Adrián

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Es sábado por la noche, estoy acostada en la cama que una noche fue nuestra y me siento fuera del mundo al escribiste esto.

Este escrito lleva tu nombre y no es porque te extrañe o porque merezcas que lo lleve... al contrario.
Lleva tu nombre porque quiero contarte algunas cosas, aclararte otras y confesarte algo que muchas veces me callé.

Voy a empezar esto escribiendo el cómo nos conocimos.

Fui a la plaza una noche, y a veces adoro caminar con la cabeza mirando al piso... me gusta jugar a no pisar las líneas.
Y mientras caminaba y me reía por mi propio juego, ví a tu perro.

No pude contener mi emoción y grité que tu perro era de una de mis razas favoritas.
Te diste vuelta y me entregaste la correa al son de que tu voz hacia eco en mis oidos.

Comencé a reír y a jugar con Aáron.
Él corría a donde vos estabas y el juego siguió por unos cuantos minutos.

Levanté la vista y te ví.

Unos perfectos ojos grises se impregnaban de la sonrisa que tu boca dibujaba.

Me dijiste que era linda, me hiciste reír otro poco, me contaste sobre tu perro, me preguntaste si podías agendar mi número y me invitaste a salir.

Y esa noche, al llegar a casa, me puse nerviosa.

Había salido de una relación, no buscaba nada y estaba dejando ir a alguien a quién amé por mucho tiempo.
Y apareciste vos.
Con esos ojos.
Con esa voz.
Vos.
Simple y llanamente... vos.

Me puse lo más cómodo y lindo que encontré.
Fuí a tu casa.
Fuimos a cenar.

Y nos besamos.

Dicen que las mujeres sabemos en el primer beso cómo será nuestra relación... te confieso que es cierto.

Y aunque en ese primer beso me surgieron más dudas que afirmaciones... quise intentarlo.

Nuestra noche terminó con nosotros abrazados en una cama de sábanas blancas, que nos invitaba a quedarnos un poco más.

Pero me fuí a casa y al llegar, encontré un mensaje tuyo diciendo que la noche para vos fue más que especial.

Me llenaste de promesas.
Me llenaste de ilusiones.
Me llenaste de fantasías.

Me llenaste de mentiras.

Te dije que me gustaba cuando una persona era sincera, cuando me decían las cosas de frente y sin miedo alguno... que valoraba eso en un hombre.
Creo que tu sinceridad fue a otro nivel.

Me empezaste a llenar de dudas cuando te conté sobre mi mejor amigo y aunque empezó siendo un juego... todo terminó siendo un sinónimo de discusión entre nosotros.

La primera vez que viniste a cenar a casa, me retaste.
Me preguntaste cuántos eramos en mi casa, te dije que somos cuatro.

-¿Esperas que le dé de comer a todo el barrio?- Fue la pregunta que salió de tu boca.

¿Cómo te explico la desesperación que me invadió?
¿Cómo te cuento que se me hizo chiquito el corazón?
¿Cómo te cuento que tuve que guardarme mi orgullo y sonreírte?

Llamé a mi hermana, incluso a mi mamá explicándole que íbamos a ir a cenar pero que necesitaba que me confirmen si querían que vengamos a mi casa.

Nunca en 21 años de mi vida, tuve que hacer eso.
Esa noche lo hice.

Te hubiera dejado en ese momento.
Error mío el no hacerlo.

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