D O C E

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1/4/18

Es un día agradable, la primavera es agradable... pero yo me siento en la mierda.

Llevo cuatro meses lamentándome por huir como un canalla de la chica que me hizo sentir vivo por un momento... y, justo hoy, me encantaría que estuviera a mi lado para que me ayude a olvidarme de mis demonios, aunque sea solo por unas horas.

«No debiste huir».

Pero ya da igual lo que haya hecho o dejado de hacer. La verdad es que es absurdo sentirse así por alguien a quien solo he visto una vez. Yo nunca he creído en el amor, ni en ninguna de esas chorradas, pero es estúpido no creer en lo que siento cuando pienso en ella.

Siento la necesidad imperiosa de no tener que pensar, sentir o actuar... ni siquiera quisiera tener que respirar, pero mi ego es demasiado presuntuoso para impedirle a mis pulmones seguir funcionando y a mi corazón seguir latiendo...

«it beats».

Entonces recuerdo que puedo olvidarme de todo por un momento. Me levanto de la cama casi por inercia y tomo lo que necesito para largarme de mi departamento.

Me toma alrededor de una hora trazar mi rumbo hasta Hackney, el lugar que tenía un par de años sin visitar, pero que igual me recibe sin miramientos y con lo brazos abiertos... porque cuando de acallar a los demonios se trata, el tiempo es inexistente... es intransigente.

Estoy en una esquina, listo para dejar que la droga apacigüe mis tormentos por unas horas, pero una voz familiar me interrumpe.

—Tómatelo con calma —me reclama Adam, como creyendo que sus palabras tienen algo de valor para mí.

—Vete a la mierda —le escupo mientras inyecto la heroína en mi cuerpo.

Siento como el líquido se filtra a través de mis venas y reparte su efecto por todo mi torrente sanguíneo. Entonces saco la jeringa de mi piel y la olvido en cualquier lugar del refugio de yonquis en el que me encuentro.

—Como quieras... —dice más para sí mismo que para mí, a la par que se levanta de mi lado y prende un porro para alienarse en su propio mundo.

Cierro mis ojos y me permito disfrutar de la tranquilidad que me confiere el opio, cuando una voz de lo más atorrante me saca bruscamente de mi trance.

—Feliz cumpleaños, Black.

Por definición, los cumpleaños suponen el aniversario del nacimiento de una persona, pero el mío supone mucho más que eso: una desgracia, un recordatorio, una tortura, un mal sabor de boca...

Hoy se cumplen veintiseis años desde mi nacimiento; trece desde el asesinato de mi familia y mi primer renacimiento; y ocho desde mi segundo renacimiento. Hoy es mi cumpleaños, pero yo no tengo nada que celebrar. Hoy es un día maldito, así que cuando el puto Razer me felicita, se me hace normal el querer asesinarlo.

Abro mis ojos solo para ver dónde se encuentra su maldito rostro y me abalanzo sobre él para partirle la cara tan rápido como me sea posible.

El muy idiota me empuja e intenta atacarme lo mejor que sus torpes puños le permiten hacerlo, pero la adrenalina y la ira se arremolinan en mi pecho y se abren paso en mi interior hasta desbocarse directamente en mis puños.

Uno, dos, tres golpes y comienzo a sentir cómo se agrietan mis nudillos. Maldita sea, me encanta sentir la vulnerabilidad en mis manos.

Cuatro, cinco y seis golpes más y el viscoso líquido que brota de la boca de mi víctima comienza a nublar mis sentidos. Quiero verlo sangrar la vida.

VestigiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora