Antes de vivir por carne, en carne, fuimos alma, una pluma blanca y virgen parte de un ángel; fuimos el lienzo de las partituras, masa de escultor. Y en ese mundo de solo miradas al cielo éramos felices, éramos amaestrados para partir, después, al viaje.
Oh, esa aventura.
Tus maestros, mis maestros, los mejores. Una niña aprendió a ser niña, le espolvoreaban su esencia aspirante y vivaz, ellos le enseñaron que bajarían en busca del amor, le advirtieron que dolería y que la crueldad se pondría un disfraz luminoso. Que la maldad abrazaría el amor para confundirla, creerlos uno siendo realmente tan paralelos entre sí. Ella allí aprendió a sonreír y a respirar, a abrir los ojos y sí, a llorar. Pero sus lágrimas eran puro manantial ¿Quién diría que luego salidificaria tanto? ¿Quién diría que sus olas se verían frente al espejo cómo temibles huracanes?
Sus maestros, mis maestros, nos enseñaron a ser, alma, derivaciones de un creador, amor de distintas formas. Antes de partir llegó la peste del olvido, un mal necesario ¿Quién diría que un mal podría tener sangre? Solo quedaba ese sabor, ese sueño de quien nos enseñaron a ser, lo que aprendió el alma allá arriba. No me quería separar de mi padre, de su protección pero el me dio, como a todos, un cuerpo y dejó que otra familia nos acogiera. Mis luces parpadeaban y alguien tocaba a la puerta. Tum, Tum. Tum, Tum. En mí vacío resonaba el eco. Yo seguía aferrada, no me sentía lista pero la corriente me arrastraba por su rió, revolcándome.
Padre ¿qué es esto? ¿algún error he cometido? El pescador con manos de polímeros me jalaba, yo tenía miedo, mis llantos crecían. Me callé, asombrada y enmudecida por una voz, hermosa y sublime ante todas, mí mamá.
Su pecho rebotaba con el mio, agarrados de mano, guiados por las notas del vals. Quería preguntarle tantas cosas pero no podía. Me mecía en una cuna de tibios brazos canela, me bañaba en besos y abanicaba esos calores dolorosos. Ella también me enseñó a enseñar amor amando, me enseñó a enseñar felicidad con mis labios y limpió tantas heridas que mis torpes pies recibían, limpiaba mis lágrimas y alimentaba mis ilusiones.
Ya estaba viva, ya mi padre me había entregado mí armadura de guerra, aquí lo llaman cuerpo. Mí cuerpo es juzgado, con los años ¿Qué les pasa? ¡me lo dio mi padre, que me ama! Pero algunos son crueles y su ignorancia ciega mi alma, lentamente. Su veneno es viral, me irrita y corrompe, me deprime y desola. Eso no fue lo que me enseñó mí maestro ¿Quién soy?, le pregunto ¿quién debo ser?, le digo, a pesar de lo que me enseñó mí padre. Ellos me señalan mientras me hago grande, y solo crezco en tamaño, y sólo uso las noches para llorar. Recuerdo que mi cuerpo es mi armadura, que vine a este mundo a luchar y qué tengo una guerra por ganar. Qué peleare junto a mí padre una guerra que nací para ganar.