U N O

53 5 9
                                    

22/8/18

La oscuridad prepondera en el ambiente y la única fuente de luz que se hace espacio entre las sombras es aquella que proviene de la pantalla de mi ordenador. El olor a pino se ha desvanecido casi por completo, solo para dar paso al imponente aroma del tabaco.

Mis ojos están tan irritados que empiezo a temer por mi vista, el dolor de espalda me está matando y la migraña cada vez se hace más insoportable. Llevo meses desarrollando esta historia en la tranquilidad que me confiere mi estudio, pero aún no siento que esté lista. No entiendo cómo es que se me ha hecho imposible poner punto final a esta mierda.

Me siento frustrado, jamás había experimentado un bloqueo de esta magnitud.

Permanezco inerte frente a la pantalla leyendo y releyendo párrafos al azar, párrafos que me sé de memoria; oración tras oración, palabra tras palabra, letra tras letra... como si leerlos por enésima vez pudieran darme lo que necesito.

—Esto es basura —hablo en voz alta solo para mis oídos, mientras me alejo bruscamente del escritorio para buscar un poco de hierba.

Necesito despejarme.

Abro la puerta del estudio y mi vista se toma unos segundos para adaptarse a un ambiente más iluminado, mientras que mis pies tropiezan con una montaña de ropa sucia. Trastabillo por un instante, pero consigo equilibrarme de inmediato para continuar trazando mi camino.

Entro a mi habitación y rebusco entre mis cosas hasta que doy con el cannabis; lo preparo y lo enciendo tan rápido como me es posible.

Una, dos, tres caladas. Mi cuerpo y mi mente comienzan a ceder ante el efecto alienante de la droga y yo me tumbo en la cama, solo para concentrarme en seguir relajándome.

Cuatro, cinco, seis caladas. La migraña y el dolor de espalda quedaron en el olvido.

Tras lo que siento una eternidad, me levanto de mi cama solo para tirar los residuos de mi calmante en cualquier lugar. Aprovecho para ponerme una camiseta limpia, colocarme las zapatillas y tomar algunas cosas antes salir de mi departamento con toda la prisa que mis pies puedan alcanzar.

No tengo ganas de esperar el ascensor, así que tomo otro camino y bajo los escalones de dos en dos porque me urge salir de este encierro. Al llegar al vestíbulo, me esmero en limpiar mis aviadores con mi camiseta solo para ignorar el amable saludo que me extiende el portero. Cubro mis ojos con los lentes y expulso mi cuerpo fuera del edificio.

Lo primero que siento es el fresco calor del verano arropando mis brazos y mi cara. Me tomo dos segundos para disfrutar de la incidencia de los rayos del sol en mi cuerpo y luego me obligo a caminar sin tomarme la molestia de definir a dónde ir.

No sé cómo demonios llegué aquí, solo sé que no ha pasado más de una hora y ahora me encuentro en medio de quién sabe dónde, pero es que el tiempo y el espacio se me antojan irrelevantes cuando salgo a buscar inspiración.

La muchedumbre va en mi contra y los murales que adornan las calles de la zona en la que me encuentro siguen esforzándose por embelesarme, pero mi orgullo es mundano, así que hago mi mejor esfuerzo por ignorar los colores, las formas y las intenciones que se esconden en cada trazo.

Comienzo a pensar que es una mala idea estar en este sitio, pero me encuentro de frente con los enormes ojos castaños que se cuelan en mis mejores sueños y, enseguida, me olvido de lo que sea que estaba pensando.

No me toma ni un segundo darme cuenta de que estoy ante una encrucijada: por un lado, soy consciente de que debería dar media vuelta y correr tan lejos de ella como me sea físicamente posible; por otra parte, siento el incontrolable impulso de acercarme a ella y poseer su boca con la mía... y es que hoy está especialmente hermosa con su largo y oscuro cabello suelto, libre y rebelde, justo como se ve cuando termino de hacerle el amor.

VestigiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora