Cuarta Hora; Siete

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Lincoln apenas podía respirar. Podía sentir toda su cara palpitar de dolor por los golpes de Matilde, su cuerpo no estaba en una situación muy diferente. La confusión e inconciencia se adueñaban de él momentáneamente mientras trataba de darle un sentido a todo. Podía escuchar voces, voces felices que cantaban y parecían festejar algo.

No entendía mucho de lo que esas voces decían, sólo sabía que había un olor terrible en el aire y que apenas podía ver nada. Trató de pasar su mano por su cara, pero lo encontró muy difícil. Se sintió caer por un segundo y algo golpeó su cabeza por detrás de la nuca. Alguien le habló en ese momento, le dijo que tuviera cuidado con... con algo de la calle.

-¿Estaba en la calle?

Lincoln agitó un poco su cabeza tratando de ver mejor, y se encontró con un cielo estrellado que parecía moverse lentamente. No, eso estaba mal. Lo que se movía era él. Dos tipos lo estaban arrastrando, cada uno le sostenía una pierna. Su pierna, la pierna derecha le dolía mucho, aun más que cualquiera de los otros golpes en su cuerpo. Los recuerdos no tardaron en regresar mientras su conciencia se recuperaba, no podría haber estado fuera mucho tiempo.

Había empezado a llorar y a suplicar que lo dejaran, y entonces aquel chico le había dicho que se callara y le había dado una patada muy fuerte en la cabeza, todo se volvió negro en ese momento. Aun se sentía confundido mientras era arrastrado. Intentó mover su cuerpo para liberarse pero lo tenían sujeto de forma muy fuerte.

-Ñ-ño. –Dijo lo mejor que pudo. Su boca se sentí extraña y pastosa. Sentía que había perdido un diente por los golpes que recibió de aquella chica Matilde, y quizás hubiera perdido el resto de no haberse detenido.

-Nuestro invitado especial está despierto, papá. –Matilde le dijo al hombre que supuestamente era su padre. Aunque Lincoln jamás podría verlos como una familia real, las familias no son nada como lo que esos tres eran. –¿Quieres otro trago, nene? Pues lo siento, pero ya estoy algo seca, tendrás que esperar un poco más.

Al principio Lincoln no entendió a que se refería esa chica, pero con el fin de la confusión vinieron los recuerdos. Lo que esa chica había hecho, lo que él mismo había hecho. La humillación y el dolor interno que sentía en ese momento eran indescriptibles. Podía sentir como si le estuvieran apuñalando en su mismísimo interior. Bien podrían matarlo ahora mismo con tal de no sufrir nuevamente ese dolor.

Pero no iban a matarlo. Se lo habían llevado por una razón. Habían mencionado una fiesta cerca de aquel descampado, un lugar al que estaban llegando tarde, y al que lo arrastraban como su invitado especial. Lincoln no quería ser un invitado especial en ninguna fiesta que se celebrara aquella noche, todo lo que quería hacer era liberarse e irse a casa. O al menos encontrar un montón de basura donde tirarse y dormir lo que reste de la noche

Si tenía suerte, entonces cuando despertara descubriría que todo fue una terrible pesadilla. Jamás había estado sólo la noche de la purga; aquella noche ni siquiera existía. No era nada más que la pizza del día anterior que le había hecho tener pesadillas horribles. Algo que tendría que contarle a un buen psicólogo cuando despertara.

Pero estaría bien.

-¡AH! –Lincoln gritó mientras estiraba su mano hacia su pierna derecha.

-Lo siento niño, fue un accidente. –La forma de decirle indicaban que no había sido en lo más mínimo un accidente. Había sido un acto deliberado por parte de aquel cerdo que decía ser el padre de aquellos dos monstruos, y lo había hecho porque había notado el particular dolor que Lincoln demostraba en esa pierna. Definitivamente no era estúpido cuando se trataba de herir a otros.

La Purga Loud: La noche de LincolnDonde viven las historias. Descúbrelo ahora