4. Laberinto

65 5 3
                                    

4

La voz fantasmal de Robin sigue aturdiéndome cuando abro los ojos.

Me siento en la cama bañada en sudor, con todo el pelo en la cara. Me llevo la mano al pecho, notándolo saltar. Cuando todo vuelve a la normalidad me apoyo en el duro cabecero, pensando.  La angustia de ser perseguida y ahogada por sombras oscuras no me abandona, así que decido levantarme de la cama. Camino en silencio hasta envolver el pomo dorado de la puerta con mis dedos. Lo giro lentamente y me escurro por la rendija. Cierro la puerta y empiezo a rondar la sala común, esquivando las mesas. Me pongo de puntillas sobre el suelo y voy hacia la salida de la sala común, pero el mármol del suelo es tan liso que mis pies resbalan y, para evitar el golpe, una de las mesas redondas se me clava en la cadera.

Ahogo un grito.

Cuando el dolor remite, voy cojeando hasta fundirme con la oscuridad del pasillo.

Apoyo las manos en las paredes, con cuidado de no rozar ningún cuadro. Respiro profundamente, con el corazón palpitándome en la garganta al pasar por la puerta de la habitación de Robin. Al salir del pasillo y del peligro de que Robin se entere de mi escapada, suspiro y dejo salir todo el aire que estaba conteniendo. Llego rápidamente a las escaleras principales, de eso no me he olvidado. Menos mal… Pongo un pie detrás del otro y bajo por la alfombrada escalera. Doy la vuelta por el lado derecho y sigo sin saber hacia dónde voy. No importa. No puedo dormir y lo mejor que puedo hacer es dar una vuelta.

Un sonido metálico me pone alerta. El corazón se me vuelve a poner de corbata. Me escondo en el hueco de una gruesa columna granate y espero. Dos personas, un hombre de mediana edad y una joven de no más de 30 años, se acercan por uno de los pasillos, hablando en susurros y portando dos bandejas de plata. Van vestidos con el uniforme blanco y negro que llevan los empleados de la cocina de este lugar. Escondo la cara cuando pasan justo al lado de la columna y, cuando sus susurros y los ruidos de las bandejas dejan de oírse, salgo de mi escondite.

Resoplo por la suerte que tengo y me escondo en otro pasillo.

—¿Qué hace aquí, señorita? —La voz me sobresalta al llegar a las cocinas.

Me doy la vuelta y veo a una camarera joven y con el moño un poco deshecho.

—Ehhh… —miro en rededor y la escusa aflora de inmediato. ¿Cómo soy tan tonta? —. Solo tenía un poco de hambre y había  pensado que…

La camarera hace un movimiento con la mano, ignorando mi escusa.

—Ya, ya. Coge un bollo de pan y lárgate.

Asiento y me esfumo de la cocina con un bollito de pan en la boca.

Llevo lo que parecen horas caminando y caminado por estos pasillos infinitos. No sé dónde estoy y esto está empezando a darme miedo. Bajo por unas escaleras de metal en forma de caracol hasta llegar a una maraña de pasillos. Es la tercera vez que bajo unas escaleras, y desde luego, cada piso que bajo es más laberíntico y confuso. Me paro en una encrucijada donde las paredes están cubiertas por lo que parece una tela rojiza con dibujos en amarillo dorado.

Tengo los pies congelados contra el frío suelo. ¿A quién se le ocurre salir sin zapatos? Me decido por el camino de la derecha y me adentre en el. Cada ciertos pasos encuentro una lámpara con velas que me ofrece un poco de claridad dentro de tanta tiniebla. Encuentro una puerta de cristal con barras de bronce sobre él. Intento abrir la puerta y, para mi sorpresa, ésta se abre con un ligero cric. La habitación que me abraza sigue teniendo los techos altos que caracterizan los de las plantas superiores. No logro entenderlo, estamos bajo tierra. Las lámparas arañas caen en cascada desde el techo. Las joyas brillan y crean reflejos sobre las paredes.  Bajo la mirada del techo y abro la boca, estupefacta y asombrada  por la cantidad de armaduras brillantes que rodean la estancia. Brillan en contraste con las velas que hacen reflejos en ellas, convirtiéndolas en figuras humanas muy intimidantes.

Ever Dream [PARADA TEMPORALMENTE]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora