1. Vicky, Cristina, Barcelona.

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Vicky, Cristina, Barcelona.

—Woody Allen, 2008

—Pasajeros con destino a los Estados Unidos de América, por favor diríjanse a las puertas de embarque que les corresponda. Gracias.

La mecánica voz que sale a través del la terminal cuatro del aeropuerto de Barajas de Madrid hace que despegue los ojos y la mente de The Forever Song, tercer y último libro de una trilogía distópica que me tiene sumergida en un mundo de tinieblas y derramamiento de sangre.

—Ojalá me estuviera viajando a Estados Unidos… —Mascullo.

—¿A qué estados irías? —Pregunta Abril.

Abril está sentada en el asiento de al lado, leyendo una revista sobre música. Es mi mejor amiga, desde hace cinco años llevo soportando que me agarre del brazo caza vez que estornuda, que me cante canciones españolas del año de la pera. Es alta, casi me saca cabeza y media, es esbelta y con unas piernas más largas que una palmera. Su pelo castaño cuelga liso y lacio sobre sus hombros, haciendo que sus facciones de niña se conviertan en una mezcla de madurez y niñez.

—A Los Ángeles, igual que tu, gilipollas —le digo mientras le doy un golpecito en el brazo.

Los Ángeles siempre ha sido nuestro destino desde el día uno. Hollywood nos espera.

Abre la boca como si la hubiera ofendido, como hace siempre.

—Oye, perdona…

—…Perdonada — la interrumpo.

La voz de nuestro profesor nos interrumpe.

—Bien, chavales. ¡Eh, vosotros! —Llama la atención a un grupo de chicos de distintas clases de 1º de Bachillerato—. Sé que el culo de esa rubia es despampánate, pero mirad a vuestro viejo profesor durante unos minutos.

Todos nos reímos por lo bajo.

—Claro, señor.

—Correcto. En una hora sale nuestro vuelo el 2711 con destino Barcelona. —La banda sonora de la película de Woddy Allen, Vicky, Cristina, Barcelona, empieza a sonar en mi cabeza, haciéndome tararearla—. Por favor, dejad de ser unos bárbaros y seguidme sin armar jaleo ni perderse, señores, que nos conocemos. En cuanto entremos en el avión, por lo que más queráis, no jodáis a la gente.

El sonido de las carcajadas, incluidas las de nuestro profesor de filosofía, se adueña de la pequeña sala de asientos.

Antonio Jiménez, profesor de sesenta y tres años de filosofía, aguantando a adolescentes salidos desde tiempos inmemoriales. Creo que desde la primera clase que dio, todos los alumnos estamos de acuerdo en que es el mejor profesor de todo el instituto, lleno de gente amargada que preferiría bañarse en una piscina con pirañas a tener que lidiar con nosotros. Siempre salimos del instituto con alguna historieta de aquí nuestro profesor de filosofía.

Nos levantamos y cogemos nuestras bolsas de manos, dirigiéndonos ruidosamente a la puerta J 44. La pequeña mochila negra donde llevo los libros y comics se menea detrás de mi espalda. Abril camina a mi lado, patosa con todo lo que lleva.

Llegamos corriendo a la puerta de embarque y pasamos nuestros billetes. Caminamos por el pasillo de cristal que nos lleva hasta nuestro avión de Iberia. Una vez dentro, Abril y yo nos sentamos en los asiento 25 E y 25 F, y otra chica, Bea, se sienta en el asiento que queda al lado del pasillo.

—Como esto empiece a menearse como las cafeteras del parque de atracciones, ya puede el piloto dejarme salir —digo con nerviosismo en la voz.

Los aviones no me asustan como lo hacen los trenes, pero el hecho de volar en una máquina con alas no es mi pasatiempo favorito.

Ever Dream [PARADA TEMPORALMENTE]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora