¿Qué ocurriría si una tarde, mientras estás sola en tu casa, te quedas sin luz?
Primero, supondrías que es un corte normal, ¿cierto?
Pero, te aseguro, que esta vez no es así.
Porque estoy yo.
Aquí, contigo.
Cuando no hay nadie más está a tu lado.
I...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
¿Por qué te molestas? ¿Por qué te sorprendes? ¡Era lógico!
Lanzas una almohada contra la cama, como si eso fuera capaz de solucionar alguno de tus problemas. No tienes internet en la computadora y la batería de tu celular está por debajo del cincuenta por ciento. ¡Y aún así conectas un cable para pasar los archivos que quiere y se los envías! Gastas datos y energía en el proceso. Lo haces, aunque sabes que acaba de rechazarte, y que no es la primera vez.
Sé que piensas que tendrás que pasar sola esta calamidad, pero yo sé que es porque le temes a la oscuridad. Pero tranquila, para eso estoy aquí; te haré compañía.
Tiemblas y no es por frío. Una gota de sudor rueda por tu frente, el aire acondicionado ahora no es más que una caja vacía que acumula polvo.
¿Qué te ocurre, princesa? ¿Estás nerviosa?
Intento de nuevo. Te envío otro mensaje, algo simple que sé que no te podrás negar a contestar. La pantalla de tu teléfono se enciende y te lanzas a él porque esperas leer un "gracias por los apuntes" que nunca llegará. Sé que miras mi nombre; sin embargo, esa es la razón por la que no reaccionas, ni siquiera te esfuerzas por desbloquear el aparato. Lo vuelves a dejar en la mesa.
¿Qué he hecho yo para merecer tus maltratos y tu mirada de desdén?
Me doy cuenta de que también estoy temblando. Mis dedos tamborilean sobre el teclado de mi laptop y pienso en qué puedo hacer para llamar tu atención. Aclaro mi garganta, ¿me escuchas? Tu expresión no cambia. Me pregunto si sabrás que estoy más cerca de lo que piensas, si sabrás que cuido cada uno de tus pasos desde hace mucho tiempo.
Miro el corcho junto a mi escritorio, allí tengo las polaroids que he tomado de ti. Cuando sales de casa, en el supermercado cuando haces las compras, con el teléfono en clases, con tus amigos en los pasillos. ¿Cómo es posible que, aún, no te hayas percatado de mi existencia?
¿Por qué lloras princesa? Abrazas la almohada que habías lanzado antes. Sigues pensando que estás sola, pero aún no consideras revisar el mensaje que te he enviado. Mi paciencia tiene un límite, envío otro. Sé cómo hacerte reaccionar. Aunque me subestimes, puedo manejar cada uno de tus pasos.
De nuevo, te lanzas al aparato porque piensas que puede ser un mensaje de tu príncipe azul. No te culpo, a nadie le gustan los sapos. Te ves tentada a dejarlo ahí cuando lees nuevamente mi nombre, pero sé que algo capté tu atención. Mi plan ha funcionado.
Uno de los aparatos de tu cocina se enciende justo cuando abres el mensaje y no puedes evitar abrazar el teléfono a pesar de que mi nombre aparezca en la pantalla. Sonrío. No te preocupes, de todos modos, sentí el calor de tus brazos. No me importa que lo hayas hecho sin percatarte de ello, la acción es lo que cuenta.
Vuelves a mirar tu móvil. Te he hablado de él. Esa es la razón por la que reaccionaste y me regalas tu atención. De inmediato, me bombardeas con preguntas. Creo que es la primera vez que me respondes con algo que no son monosílabos. Siento un sabor metálico en mis labios, ¿por qué él es el único que obtiene tu atención?
Te respondo lo que precisamente no tienes ganas de leer, pero yo no te puedo mentir. Es la verdad:
[Está en su habitación. Juega videojuegos con sus amigos].
Gruñes por la desesperación y tienes ganas de arrojar tu celular al piso. Veo que haces el amague; pero sabes que lo dañarías y te contienes porque sabes que es la única fuente de luz que tienes en estos momentos. Caminas y arrastras tus pies descalzos hasta la cocina. Hueles a café recién hecho y observas que la cafetera está hirviendo. El líquido negro chorrea por los bordes. Todo es un desastre.
—¿Qué mierda está sucediendo? —dices al borde de la histeria mientras te acercas despacio para ver cómo dominar el aparato. Te quemas el dedo con café y te lo llevas a la boca. Haces un quejido de dolor.
¿Estás bien? ¿Te duele? ¡Debes tener más cuidado! ¿Cuándo aprenderás? Eres tan torpe... Asustada, lo desenchufas.
¡Estás descalza! ¡Sé más consiente, no busco que te mates!
De pronto, vuelves a ver tu teléfono. Te acuerdas de mí, lo veo en tu mirada y por la forma en que abres nuestra conversación y me escribes. Muerdo con mayor fuerza mi labio... ¿Para ti soy solo el idiota que siempre arregla todo lo que tiene que ver con tecnología? ¿El que configura los routers, instala los televisores smart y te arregla el teléfono? ¿Para eso es lo único que existo?
[Oye... en mi casa no hay luz, pero se prendió la cafetera. ¿Cómo es posible?].
Una carcajada se escapa de mis labios, ¿cómo puedes ser tan inocente? Aprovecho la situación y la saboreo, la disfruto, la deseo. Me iré al infierno por burlarme de ti en estos momentos en que estás tan vulnerable, pero ver tu cara de consternación me hace ansiarte aún más. Tecleo una respuesta rápida:
[Seguuuro. Lo que digas. Mejor date un baño con agua fría porque el calor te está afectando].
La furia juega con tus facciones. Me insultas a viva voz, ¡típico! Una carcajada se escapa gutural de mi garganta. Veo que, increíblemente, me haces caso. Te quitas la playera de tirantes y puedo observar a la perfección que no llevas sostén. Pienso que las cosas se pondrán más interesantes de lo que creía.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Nota de autor:
Y aquí le traemos el segundo capítulo. Las cosas cada vez se ponen más difíciles para nuestra protagonista.