormilado. Mis párpados se abrieron perezosamente, mi mente agitada mientras recobraba la consciencia y trataba de adivinar la fuente del molesto ruido, rezando que mi propia mente me estuviera engañando.
Aún estaba sosteniendo la mano de Harry, débil contra la mía, mi cabeza descansando en la almohada por sobre su hombro. Nada había cambiado en cuanto a él tampoco; lucía profundamente dormido, ojos cerrados, cuerpo quieto, envuelto en vendajes y enredado en medio de la infinidad de tubos.
El sonido se detuvo abruptamente, dejando el cuarto en completo silencio. Me enderecé y di la vuelta rápidamente a la vez que sentía una presencia junto a nosotros. Era Morgenstein.
-¿Q-Qué sucede? ¿Por qué está desconectándolo?- tartamudeé ansiosamente.
-Relájate- me susurró tranquilamente. –Él está bien, sólo que ya no necesita ser monitoreado.
Procedió a quitar algunos cables del cuerpo de Harry, su camisola de hospital ahora descansando chatamente contra su pecho, mientras las diminutas luces verdes del monitor contiguo se apagaban a la vez que el doctor desconectaba la máquina de su enchufe. Me alejé un poco más del cuerpo inconsciente y observé atentamente mientras el agotado hombre se inclinaba a quitar la cinta adherida a los labios de Harry, para luego jalar delicadamente el enorme tubo que bajaba hasta su garganta. Bajé la mirada a nuestras manos unidas, sujetándome a la suya a la vez que intentaba reprimir el reflejo de toser y lanzar todo el contenido de mi estómago.
Respiré profundamente mientras recobraba la compostura. -¿Qué hora es?- mi voz sonaba áspera.
-3 a.m- respondió amablemente. La última vez que recordaba haber chequeado la hora era la 1.50 a.m. –Tienes compañía.-asintió con la cabeza, indicando hacia la esquina más lejana del cuarto, antes de darse la vuelta y dejar el cuarto silenciosamente.
Mi mirada se encontró con un par de ojos verdes, similares a aquellos que hacían que me cosquillearan los dedos de los pies y convertían mi estómago en un nido de mariposas. Pero estos, observándome fijamente, lucían ligeramente diferentes; no había llama presente en ellos, no había vida. Se veían tristes, cansados y heridos y...apagados. Ningún brillo visible. Sin siquiera mencionar la rojez rodeando los irises y el aspecto hinchado de los párpados, parpadeando perezosamente, casi luchando por recordar que debían mantenerse abiertos por un período más largo de dos segundos.
En realidad no sabía cómo reaccionar ante su presencia. Supongo que tanto mi mente como mi cuerpo se encontraban tan extremadamente exhaustos, –y ella lo sabía- que el simple hecho de que reconociera que ella estaba ahí era suficiente, no se necesitaban palabras. No que hubiera dicho nada de todas maneras, incluso si hubiera sido necesario.
Un hombre ligeramente calvo estaba sentado en la incómoda silla junto a Anne. Su cabeza se balanceaba ligeramente hacia atrás y luego hacia delante, sus ojos cerrándose continuamente a la vez que dormitaba por varios segundos, para rápidamente cambiar de posición y carraspear al notar mis ojos en él. Sonreí comprensiva y luego volví mis ojos a Harry, acariciando su mano suavemente con la mía. Ahora que la incómoda máscara de oxígeno estaba fuera de su rostro, lograba ver los moretones y delgados cortes sobre sus pómulos. Aun se las arreglaba para lucir dolorosamente hermoso, qué irónico.
Mi respiración ya comenzaba a volverse entrecortada y laboriosa mientras yo trataba con todas mis ganas de suprimir la urgencia de acurrucarme en el suelo y llorar hasta dormirme. “¿Cuál es tu problema? ¡Deja de lloriquear por todo, ¡por el amor de Dios! Esto no se trata de ti así que ya termínala”