III. Abrazar las Preguntas -- Miami Beach / EE. UU. 🇺🇸

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El descenso del avión hacia Miami fue como un descenso hacia mi propio interior. A medida que la ciudad se materializaba bajo nosotros — un mosaico de azules turquesa y verdes esmeralda salpicado de rascacielos plateados — sentí que mi corazón se aceleraba. Miami: la Ciudad del Sol, puerta de entrada a un mundo desconocido y, tal vez, a un nuevo yo.

El impacto de las ruedas en la pista resonó en mi pecho. Era real. Había dejado atrás mi vida en Colombia, mi exitosa carrera, mi identidad cuidadosamente construida. Todo por... ¿qué exactamente? La pregunta me atormentaba mientras seguía la corriente de pasajeros hacia la terminal.

El aeropuerto era un caos controlado, una sinfonía cacofónica de idiomas, pasos apresurados y el estrépito metálico de las maletas. El aroma a café recién hecho luchaba contra el penetrante olor a desinfectante. Me sentí pequeño, insignificante, un pez tropical arrojado a un vasto océano desconocido.

Navegué por el laberinto del aeropuerto como en trance, mis ojos saltando de un letrero en inglés a otro. Aunque entendía el idioma, cada palabra parecía un recordatorio de mi desarraigo. Recogida de equipaje. Aduana. Salidas. Cada paso me alejaba más de lo familiar y me adentraba en lo desconocido.

Un zumbido en mi bolsillo me devolvió a la realidad. Era un mensaje de Larry, mi anfitrión de Couchsurfing: "¡Bienvenido a Miami! Espero que tu vuelo haya sido bueno. ¡No puedo esperar a conocerte!"

Una sonrisa nerviosa se dibujó en mi rostro. Confiar en un completo extraño, alojarme en su casa... era un acto de fe en sí mismo. ¿Quién era realmente Larry? ¿Me sentiría cómodo en su hogar? Las preguntas me asaltaban, pero las acallé con un suspiro determinado. Este viaje se trataba precisamente de eso: salir de mi zona de confort, enfrentar lo desconocido. No había vuelta atrás.

Salí del aeropuerto con la mirada fija en el horizonte, buscando una señal, una pista que me guiara en este nuevo camino. Miami se alzaba frente a mí, una jungla de cemento y cristal, un espejismo de luces y colores bajo el sol implacable.

El viaje desde el aeropuerto hasta la casa de Larry resultó ser una odisea inesperada. Sus instrucciones, una combinación de autobuses y trenes, parecían un acertijo digno de un laberinto. Mi inexperiencia con el transporte público estadounidense, combinada con mi orgullo que me impedía pedir ayuda, me llevó a perderme varias veces.

Horas más tarde, exhausto y frustrado, finalmente llegué a Miami Beach en la madrugada. "Vaya comienzo", pensé con amarga ironía mientras la incertidumbre me carcomía. ¿Valía la pena pasar de tener control de todo a no saber ni hacia dónde iba?

La caminata hasta el apartamento de Larry fue como un sueño febril. Las luces de neón parpadeaban, las palmeras se mecían suavemente, y el lejano rumor del océano se mezclaba con la música que emanaba de los clubes nocturnos. Miami Beach estaba viva, vibrante, incluso a esta hora. De alguna manera, esa energía incesante me tranquilizaba.

Finalmente, frente a la puerta blanca del modesto edificio de Larry, respiré hondo. Ansiedad y alivio se mezclaban en mi pecho mientras tocaba el timbre.

La puerta se abrió, revelando a un hombre joven con una sonrisa cálida y ojos brillantes. "¡Daniel, bienvenido!", exclamó Larry con un marcado acento taiwanés. "Pasa, pasa. Me tenías preocupado, pensé que te habías perdido."

Larry era más bajo de lo que imaginaba, con una energía contagiosa y una mirada llena de genuina curiosidad. Su alivio era palpable; había estado esperando toda la noche.

Su apartamento era pequeño pero acogedor. Una pared entera estaba cubierta de estanterías repletas de libros, un detalle que inmediatamente me hizo sentir en casa. Larry me ofreció una taza de té caliente y nos sentamos en un sofá desgastado pero cómodo.

VIAJANDO ENCONTRÉ A DIOS [ ✔COMPLETA] [ EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora