Capítulo 6

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Nada más entró por la puerta, dejó caer la funda de la guitarra en el suelo. Con cuidado, por supuesto; era su posesión más preciada.

Discos de vinilo antiguos y pósters de cantantes y grupos legendarios enmarcaban aquel pequeño salón, que ahora se le quedaba demasiado grande.

Desde que su última novia la dejó, hace ya más de un año, Jirô se sentía un poco sola.

Se despojó de las botas negras con rapidez y se abalanzó sobre el sofá, apoyando el correo recién sacado del buzón sobre un cojín. Sacó su manojo de llaves del bolsillo de sus vaqueros rotos y se dispuso a abrirlo.

Facturas, facturas y más facturas.

Nadie, excepto los bancos, enviaba ya cartas en los tiempos que corrían. No es como si se esperase una nota de su amante secreta o algo.

¿O quizás sí?

La última era especial. No era el papel impersonal de las entidades financieras. El sello constaba de unas bonitas flores de cerezo y estaba escrita a mano.

Reconocería esa impecable caligrafía en cualquier parte, pasasen los años que pasasen. Era la letra de Momo Yaoyorozu. Y si recordaba bien, el remitente era el de su casa.

Se apresuró a leer su contenido, no sin cierto temor.

¿Por qué demonios Momo Yaoyorozu le enviaba una carta, después de tanto tiempo?

Sólo se le ocurrían un par de opciones. Y ninguna le gustaba.

Le dio un vuelco el corazón.

Compromiso. Boda. Yaoyorozu. Todoroki. Invitación.

Todas esas palabras demasiado juntas.

Su mayor sospecha y su mayor miedo. Su peor pesadilla.

Oh, pero entonces, se detuvo a leer con propiedad el contenido y volvió a respirar. No se casaban, anunciaban el casamiento.

Los ricos estaban chiflados.

Los ricos estaban chiflados porque, primero, ¿quién demonios enviaba cartas, existiendo la tecnología?

Segundo, ¿quién demonios hacía una fiesta para anunciar que se celebraría una boda?

Y tercero, ¿quién demonios había sido el genio al que se le ocurrió la brillante idea de emparejar a Momo Yaoyorozu y a Shôto Todoroki?

"Genio" en un sentido metafórico, claro. Al igual que "brillante".

Porque era evidente que ninguno sentía interés por el género opuesto.

Oh, vamos, pasó tres años con ellos. Los conocía. Llámalo gaydar, llámalo x, pero lo sabía.

Sólo había que mirar al pelirrojo unos minutos para darse cuenta de que se pasaba el día detrás de Midoriya. Que se comportaba con él como no se comportaba con nadie. Y sabía, de fuentes fiables, como miraba a los demás chicos en los vestuarios, especialmente al pecoso.

Joder, se pasó tres años de su vida junto a Momo Yaoyorozu y no se le oyó ni una vez comentario alguno sobre su belleza. Era obvio que ni le iba ni le venía.

Y respecto a la pelinegra, tres cuartos de lo mismo. Sonrojos en las duchas, nervios al compartir cama y miraditas fugaces a muchachas atractivas.

Más algún detalle que Kyôka, y solo Kyôka, conocía.

Dios, habían tenido toda una historia juntas, digna de un manga shôjo.

Shôjo, porque estuvieron tonteando durante años para que todo acabase con un mísero beso.

Pero lo suyo no había funcionado porque ellas fueran tan estúpidas como la mayoría de los adolescentes que protagonizaban ese tipo de historias, sino porque estaban tan metidas en el armario, pues el estigma con la homosexualidad en Japón era tan grande, que ninguna se atrevió a ser honesta.

Ser gay en Japón significa estar mal visto, como alguien inferior, un pervertido o un pederasta. Significa no poder cogerle la mano a tu novio en público. Significa poder perder tu empleo o verte durmiendo en la calle porque tu familia te repudia. 

Pero ser lesbiana en Japón es muy diferente. Es que ni si quiera se toma en serio. Porque es normal que las chicas sean cariñosas entre ellas, ¿verdad? 

No pasa nada, después se casarán con un hombre de provecho y serán buenas esposas que lo esperarán con la cena hecha. Un buen matrimonio y olvidarían aquella etapa de su adolescencia donde querían mucho a su mejor amiga, ¿verdad?

Volvió a sentir una punzada en el pecho.

No la había vuelto a ver desde el día de la graduación. Y ahora se sentía jodidamente culpable.

Contempló la carta que tenía entre sus manos. Y una gota salada cayó sobre ella.

Dios, ¿que barbaridad le estaban obligando hacer a Momo?

¿Qué métodos habían empleado para persuadirla?

Se le heló la sangre.

Su madre.

Aquella mujer tan superficial y estricta. Aquella mujer que la odiaba, sentimiento que era mutuo.

La juzgaba por su manera de vestir, tan poco formal, por su corte de pelo, tan poco femenino, por su maquillaje, tan oscuro. Por sus pulseras de pinchos y sus medias de rejilla. Por tocar la guitarra. Por ser quién era. Porque no concebía cómo es que su hija tenía una amiga así, aunque Kyôka tampoco estaba segura de que veía una señorita de bien como Momo en ella.

Sin embargo, había ido en infinidad de ocasiones a la enorme mansión de los Yaoyorozu. Y cada vez, descubría algún sitio nuevo. Parecía un palacio. Y Momo era la princesa recluida en él. Sólo que, en este cuento, no había príncipe alguno con la capacidad de salvarla.

Y menos si ese príncipe tampoco buscaba cortejar a una doncella.

Se enjuagó los ojos.

Iba a ir a esa condenada fiesta.

× × ×

Vale, esta vez no tengo excusa. Lo siento (?)

Bueno, en fin, si subo este capítulo un poco tarde es porque lo he estado perfilando hasta el último momento, ya que no había quedado muy convencida con el resultado (y sigo sin estarlo), pero bueno, algo es algo, tampoco pasa gran cosa, sólo es la única pieza que quedaba por encajar antes de la famosa fiesta, en la que se va a armar una que no os la imagináis. 

¡Y llegamos al ecuador de la historia! 

O sea, la mitad. 

Sí, sólo voy por la mitad ¡pero por fin he introducido a la rockera favorita de nuestra queridísima Momo!

En el próximo capítulo ya va a empezar el salseo a tope, así que esperadlo con ganas.

Me gustaría contar más, pero mejor no, que os lo estropeo.

¡Nos vemos!

La pareja perfecta [MomoJirou|TodoDeku] - BnHADonde viven las historias. Descúbrelo ahora