Capítulo 24 | Cortes y golpes

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«El mundo es una maldición que te matará si lo dejas, sé que tienen píldoras que te pueden ayudar a olvidar, lo embotellan, lo llaman medicina. Pero no necesito drogas porque ya estoy lo suficientemente drogada, tú me tienes bien»

Daniel.

Para la mayoría de las personas un beso significa "un sello de amor". Esos besos perfectos que observas en la gran pantalla luego de que los protagonistas se confiesan su profundo enamoramiento, cuando las adversidades finalmente se resuelven y todos contienen la respiración por el momento tan anhelado.

Pero para nosotros no. Mi visión sobre las cosas había cambiado muchísimo, había cambios tan radicales que ni siquiera yo podía asimilar.

Luego de que tu corazón se rompe, no vuelve a ser el mismo. Quizá un beso no lo repare, pero sí logra el olvido.

Por lo menos en aquel lapso de tiempo todo era difuso y poco escandaloso. Luego, cuando acabábamos con nuestro intercambio, el peso se volvía a acentuar en mis hombros.

En fin, yo no sabía por qué Tatiana lo hacía; por qué respondía a mis desesperados llamados y no se negaba a un beso sin compromiso. Yo tenía como justificación el dolor que sentía, ella no.

Sin embargo, lo dejé pasar, dejé que se fuera con aquella incógnita rondando en su cabeza. Mi madre ingresó a mi habitación luego de la situación con Tatiana. Su mirada rebasaba los límites de la curiosidad y es que sabía a la perfección a qué venía.

—Dani, ya sé que no te gusta en lo absoluto que te presionemos. Lo que te diré es una sugerencia, si no quieres o no te sientes cómodo, no lo hagas. Pero nos gustaría a tu padre y a mí que traigas a Catalina un día a casa. Ya sabes, queremos conocerla.

Su vibra de alegría me quemaba por dentro, ¿cómo podía engañar a toda mi familia con tal mentira?

Sus ojos no podían brillar más de las ansias que sentía. Anhelaba saber de quién se trataba "la chica que me ayudó a superar a Natalia" y el único deseo que ocupaba mi pecho era que ella existiera en este momento o en el futuro, para no desilusionar a mis padres y para quitar los desanimados pensamientos que mi mente me gritaba en medio del silencio.

—Mamá, no sé si es el momento adecuado. Apenas la estoy conociendo y no quiero asustarla presentándole a toda mi familia.

—Bien... Tienes razón —combinó para luego acariciar una de mis mejillas—. Estoy tan feliz que encuentres a alguien, que entiendas que hay vida después de un corazón roto.

Y parecía ser que yo era lo suficientemente necio y terco, pues no lo había entendido todavía.

Mi mamá siempre quiso mucho a Nats, desde que fue su alumna y se convirtió en mi novia. La adoraba y creía que era perfecta para mí. Yo también lo creí así, por eso dolió tanto ver que me equivoqué.

Ambas tenían cierta afinidad que me derretía el corazón por completo al verlas juntas. Puede sonar cursi, pero observarlas sonreír a mi madre y mi novia al mismo tiempo, no tenía precio alguno.

Por más que Catalina existiera, jamás llenaría el espacio vacío que dejó Natalia Milington al irse.

—Pero ni creas que olvidaré lo que me hiciste pasar con tu escapadita del colegio —mi falsa sonrisa se borra—. Dile adiós a tu celular y a tu guitarra.

—¡No! —me aferro al instrumento musical como un pequeño abraza a un peluche en busca de disipar sus miedos— La guitarra no, necesito escribir la melodía de mis canciones y no puedo hacerlo sin ella. Por favor, mamá. Sin música no puedo vivir.

Hasta un BesoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora