VII. Colisiones Internas -- Nueva York / EE. UU. 🇺🇸

21 0 0
                                    

Perdido en el laberinto de Nueva York, con la media noche arropando todo como un telón pesado sobre la ciudad, me encontré en una encrucijada no solo física, sino también emocional. Buscaba desesperadamente una recóndita iglesia, un refugio prometido en esta jungla urbana, pero en su lugar, en el punto marcado por el mapa, me enfrentaba a una infranqueable reja metalica que guardaba un vasto estacionamiento oscuro, y tras él en la distancia, un colosal edificio que se erguía como un espectro en la penumbra.

Con un nudo en el estómago, toqué la reja con insistencia, pero nadie respondió. La inquietante soledad del lugar, agudizada por la larga espera, y combinada con la creciente posibilidad reincidente de pasar la noche a la intemperie, desencadenó una oleada de ansiedad que no había experimentado antes en mi viaje. 

Mi única esperanza residía en el nombre 'Salvador', que ahora gritaba al vacio parqueadero con una mezcla de vulnerabilidad, desesperación y esperanza, resonando en el vacío de las calles neoyorquinas. En ese momento crítico, el nombre se transformó en un simbolismo profundo, convirtiéndose en un clamor por salvación en medio de la incertidumbre de la gran ciudad.

La fría brisa nocturna de Nueva York rozaba mi rostro, intensificando la sensación de vulnerabilidad mientras permanecía frente al imponente edificio. Cada grito de '¡Salvador!' parecía perderse en el vacío urbano, un eco de mi aislamiento en esta metrópoli desconocida. La espera se tornó insoportable, cada minuto se alargaba como una eternidad, mientras las sombras oscuras en la noche parecía cerrarse más sobre mí.

Justo cuando la desesperanza empezaba a asentarse, una figura emergió desde la penumbra del estacionamiento con un telefono a su oido. Al principio, solo era una silueta distante, pero gradualmente, el contorno de un rostro conocido se hizo visible bajo la luz mortecina de una farola cercana.

Con un suspiro de alivio, le rogué que se acercara a mi. No era Salvador, sino un antiguo compañero de la universidad, cuya presencia inesperada en este lugar y momento era tan sorprendente como bienvenida. Explicandole mi situación entre ráfagas de palabras esceleradas. Sin vacilar, me guió al interior del edificio, que ahora revelaba su identidad: una iglesia transformada en un hogar comunitario. El interior, cubierto de alfombras rojas, tenía el aire de un antiguo teatro, con su ambiente acogedor pero ligeramente surrealista.

No pasó mucho tiempo antes de que Salvador, mi viejo amigo de la universidad, apareciera, disculpándose por su ausencia. Había estado en una iglesia cercana, perdiéndose en sus deberes pastorales. Me mostró mi acomodo para la noche, una sala de comedor convertida improvisadamente en dormitorio, con colchonetas de playa extendidas en el suelo. A pesar de ser una solución sencilla, había algo reconfortante en su humildad, un recordatorio del espíritu de adaptación que había aprendido a valorar en mis viajes.

Reflexioné sobre la ironía del día: había comenzado con la incertidumbre de un viajero solitario en una ciudad abrumadora, pero terminaba con la hospitalidad inesperada de rostros conocidos y nuevos amigos. Mientras me acostaba en mi colchoneta, el cansancio del día se apoderó de mí, y me sumergí en un sueño profundo, con la ciudad de Nueva York susurrando sus historias innumerables a través de las paredes de mi refugio temporal.

En la quietud de la noche, mientras yacía en la colchoneta, mi mente se embarcaba en un viaje introspectivo. La habitación, con su modesta decoración y la suave alfombra roja, se convertía en un santuario de reflexiones. Los eventos del día se entrelazaban en mi cabeza, desde la incertidumbre de mi llegada hasta el inesperado reencuentro que me salvó de una noche incierta en las calles de Nueva York.

Pensé en el nombre de Salvador y cómo, en un giro del destino, había adquirido un significado tan literal en mi situación. Reflexioné sobre las conexiones y encuentros inesperados que habían marcado mi viaje hasta ahora, cada uno aportando una capa adicional de significado a esta odisea personal.

VIAJANDO ENCONTRÉ A DIOS [ ✔COMPLETA] [ EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora