Los nuevos nosotros

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Estaba tan enfadada con él, lo había vuelto a hacer. Últimamente cada vez que tenía novia nueva pasaba de mí como de la mierda. Me había dejado plantada, hacía más de una hora que habíamos quedado y ahora estaba ahí en mi salón como si nada, hablando con mi padre de fútbol.

–¡Ana! Nico está aquí –gritó mi padre desde el salón.

–Hola –él estaba tan tranquilo, mirándome con una sonrisa sentado al lado de mi padre en el sofá.

–¿Qué haces aquí? –le pregunté cortante. Mi padre me puso mala cara pero no dijo nada.

–He venido a verte, ¿no habíamos quedado? –Nico omitió mi tono y continuaba sonriente.

–Sí, habíamos quedado, hace más de una hora.

–Perdona, se me fue el tiempo. –Sonreía como al recordar en qué se le fue el tiempo, me estaba mosqueando aún más. –Pero ya estoy aquí –se levantó del sofá y se me acercó.

–Bueno, pues gracias por dignarte a venir, pero es tarde, tengo cosas que hacer, ya nos veremos. Te acompaño a la puerta. –No me daba la gana de dejarlo correr otra vez, no le iba a perdonar tan fácilmente, era la tercera vez esa semana que me lo hacía... ¡y sólo estábamos a viernes!

–¡Ana! ¿Desde cuándo echamos a Nico de esta casa?–intervino mi padre enfadado. –¿Se puede saber qué os pasa?

–Tranquilo, no pasa nada, sólo está enfadada porque tengo nueva novia y estoy quedando menos con ella. –Le contó Nico con mucha calma y con la sonrisa perenne en su rostro.

–Ana, no deberías estar celosa, es normal que si tiene novia quede más con ella que contigo, tendrá que dedicarle tiempo. –Mi padre tenía buena intención, lo sé, pero aquello no ayudaba a que mi enfado disminuyera. Que lo hubiera metido a él en el medio sólo empeoraba las cosas.

–Eso le digo yo. Si su hija accediera a salir conmigo ya no tendríamos estos problemas. Pero es muy cabezota y no quiere. –¡¿No se daba cuenta de que estaba hablando con mi padre?!

–Bueno, bueno, eso es cosa vuestra –mi padre parecía algo avergonzado por el tono que había cogido la conversación, pero sonreía. –Pero solucionar las cosas... a ser posible antes de este domingo, que quiero que vengas a ver el partido aquí, sino entre Ana y su madre se alían contra mí y acabamos viendo un telefilm o algo peor...

–Claro, no se preocupe, el domingo estoy aquí. –Por fin dejó de hablar con mi padre y empezó a hablar conmigo, aunque lo suficientemente alto como para que mi padre lo oyera. –¿Entonces qué, me voy o me gritas en tu cuarto y lo solucionamos?

–Haz lo que quieras –Me fui a mi habitación y Nico me siguió.

–Subiré el volumen –dijo mi padre desde el salón. Aquello era frustrante, que se aliaran contra mí y trataran mi enfado como una tontería.

Nico cerró la puerta de mi habitación tras de sí y se tumbó en mi cama. Yo me senté frente al escritorio y seguí haciendo deberes de clase, ignorándole deliberadamente.

No podía concentrarme en lo que hacía, por mi cabeza estaba pasando todo lo que le quería decir, todo lo que sentía y no era capaz de ordenar mis ideas en un discurso coherente para explicarle por qué estaba enfadada. Él tampoco decía nada. Empezaba a temer que se hubiera quedado dormido cuando oí como se levantaba de la cama y venía hacia mí.

Instintivamente me tensé esperando a ver qué pasaba. Nico se puso de rodillas al lado de la silla en la que yo estaba, me rodeó la cintura con los brazos y apoyó su cabeza en mi abdomen. Me abrazó con fuerza y no dijo nada, se quedó así, sin más. Tardé unos segundos en reaccionar. Y cuando lo hice puse una mis manos sobre su cabeza para acariciarle el pelo. A veces era un gilipollas, pero la verdad es que notaba cuánto me quería y yo le quería a él. Mi enfado disminuyó.

Mi mejor amigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora