Despedida

13 1 0
                                    

Hoy fui a nuestra casa, esa que nos acogió durante un tiempo largo hasta que decidiste que era tu momento de marchar.
Recorrí por última vez la que alguna vez fue mi habitación, abrí la ventana y por primera vez me detuve a ver el sol entrar por ella... el calor del sol me hizo sentir bienvenida. También recorrí la que era su habitación, esa en la que por muchas noches dormiste con mamá y en las que en otras tantas fuimos testigos de discusiones, intentos de suicidio y algunos golpes.
Llené un balde con agua, diluí la lavandina y le eché un poco del desorodante de piso que me gustaba, el mismo con el que limpiaba cuando todavía estabas.
No lloré, te juro que no. Pero mientras limpiaba el piso, mientras sacaba las telarañas de cada rincón... me dí cuenta de que también me limpiaba yo.
Sin darme cuenta el limpiar esa casa se convirtió en una parte clave de mi sanación.
Limpié el baño. Ese del que tanto te quejabas porque yo nunca quería limpiarlo, el mismo en el que mamá tuvo que limpiarme la sangre de las venas cortadas y en el que la ducha me lavó las lágrimas que derramaba mientras mi cuerpo era una mezcla de ira contenida y pastillas para dormir.
Lavé el piso de tu habitación, abrí la ventana y de nuevo la luz del sol me hizo sentirme protegida. Como cuando me abrazabas y parecía que el mundo no era malo.
Limpié la pieza en la que guardabamos celosamente nuestros libros, en la que alguna vez armamos nuestra computadora, en la que siempre había desorden y más desorden... hoy está vacía, sin tu presencia y sin la mía pero llena de recuerdos y algunos trastes viejos.
Limpié la cocina... esa de la que tanto te quejabas porque decías que nunca la limpiaba, aunque todos los días pasaba algún trapo para mantenerla limpia.
Y el comedor... tenías que verlo. Sin mesa, sin sillas, sin nada.
Vacío como alguna vez estuve yo, pero no te preocupes me encargué de limpiarlo, de acomodar lo poco y nada que quedaba y de cargarlo con recuerdos.
Barrí la parte delantera de la casa, esa parte que en otoño se llena de hojas y en primavera se tiñe de verde por el crecimiento del cesped. Esa en la que una noche de lluvia me senté a fumar, en la que una tarde me quise volver a cortar, en la que me senté a llorar cuando no quería que nadie me viera y la misma que recorriste conmigo en brazos al ver que yo no despertaba con nada. Tengo que confesar que sí te escuchaba, un poco, pero te escuchaba.

Limpié toda nuestra casa. Dejé que el calor del sol la llene de luz, gracias a todo lo que viví, aprendí que cuando el sol entrá la oscuridad se disipa y todo se vuelve más claro. Y así fue.
Mientras limpiaba, me daba cuenta que en cada espacio y rincón de esa casa hay una historia... y no es para menos.
Durante 5 años esa casa fue testigo de mis buenos y malos momentos.
Me llevo los buenos, te dejo el resto... supongo que después de todo, vos sabrás mejor que yo qué hacer con ellos.

Es la última vez que voy a esa casa. A la que alguna vez fue tuya y mía... nuestra.

Me llevo algunos pomelos, sabes que no hay cosa que me encante más que el jugo de pomelo recién exprimido.
Para ser sincera me llevo muchos más de los que te puedas imaginar... pero no te preocupes, los pomelos me enseñaron que hasta en la época más fría... se puede volver a florecer.

Me llevé todo lo que servía, lo demás lo tiré a la basura. Siempre decías que renovar las cosas hacía bien y eso es lo que voy a hacer.

Por si alguna vez visitas la casa, te aseguro que en cada cajón, estante y placard... hay un recuerdo mío. Abrilos, dejalos que te invadan y te llenen los ojos de lágrimas. Abrazalos papá, porque aunque sean malos, en el fondo quieren ser buenos. Te los dejé ahí encerrados porque sé que los vas a encontrar y porque ellos decidieron quedarse ahí.

Hoy te cambio lo malo por lo bueno.
Te dejo lo malo y a cambio me llevo lo bueno.

Cierro la puerta papá. Y vos te quedas adentro.
La sombra de lo que alguna vez fuiste conmigo, se queda ahí parada, en el medio del comedor viendo como yo me voy con toda mi luz.

Voy a brillar papá. Y aunque me encantaría que brilles conmigo, no puedo seguir aferrándome a esa sombra tuya que me hace tanto mal... por eso, elijo dejarla en esta casa.

Cierro las ventanas de cada habitación, el frío las vuelve a invadir... pero te dejo una canción sonando, con esta canción los demonios se van a ir apagando y el calor se va a mantener.

Miro por última vez la casa, miro por última vez tu sombra. Adiós papá... a donde yo voy vos no podes venir conmigo, me voy a ser feliz y ese recuerdo de lo que alguna vez vivimos se queda guardado en el rincón más olvidado de esta casa.

Te quiero y por eso me llevo lo mejor de vos.

Antes de cerrar el portón siento a tu sombra mirarme a traves de este... lo siento, este es tu lugar.
Junto con vos se quedan mis noches sin dormir por la angustia, mis lágrimas más amargas, la sangre que recorrió mis venas cortadas, mis preocupaciones, mi depresión... mi vieja e infeliz yo.

Y conmigo se van los momentos buenos que compartimos, los asados, los cumpleaños, los aniversarios, los viajes, las risas y mi alegría.

Subo al remis y te saludo desde adentro.
Sonrío una última vez y mientras me alejo de esa casa sonrío... ya no siento el peso de tu sombra sobre mis hombros. Ya no hay dolor, ya no hay llanto, ya no hay nada que estorbe mi alma o contraiga mi corazón.
Estoy limpia... como la casa.

Y por eso, por el simple hecho de que limpiar esa casa fue para mí como una despedida es que estoy escribiendo esto.
Para recordarte a vos y para recordarme a mí de que por más mierda que haya sido el pasado lo mejor que podemos hacer es vaciar nuestra mochila de cosas malas y cargarla de cosas buenas y nuevas.

Te dejo libre papá.
Te libero con todo el amor de mi alma.
A partir de ahora, elijo brillar, elijo recordarte con lo bueno y si algún día nos volvemos a ver... entenderás el porqué.

Adiós a vos.
Adiós a todo lo malo de mí.

Génesis. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora