E P Í L O G O

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Vivo en un mundo en el que mi alma está rota, fragmentada y completamente perdida; en un mundo en el que olvidé el alivio que debería sentir cada vez que me hago consciente de que mis pulmones siguen respirando y que mi corazón sigue latiendo.

Odio el mundo en el que vivo.

Por definición, la vida supone una fuerza mediante la que obra el ser que la posee, y la mía supone, literalmente, eso: una fuerza mediante la que obra el ser que la posee.

«... el ser que la posee».

La fuerza, por su parte, es el acto de obligar a alguien a que haga algo, pero yo no fui obligado a hacer nada; mi cuerpo sí..

Yo no sabía lo que mi cuerpo hacía, entonces ¿en qué me convierte eso?

¿Soy un cómplice? ¿Soy una víctima? ¿Soy un objeto?

¿Quién es Blake y por qué puede controlar mi cuerpo?

O, mejor dicho, ¿quién soy yo y por qué puedo controlar el suyo?

La vida supone una fuerza mediante la que obra el ser que la posee, pero la mía está poseída por dos: Blake y Kieran. Entonces, ¿realmente estoy vivo?

No sé cuánto tiempo llevo parado frente al espejo, pero el agua desbordándose del lavamanos me hace consciente de que ha sido mucho más del que creí.

Cierro el grifo y no me sorprende en absoluto que no haya más ruido en el baño. Me acerco a la ducha y confirmo que está vacía, tampoco hay ropa en el piso. Entonces apago la luz y salgo del pequeño cuarto.

Cruzo el breve trayecto hacia mi habitación en busca de algo que me permita calmar la serie de contracciones incontrolables a las que se ven sometidos mis músculos; en busca de algo que logre aminorar la violencia con la que el remordimiento, la ansiedad y la falta de cordura se arremolinan en mi pecho; en busca de algo que me permita disolver todos los oscuros pensamientos que invaden mis sentidos.

Entonces lo encuentro y me quedo completa e irremediablemente abstraído ante él.

Esta vez no se trata de hierba, heroína o nicotina; esta vez se trata de un corazón asimétrico pintado de la forma más infantil y descuidada posible.

Acaricio todos y cada uno de sus trazos sobre el vidrio que lo protege, para luego repasar con mis dedos la cita que hay a su lado.

«Somos nuestros propios demonios y hacemos de este mundo nuestro propio infierno» —recito en mi memoria a Oscar Wilde en un último intento por no permitir que mi cuerpo vuelva a rechazarme una vez más.

Cierro con fuerza mis ojos y me esfuerzo por concentrarme en respirar, con la esperanza de que eso me permita sentir cómo mi corazón sigue latiendo a pesar de todo... a pesar de mí.

«it beats».

Le suplico a mi cuerpo que no ceda ante la necesidad que tiene mi mente de escapar porque en el momento en el que eso suceda dejaré de ser yo para convertirme en mi propio enemigo, y no quiero tener que enfrentarme a él hoy, no quiero dejar que mis demonios me sometan... al menos no por ahora.

Abro los ojos y dejo que mis ojos derramen las lágrimas que he retenido por tanto tiempo. Por primera vez, me permito sentir lo que sea que necesite sentir. Intento no reprimir eso que hace que mi esencia se estremezca y mantengo mi cuerpo de pie, mientras siento cómo mi alma se derrumba dentro de mí.

Después de dejarme ser, me obligo a salir de mi habitación.

Camino por el pasillo del departamento en busca de la entrada hacia mi estudio y me siento frente al ordenador. Tomo entre mis manos la brújula de Alice Hawk y me tomo mi tiempo para detallarla, como intentando que me guíe hacia cualquier lugar a donde deba migrar.

Pero la brújula está rota. No sirve de nada.

Desecho el objeto y extiendo mis manos hacia el teclado. La pantalla se activa de inmediato y abro un archivo nuevo. Acaricio con mi tacto las letras, como esperando que sean ellas quienes activen a mis dedos y no al revés.

Entonces sucede:

Eran las dos de la mañana cuando Alice entendió que iba a morir, pero eso no le impidió regalarle una última mirada de súplica a Blake, Kieran, o quienquiera que fuese él esa noche... 

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