D I E Z

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La luz ha vuelto,

ya todo crees que estará bien.

Puedes colocar el fondo de tu teléfono en blanco.

La luz del sol baña las hermosas calles del barrio cerrado en dónde vives

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La luz del sol baña las hermosas calles del barrio cerrado en dónde vives. Algunos rociadores están activados y tengo que caminar con cuidado para no mojarme las zapatillas. Hace un momento, aún era de noche. Acaba de amanecer.

Recién me detuvo el guardia de seguridad para decirme que era muy temprano para venir a visitar a mi novia. Me reí. No pude evitarlo y, tampoco, negarlo. Ahora, gracias a eso, tengo una estúpida sonrisa en mi rostro. ¡Lo siento! Sé que me estoy adelantando, pero la ansiedad me quema por dentro.

Antes de entrar a tu casa, desactivo las cámaras y los bloqueos de las puertas. Golpeo mis manos para que sepas que ya estoy aquí, pero no sales. Debes seguir durmiendo. Te dormiste mientras chateábamos, cuando me rogaste por compañía y me pediste que te cuidara.

Tranquila. Ya no tienes nada que temer. Yo me encargaré del culpable imaginario. Mientras te quedes conmigo, podré mantener a los hackers «bromistas» alejados de ti. ¿Te parece bien?

Abro la puerta de tu casa con facilidad. Entro. Susurro tu nombre para no asustarte, pero tú no vienes a mí. No te preocupes, voy a tu encuentro. Yo no te fallaré. Sé dónde estás. Sigues dormida sobre la mesita de café. Sonrío. El sufrimiento de las horas anteriores parece haberse desvanecido y, ahora, ante mí, yo tengo un ángel, una muñequita de cristal. Te ves tan vulnerable, tan niña, tan frágil. Quiero acariciarte la mejilla y apartarte el mechón de pelo que tienes sobre la nariz, pero temo despertarte. No quiero que te lleves una impresión errada de mí.

Me quito mi sudadera y te la pongo sobre los hombros. La noche se encargó de enfriar tu casa y no quiero que te enfermes. Me aparto sin despertarte y abro las cortinas para dejar entrar a la luz diurna. La claridad te cae encima y frunces la nariz como un pequeño conejito. Mis mejillas arden y me giro para que no me veas así: sería bochornoso.

Te frotas los ojos y me llamas. Quieres saber cuándo llegué. Me siento tentado a decirte que nunca me fui. Repites mi nombre, otra vez, pero ahora con timidez y me estremezco. Usualmente, no te diriges a mí de ninguna forma en específica. Anoche fue la primera vez en que me llamaste por mi nombre y fue por escrito. Me volteo y finjo sorpresa:

—Recién —me apresuro a responder—. Perdón, no quise despertarte.

—No, no. Está bien —dices con una tierna sonrisa y veo como poco a poco tus ojos se vuelven a llenar de lágrimas. No sé si sentirme culpable o afortunado de poder ver, en directo y sin una pantalla de por medio, una reacción tuya así.

Te levantas con pesadez y yo me acerco a ti, pero no sé qué hacer. Veo tu aspecto abatido y se me encoge el pecho. Quisiera abrazarte, darte de mi calor; pero creo que aún no es el momento. Tú te frotas los brazos y notas mi abrigo sobre ti.

¿Me miras?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora