Capítulo 11.0

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«Debes saber que en esta guerra, quien gana no es la persona que ha sido más justa, sino la que juega más sucio»

🍃 🌸 🍃

Algunos días más tarde las cosas no mejoraron mucho más que el sábado por la tarde cuando Istvan estuvo en mi departamento. Pues de alguna manera, parecía como si Bill tratara de evitarme a toda costa como si tuviese radioactividad por todas partes o un virus mortal del cual se debería de huir.
        Cuando iba a clases de música, él no estaba. Cuando llegaba a mi departamento o salía de este, tampoco lo veía por ahí, aunque de repente lo veía caminar rápidamente a través de los pasillos a la hora de los cambio de clase, claramente evitando toparse conmigo.
       Y para ser honesta, ya estaba harta. Porque aunque entendía que tal vez quisiese mantener su distancia después de lo ocurrido (o qué sé yo), al menos merecía una explicación por parte suya. ¿Acaso me evitaría hasta terminar su carrera universitaria? Imposible.
      Ellier y yo bajamos de la furgoneta mientras charlábamos sobre su todavía conquista, mientras me contaba lo fantástica que era esa chica y lo divertida que era.
      —Es como si el tiempo pasara volando cuando estoy junto a ella —rió negando con la cabeza, mientras acomodaba su flequillo rubio hacia un costado de su rostro. Él siempre iba pulcro y perfectamente arreglado, y no sabía cómo no le daba pena ajena andar caminando a mi lado. Una chica que parecía más desastre que otra cosa—. De todas las novias que he tenido, ella puede que sea la mejor —sonrió con orgullo.
      Abrí los ojos a tope y lo miré sorprendida.
      —Por el amor que puedas tener por tu persona, por favor nunca le digas este tipo de cosas, ¿sí?
     Digamos que ya sabía con qué tipo de simio estaba tratando.
     —A nosotras las mujeres no nos gustan ese tipo de comentarios.
     Me miró confundido y alzó ambas manos en señal de rendición.
     —Bien, bien. Tú mandas, capitana.
     Luego de aquella pequeña plática, me fui casi corriendo hasta mi primera clase, pues aunque no era tan tarde como para perderla, yo odiaba llegar tarde a clases.
     La gente medio me miraba extraño, como si estuviese loca por andar corriendo por los pasillos (pues aparte de que no era precisamente tarde, no estaba supuestamente permitido hacerlo), pero sin importarme en lo más mínimo, seguí mi camino hasta llegar al aula. Dentro no se encontraba aún nadie.
    Suspiré con alivio y tomé asiento en mi habitual lugar, en donde de nuevo había una nota.
    Madita sea.
    Fruncí el ceño y tomé el papelito doblado entre mis manos, tratando de ver si había un remitente en él, más no lo había. El recuerdo de aquel día donde encontré uno igual en aquella otra ocasión, vino a mi mente de golpe.
    Desdoblé el papel y leí el pequeño contenido. Decía lo siguiente:

    «Hoy te soñé, Summer Foster. Estabas cubierta de sangre, agonizando de dolor y envuelta en miedo puro. Y me encantó imaginarte de esa manera. Espero que los sueños se hagan realidad, ¿no lo piensas igual?»

     Rápidamente arrugué el papel y lo hice bolita con mi puño, muerta de miedo y sintiendo mi corazón taladrar mi pecho con violencia mientras sentía mi respiración irregular calar en mi garganta.
     No me gustaba esa sensación. Odiaba sentirme así.
     De repente me sentí mareada y enferma. Todo daba vueltas y un nudo en mi garganta y estómago amenazaban con unas tremendas ganas de devolver el desayuno que hace media hora había ingerido.
     Cubrí mi boca para evitar incidentes y corrí rápidamente hasta llegar a los baños de mujeres al piso del segundo piso.
     Y al llegar mediante empujones hasta el baño, logré devolver todo lo que tenía dentro.
    Dios, qué asco.
    Me quedé unos pocos minutos dentro del cubículo, llevándome varios recuerdos en el proceso. Recuerdos los cuales me perseguían con ímpetu cada que podían y que mi mente se encontraba en un estado vulnerable e inestable. De por sí mi personalidad era dramática y exagerada, y combinando este tipo de cosas, mi cabeza se volvía un completo y desastroso desastre.
     Sentía como si pudiera visualizar el cómo sucedió todo aquello. Como si pudiera sentirme en el lugar de ella cuando todo ocurrió. Me estaba ahogando en un mar de ansiedad lentamente.
     Pues bien dicen que tu mente puede ser tu mejor aliada, o tu peor enemiga.
     Respiré ondo y solté el aire, cerrando los ojos y sosteniéndome de la puerta del cubículo, el cual tenía algunos rayones de cosas que ahora no me interesaban en lo más mínimo. Ya más calmada, retomé mi camino hacia mi aula nuevamente con prisa, mientras un sudor frío recorría mi nuca y sienes, junto a un extraño escalofrío al pasar por el aula de Bill, la cual ni siquiera quise voltear a ver.
     Extrañamente no quería verlo justo ahora. Me sentía rara y fuera de lugar.
     Al llegar a mi clase me senté en mi lugar y esperé a que el timbre sonara.
     Este sería un largo día.

Silence Street | Bill Skarsgård Donde viven las historias. Descúbrelo ahora