C U A T R O

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La protagonista esta a oscuras, privada de luz,

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Tratas de calmarte a ti misma, de asegurarte que lo de electricidad no es grave. Te autoconvences y dices que, por fin, has encontrado el momento que necesitabas para relajarte como debes. Es curioso cómo tratas de alejar tus miedos y usas para eso los sonidos de tu garganta. Te hablas a ti misma, pero las palabras salen vacías de tus labios porque sabes que no son más que mentiras.

¿Sabes que yo estoy aquí? Sé que eres de esas personas que habla sola cuando no hay nadie a su alrededor o al menos, cuando piensa que no lo hay. Un rumor en mi pecho me dice que, en el fondo, sabes que te estoy viendo, y, en el fondo, te encanta. Esa es la razón principal por la que dices tus pensamientos en voz alta, porque quieres saberte acompañada, porque anhelas que te responda. Pero aún no es el momento, recuerda: todo a su tiempo.

—¡Qué bueno es alejarse de las redes sociales! —comentas. Eliges la oración más trillada e insulsa que podrías haber pensado. ¿Será verdad que la creatividad de las personas se esfuma con el miedo? Me rio de ti, de tu ingenuidad, de tu inocencia. Si en estos momentos me vieras, estoy seguro de que jamás volverías a hablarme. Eres orgullosa y, conmigo, tu paciencia es inexistente.

Al principio, ignoras el sonido proveniente del piso de abajo. Podría ser cualquier cosa, ¿no es cierto? No me hace falta leer tus pensamientos para saber lo que pasa por ellos. Aún es de día y según las películas de terror que tanto odias, los intrusos esperan hasta la noche para atacar. Mueves tus manos en el aire y tratas de apartar tus pensamientos que rayan en lo psicótico.

Pero es en vano. No puedes evitarlo. Es antinatural, aterrador, incómodo.

Noto cómo el terror comienza a hacerse palpable porque te pones de pie y empapas el suelo mientras corres a cerrar la puerta con seguro manual. ¿Cuándo fue la última vez que lo hiciste? Tu sistema de seguridad siempre se ha encargado de bloquearlas, pero ¿por qué tanto miedo? ¿Cuándo fue la última vez que te sentiste segura en tu propia casa?

Te lanzas de nuevo a la bañera y te sientas. La lluvia te cae encima, te empapa más. Llevas las rodillas hasta tu pecho y las abrazas. Veo tu incomodidad. El agua debe haberse enfriado. Me encargué de apagar el gas en cuanto te metiste al baño. Además, tu chapoteo apagó varias de las velas y el agua encharcada que dejaste en el suelo se cuela por debajo de la puerta. Te abrazas más fuerte e intentas relajarte de nuevo, pero no puedes. No consigues la paz. Otro sonido te arrebata el poco bienestar.

Tomas el móvil. Buscas un contacto reciente. Estás asustada, paralizada, ya aterrorizada. Lo llamas a él. Ya te lo dije, no le interesas. ¿Por qué insistes? Quizás, si te viera como yo te veo, si él supiera que detrás de la pantalla tú estás desnuda y desesperada, si viera cómo te caen los mechones empapados sobre tu rostro y se adhieren también a tu pecho, tal vez y solo tal vez, así él te trataría distinto.

Pero tú no eres de esas, ¿o sí?

Suena, suena, suena y él no te atiende. Es gracioso pero yo no tengo que hacer nada para separarlos. Él solo se aleja de ti. Sé muy bien que le fastidian las mujeres que le dan mucha atención, para él todas son su juego. Debes dejar de insistir, hermosa, mi hermano no te conviene.

La desesperación se aparta para dejar entrar a la ira. Vuelves una de tus manos un puño y le pegas con fuerza al espejo. Unas grietas nacen en el sitio que golpearon tus nudillos y la sangre mancha el vidrio. Mi imagen se distorsiona por unos segundos, como si fuera un bug de mi dispositivo. Tú gritas y no es precisamente por dolor físico, sino por furia.

—¿Por qué, por qué, por qué? —comienzas a decir y te desmoronas en el piso—. ¿Por qué cambiaste? ¿Por qué?

Levantas tu rostro, te sacas las lágrimas y vuelves a marcar. Esta vez ni siquiera suena, fue directo al buzón. Le dejas un mensaje en dónde le pides que te devuelva la llamada. Intentas otra vez, y otra, y otra. Nada. Siempre es así. Siempre dejas un mensaje diferente. Siempre descubro nuevas cosas. Siempre... termino por decepcionarme más.

Mis ojos se inyectan en sangre, tu ira ahora es mía. Sé que nada es tu culpa. No te preocupes, yo te ayudaré. Haré que me mires, te haré olvidar, me querrás. Él debe haberte engañado como lo hizo con todas. Fuiste una más. Me siento responsable de lo que él te hizo, de lo que hicieron.

Pronto, tus mensajes ahogados pasan a ser un monólogo desesperado. Me entero de los cómos, de los dóndes y de los cuándos. No lo hicieron una, ni dos veces: fueron múltiples. Hace dos meses que empezaron a acostarse juntos y desde que le pediste formalizar, él se apartó de ti. Lo aburriste con tus intenciones de un noviazgo feliz.

Te lo dije. Me lo dije. No lo quise creer. Soy un iluso, un idiota, ¿por qué confié?

Siento que ya es tarde,que lo evitable se volvió inevitable. Sucedió. Es un maldito traidor. Él sabíalo que tú significabas y aún significas para mí. Desde siempre.    

    

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