3. Los gatitos de Robin

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Los gatitos de Robin

—¿Puedo hacerte una pregunta?

Estoy al lado de Robin mientras bajamos las escaleras que nos llevan al comedor como si fuéramos Angelina Jolie por la alfombra roja de los Oscar. Robin se vuelve para mirarme, la sonrisa jamás desapareciendo de sus ojos.

—Claro. Dispara.

—¿Por qué nuestro grupo se llama Los gatitos de Robin? —Pregunto curiosa. Él se ríe y agita la cabeza, de la cual cae purpurina. ¿Por qué le sale purpurina del pelo?

—Pensé que era divertido, ya sabes, los gatitos son monos y traviesos —me vuelve a guiñar un ojo, pero yo sigo pensando en la purpurina de su pelo. Parece darse cuenta, ya que me aclara—: Y sí, cae purpurina de mi cabeza. Solo estaba probando un nuevo truco, pero —hace una mueca con los labios—, ya ves, se ha jodido y ahora parezco Barbie purpurina.

—Eso no existe…

Hace un gesto con la mano mientras sigue con la amplia sonrisa en los labios.

—Bah, no importa. Las barbies nunca han sido lo mío.

Aprieto los labios para no reírme, pero la carcajada estalla de todas formas.

Retrocedo y hasta situarme al lado de Abril, que mira a Robin como si acabase de ver un unicornio blanco y majestuoso caminar por los pasillos de mármol. Le doy un codazo hasta conseguir su atención. Me mira incrédula.

—En serio, jamás he visto a nadie, y menos a un tío de veinte tacos, agitar el pelo y escupir purpurina.

Seguimos caminando por los enormes pasillos que conducen al comedor, hasta que una puerta entreabierta llama mi atención entre todas estas paredes de mármol blanco y decoraciones doradas. La puerta doble y color caoba se entreabre, dejando a la vista una sal de paredes de cristal. Un par de paneles de cristal se abren hacia el color anaranjado del atardecer, dejando que la explanada de césped y árboles de cerezo atraigan una brisa fresca y con olor a flores. Pero no es eso lo que llama mi atención, sino el gran jacuzzi que ocupa el centro de la habitación, bajando unos escalones de, cómo no, mármol blanco con una barandilla dorada. Unas voces escapan por el hueco de la puerta, sacándome de mi burbuja. Un hombre con una bata de seda blanca agarra el pomo y, tras mirarme, cierra la puerta con fuerza, acabando con mi visión del jardín y del jacuzzi.

Corro hasta llegar a Abril, que me espera junto a una esquina, mirándome con los ojos muy abiertos.

—Joder, te estaba hablando y cuando me doy la vuelta ya has desaparecido. Creía que te habían raptado.

—No seas gilipollas —replico mientras le doy una colleja en el cogote— ¿Quién mierdas me iba a raptar? ¿Freddy Krugger?

Abril frunce el ceño y hace una mueca.

Somos las últimas del grupo y bajamos a toda prisa por las escaleras reales, como yo las llamo. Enseguida, Abril y yo, nos ponemos rectas y simulamos que llevamos el vestido más lujoso de la marca Dior y bajamos como si nos acabasen de nombrar sucesoras de la reina de Inglaterra.

—Gracias, gracias, mis fieles lacayos —va diciendo Abril a la par que nos reímos.

Cuando terminamos de bajar las escaleras, Robin está apoyado en una de las lujosas columnas, con las piernas cruzadas y una sonrisilla de lo—he—visto—todo que me hace enrojecer.

—¿Habéis acabado el desfile, princesa?

Tanto Abril como yo dejamos morir las risas, pero ante el tono burlón de Robin, apenas podemos seguir serias.

Ever Dream [PARADA TEMPORALMENTE]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora