D I E Z

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Cuando recobro la conciencia me toma solo un momento reconocer el lugar en el que me encuentro, y eso es todo lo que necesito para vomitar lo que sea que tenga en el estómago.

Con la poca fuerza que queda en mi cuerpo, me encamino hacia mi coche para alejarme del recordatorio de que alguna vez lo tuve todo y ahora no tengo nada. Me adentro en el vehículo y me tomo unos segundos antes de encenderlo para alejarme lo más rápido que pueda de la casa en la que crecí y morí.

El camino de regreso es increíblemente tormentoso, no solo por el malestar que me invade después del colocón de anoche, sino por todos los sentimientos que traté de solapar con el opio. Mis demonios regresan con mayor intensidad y pierdo por completo cualquier ápice de tranquilidad al que pudiera haberme aferrado para no doblegarme ante la ansiedad que me sosiega.

Apenas entro a mi departamento el miedo se apodera de todos mis sentidos. Me quito las zapatillas y tiro mi camiseta lejos de mi cuerpo, mientras me abro paso hacia mi habitación. Rebusco entre mis cosas y armo un porro lo más decente que puedo para intentar apaciguar mis nervios.

Cuando termino de consumir la hierba, o la hierba termina de consumirme a mí, me tomo el atrevimiento de cerrar mis ojos para intentar acallar los pensamientos que deambulan en mi mente.

Estoy a punto de quedarme dormido cuando escucho el timbre retundar en las paredes hasta llegar a mis oídos. Le prohíbo a mi cuerpo levantarse, pero la insistencia de la campana y otros golpes secos en mi puerta me obligan a desobedecer mi propio mandato.

Dejo que mis pies me guíen hacia la entrada y abro la puerta para recibir a Ciara, una vez más.

«Mierda».

Antes de que pueda decir nada, la tomo con fuerza entre mis brazos y la acerco a mi descompensado cuerpo.

Ella me devuelve el abrazo sin decir nada. Pero el hecho de que apriete mi cuerpo y esconda su hermoso rostro en mi cuello es suficiente para darme a entender esas palabras no dichas que se quedaron en algún lugar entre su garganta y sus labios.

Tras lo que me parece una eternidad, me separo de ella solo para tomar su rostro entre mis manos y besar con total entrega su frente.

Ciara me mira con ternura y coloca sus manos sobre las mías, pero lo que su tacto percibe baña su rostro de preocupación. Aleja mis manos de su rostro solo para examinar mis nudillos y acaricia con extrema delicadeza mis heridas.

—¿Qué hiciste, Kieran? —pregunta a la par que busca mi mirada con la suya.

—Una estupidez.

Ciara deja escapar una risita y me mira con condescendencia.

—¿Por qué no te das una ducha mientras preparo café?

Sé que dice eso porque luzco terrible, así que le regalo un asentimiento mientras la jalo hacia el recibidor y cierro la puerta de la entrada tras su paso.

—No tardo —le aseguro mientras me encamino hacia el baño.

Después de una ducha breve, me visto con un bóxer y me dirijo a la cocina para encontrarme con la chica más hermosa de todas sentada sobre la encimera, junto a dos humeantes tazas de café. Apenas se hace consciente de mi presencia, toma una de las tazas y me la extiende, mientras aproxima la otra a sus carnosos labios.

Me apoyo en la encimera, justo a su lado, y le doy un sorbo al café.

—Le partí la madre a Adam.

Ciara abre sus ojos con sorpresa y me mira sin despegarse de su taza, mientras que yo me encojo de hombros sin saber qué más agregar al respecto.

VestigiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora