Capítulo 11 | Sexy doctor

530 32 3
                                    

«Yo sé que no puedo volver a esto, a ella, a lo que solíamos tener. Esto está negro y quemado. Dios mío, esto es tan triste y sólo va a empeorar las cosas si lo traemos devuelta»

Mike.

—No eres una zorra.

¿Qué es lo que hay en la cabeza de Daniel para llamarla de esa forma?

¿Por qué todos tienen rencor en sus corazones? Hay personas que pasan por cosas peores y siguen con una sonrisa en el rostro. Y ellos, ante una ruptura amorosa, odian el mundo y todos los que habitan en él.

Es doloroso. Yo lo he vivido en carne y hueso, pero jamás cambié mi forma de ser o el trato hacia las personas que quiero.

—Sé que Daniel es un estúpido, pero siento que tiene algo de razón —se sienta en mi cama mientras fuerza sus ojos a que la lágrima que hay en ellos, no caiga—. Yo lo engañé y eso no está bien. Eso me convierte en lo que él dijo que soy.

—Escúchame, preciosa —me inclino para estar a su altura—. Un beso no te convierte en nada. Es sólo eso. Todo lo que él dice son tonterías para buscar un culpable y desquitarse contigo.

—Pero...

—Y en todo caso —eleva su mirada hasta mantenerla en mis ojos—, él tampoco es un santo. Recuerda que, para llegar a ti, salió con Amanda y la traicionó por un beso con Tatiana. Daniel estaba plenamente consciente de lo que hacía. En cambio, tú estabas borracha y no comprendías completamente lo que estaba ocurriendo.

Mi discurso parece hacerla entrar en razón. No justifico su acción, pero ambos sabemos cómo es que ocurrió todo y Daniel sólo está enterado de lo que ella le contó.

—¿Cómo es que eres tan sabio? —elimina sus atisbos de llanto, sonriendo en agradecimiento.

Amo su bipolaridad y la habilidad que tiene para sonreír antes de que una lágrima recorra su rostro. Cuando se siente en el borde de la tristeza, consigue levantar su ánimo. La admiro.

Sin poder evitarlo, dejo un beso en sus labios.

—¿Mejor? —pregunto sin alejarme.

—Sí —contesta renovada, con un tono más seguro. Realmente no sabría qué hacer sin ella.

Tatiana.

¿Recuerdan todos esos "te resfriarás" que me dijeron a lo largo de la semana? Pues resulta que tienen una maldita bola de cristal que predice el futuro, porque ahora me encuentro recostada en mi cama, con fiebre y dolor de garganta.

¿Por qué soy tan terca?

Lo único bueno de esto es que puedo quedarme en mi casa en vez de ir a la escuela y está justificado. Pero, por otro lado, siento que moriré en cualquier minuto.

Por suerte, mi mejor amigo está en la escuela en el turno mañana, por ende, puede venir en las tardes a cuidarme.

—Pareces un zombi —comenta al sentarse en los pies de mi cama y observarme con asco.

—Gracias por el cumplido —ironizo. Me da una sonrisa de boca cerrada y se acerca para tomar el termómetro que acaba de sonar.

—Tienes 38 grados, bajaste uno. Eso significa que el medicamento está funcionando —al oírlo, lo único que aparece en mi mente es una imagen de él vestido con color menta (los típicos trajes de doctores), un estetoscopio rodeado en su cuello mientras desordena sus cabellos.

Sin duda, sería uno de esos doctores sexys que te hacen desear enfermarte para verlos.

—Tengo frío —me acurruco más entre mis cobijas. Me siento perezosa, creo que es producto del resfriado.

—Estás temblando —no me percaté de ello hasta que lo dijo—. ¿Sabes? Cuando yo estoy enfermo, duermo una siesta y me despierto renovado. Intenta dormir —propone.

—Cuando estoy enferma no logro conciliar el sueño —estornudo e instantáneamente Daniel me alcanza un pañuelo—. Es una mala idea. Además, ya son las cinco de la tarde, cuando me despierte tendré que volver a dormirme.

—¡Hey! No hay hora para las siestas.

Mi celular suena y lo tomo mientras toso. Leo el reciente mensaje y contesto con un emoji.

—Natalia vendrá dentro de un rato, acaban de salir de la escuela —le informo con una voz débil.

—Bien, entonces me iré —su expresión cambia y su voz sale de forma determinante. Algo me dice que oculta algo, quizá su trato que esconde detrás algo delicado que lo vuelve sumamente vulnerable.

—¿Por qué? Puedes quedarte. No es la primera vez que ambos vienen a mi casa de visita desde su ruptura.

—Porque... —da un suspiro mientras se coloca la bufanda que había traído— la llamé zorra.

—¡¿Le dijiste zorra a Natalia?! ¿Por qué? —mi fiebre y malestar parece haberse esfumado con sus palabras.

Eso no parece para nada a algo que Dani haría. Estamos hablando del Daniel Lisboa que siempre dice maravillas de ella, del que llora cada vez que recuerda que no puede tenerla, y lo más extraño, del que aún dice amarla.

Se supone que, si amas a alguien, no podrías siquiera imaginar hacerle daño. O por lo menos, no de una forma tan directa y considerando que es innecesario.

Siento que lo desconozco. ¿Cómo es capaz de hacer tal cosa?

—No puedo decirte por qué —dice al analizarlo—, tú eres su amiga y podrías decírselo. Créeme que esta es la mejor solución.

—¡Llamar a una chica "zorra" jamás es la solución! —le informo antes de que salga de mi habitación por completo.

Nats llegó un tiempo después, merendamos en la cama y me contó todos los chismes que habían ocurrido en mi ausencia. Ya no tengo fiebre, sólo un molesto dolor de garganta que trataré con algunos tés de mi madre.

—Oh, casi lo olvido —rebusca en su mochila hasta dar con uno de mis abrigos. Su tono cambia a uno más apacible, por miedo a lo que pueda pasar en mi ser—. Fabián me pidió que te lo entregué.

—Gracias —una falsa sonrisa evidencia mi rostro del mal recuerdo que llegó a mi mente. Dejo el abrigo a un costado, como si no me importara en lo absoluto.

Ni siquiera recordaba haberlo olvidado en su casa. Claramente, él no iba a tomarse la molestia de venir hasta aquí, ver mi rostro y entregármelo personalmente.

Sé que ella no me regañará por volver a la casa de mi exnovio, pues es muy comprensiva y sabe qué temas debe tocar y cuáles simplemente evadir. Todo lo contrario a Julie, quien me daría el sermón de mi vida por lo mal que hice en retornar a sabiendas de que no sería bienvenida.

Y hasta ese momento no lo había notado, pero en todo mi día no había siquiera pensado en Fabián. Quizá la enfermedad no me dejaba pensar, quizá Daniel me ayudaba, quizá lo estaba comenzando a olvidar.

O tal vez, sólo tal vez, estaba cayendo en cuenta de todo lo que Fabián Molina había estaba haciendo mal y en todo lo que no le volvería a perdonar.

Hasta un BesoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora