XXV. Dejando la luz atrás -- Da Nang / Vietnam 🇻🇳

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Su delgado cuerpo esbelto y juvenil, inmóvil, reposaba sobre los brazos de aquel hombre alto y fornido mientras este subía las escaleras rumbo a la habitación.

Se cabello, castaño, perfectamente alisado y radiante de vida, reflejaba las tenues luces de aquella casa, balanceándose de un lado al otro, colgando de su cabeza mientras su cuello languidecía hacia atrás, entre tanto que aquel hombre intentaba llevarla a esa recóndita cama.

Una casa humilde de arreglos improvisados y de luces tenues atestiguaba las escenas de aquella madrugada, pero ella estaba inconsciente; sin percatarse de lo que estaba pasando, lo que había pasado o lo que estaba por suceder.

Yo les seguía de cerca tratando de ayudar.

Habíamos estado esa noche en una discoteca, ella, su mejor amiga, Alan y yo.

Sus lágrimas habían corrido sobre su dulce rostro aquella velada mientras bebía y bailaba de pie junto a nuestra mesa al ritmo de la música electrónica.

No hablaba su idioma, y su amiga tampoco se interesaba en explicar el por qué de su llanto.

A veces su mano sujetaba la mía en las sombras del lugar, y ocasionalmente cuando nadie veía, besaba mis mejillas invitándome a avanzar.

Aquella noche, aturdido por la música, la falta de luz, la falta de sueño y la encrucijada moral en que me hallaba, no sabía cómo actuar.

De repente, como por una intervención sobrenatural, su cuerpo colapsó en mis brazos perdiendo la conciencia.

La tersa piel de su juvenil rostro palidecía mientras sus ojos exóticamente rasgados se cerraban sin que ninguna de nuestras atenciones, voces y llamados les hicieran despertar.

Para nosotros, la fiesta había terminado, al tiempo que nos apresuramos a sacarla del sitio para subirla a una de las dos motocicletas en que habíamos llegado a aquel lugar.

Los tragos que Alan tenía encima, aquellos por los que tantas veces habíamos tenido que sacarlo tambaleando ebrio de las discotecas de Da Nang, esta vez bajaron a sus pies producto de la adrenalina para permitirle manejar.

Fue así como conduciendo por las oscuras y solitarias calles de Da Nang en nuestras motocicletas, terminamos en la precaria casa de estas dos jóvenes vietnamitas intentando remediar lo que nunca debió pasar.

Así, uno tras otros pasaban mis días en Da Nang, entre reuniones de ocio con mis nuevos amigos, que desbaratándose de risa, con los cachetes colorados, jugaban a las cartas bebiendo vino.

En una de las cuales recibí por primera vez en mi vida, aunque no la última vez en mi viaje, de parte de una agradable joven francesa, la invitación a fumar marihuana con ella y sus amigos extranjeros, oferta que amablemente preferí declinar.

Mis tardes pasaban también disfrutando el atardecer con un delicioso café vietnamita destilado en hielo y crema de leche, en cafeterías repletas de hombres haraganes que se dedicaban a charlar y jugar juegos de mesa, mientras sus mujeres trabajaban para proveer para el hogar.

Y mis noches en toda clase de discotecas, desde aquellas a las que se les permitía el ingreso de niños pequeños, pasando por las que tenían constantes peleas a puños, hasta aquellas en las que esbeltas mujeres vestidas de lencería danzaban entre luces en tubos de Pole Dance.

Aquella noche del incidente, por primera vez reaccioné a la manera en que desapercibidamente me encontré arrastrado a un mundo tan poco familiar.

Todo comenzó la mañana de aquel día en que conocí a Loi y David, mis primeros dos amigos en aquella singular ciudad.

VIAJANDO ENCONTRÉ A DIOS [ ✔COMPLETA] [ EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora