Capítulo 34 | Fantasmas payasos

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«Cuando eres joven y te rompen el corazón y él se va, dejando las cicatrices abiertas, cuando no puedes creer que se ha acabado, ahí es cuando te vuelves un poco más frío. Cuando bajas la guardia, cuando dejas caer tu corazón, cuando empieza a doler, ahí es cuando te vuelves un poco más frío» 

Daniel.

No podía evitarlo, su exagerada desesperación me divertía. Juro que no planeé esto, pero me vino como anillo al dedo.

—Ya, Tati, cálmate. Sólo son algunas horas, a las 6:00am vendrán a abrir las puertas y podrás irte —tomo sus hombros porque su caminata sin rumbo por el pasillo me trae recuerdos que no son propicios para este momento.

—¿Y qué comeremos? ¿Te das cuenta de que son 12 horas las que tenemos que estar aquí?

—Una vez mi madre dijo que en la sala de profesores guardan comida. ¿Qué importa? No moriremos, te lo aseguro.

—¿Cómo puedes estar tan calmado? —mira mis ojos con curiosidad, queriendo incursionar en mi mirada y descubrir algo más.

—Simple; esto será divertido —su seria expresión insinúa que estoy bromeando—. Vamos, ¿cuántas veces en la vida se te presenta la oportunidad de tener la escuela para ti? Debe haber algo que quieras hacer hace tiempo aquí y no hayas podido por los profesores o alumnos.

—En lo único que pienso cuando estoy dentro de la escuela es cuánto falta para irme de allí —contesta tajante.

—Bien... —alargo en tono inocente. Volteo hacia el salón en el que estábamos; mi predilecto— Si quieres quedarte aquí sola con los fantasmas, no me interpondré. Suerte, espero que no te asesinen.

—No le tengo miedo a los fantasmas —asevera a mis espaldas y podría apostar que ha cruzado los brazos para mostrarse valiente.

—Ah, ¿no? ¿Ni siquiera a los fantasmas payasos?

¿Fantasmas payasos? Arrugo mi entrecejo a la espera de que se lo crea. Ni yo sé si esas cosas existen, pero conozco el terror que desatan los payasos en su cuerpo. Es capaz de ver cualquier película de miedo, siempre y cuando no aparezcan los artistas de circo.

Sigo mi camino y entro en el salón, me detengo frente al pizarrón, pensando en cómo matar el aburrimiento. Pronto oigo los apresurados pasos de Tatiana que llegan hasta mí, una sonrisa nace en mis labios. Logré asustarla, lo sabía, no se resistiría a aquella táctica.

—¿Jugamos a un juego? —propone tras un suspiro de resignación.

—¿El juego de la botella?

—No. Pero buen intento —sonríe con burla mientras se recuesta en la acolchonada silla.

Tatiana.

Después de un rato no me pareció tan trágico el hecho de quedarnos encerrados. Al fin y al cabo, mi acompañante es Daniel Lisboa.

Aunque intenté callarlo cuando me contó la leyenda del payaso fantasma que se paseaba por las noches en la escuela, no pude. Me vi obligada a tararear una canción mientras cerraba los ojos cuan niña de cinco años.

Pueden culpar de mi trauma a mis padres. ¿Cómo se les ocurre llevar a una pequeña a un circo con payasos alcohólicos y malhumorados? Ese día fue el fin de mi infancia. De tan solo recordarlo me dan escalofríos.

—¡Tatetí! —exclamo con emoción al notar que he ganado el juego. Sí, creo que no hay mucho que hacer aquí.

Él dibuja el próximo tablero a un lado del pizarrón, cuando, de repente, las luces del pasillo se apagan. Lanzo un grito que ahogo en el pecho de Daniel. Lo admito, estoy aterrorizada.

Hasta un BesoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora