5. Confesonario

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— ¿Qué haces aquí?— la voz de Eliza sonaba molesta

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— ¿Qué haces aquí?— la voz de Eliza sonaba molesta.

Era tarde y Luciano se presentaba de manera extraña en su habitación, algo que no podía tolerar.

— Es tarde y no son horas para que estés aqui— habló, demandante, la novicia— Vete ya.

Pero Luciano pareció no escuchar las palabras de la joven. Dió un primer paso de manera tan sigilosa que parecía estar flotando en el aire. Eliza no pudo decir ninguna palabra ante la sorpresa y el joven cura ya estaba sentado en su cama sin dejar de tener esa bonita sonrisa y mirada tranquila.

Eliza le complicó reaccionar al principio, trató de levantarse de la cama y señalarle a Luciano que estaba poco complacida con su visita y que lo invitaba a que se fuera de una vez por todas de la habitación.

Hablaría con Phillip de lo irrespetuoso del restaurador en la mañana, ¡no podía pasar esto aquí!

Pero no pudo moverse de la cama.

Su cuerpo no le respondía a sus pensamientos. No se dió cuenta cuando Luciano puso su palma suave sobre su mano. La levantó con delicadeza hasta su propia mejilla y Eliza pudo sentir el tibio aliento de Luciano y su áspera mejilla sobre su piel.

Ella trato de que dejará de eso, pero una fuerza más poderosa que ella le impedía hacer lo que su cerebro y corazón le ordenaba al resto de su cuerpo. Sintió un escalofrío similar al que había tenido en el pasillo, pero no era suficiente para que esta vez diera un paso atrás o se moviera de donde estaba.

Luciano besó su mano con una delicadeza que se perdía en lo real.

— Luciano, para — logro articular casi en un susurro la novicia.

El mencionado la abrazó con cuidado, rodeando sus brazos de género negro alrededor del cuerpo tibio e inmóvil de la joven, ella pudo escuchar un suspiro largo de parte de su compañero de restauración que le hizo a su corazón bombear sangre para enrojecer sus mejillas.

— Esto está mal — susurro Eliza, sin saber si lo decía o lo pensaba — Luciano, para. Recuerda tus votos, recuerda los míos. No entres al pecado.

Luciano pareció escucharla.

Soltó su suave abrazo. Su delicada nariz estaba a milímetros de la distancia de la alargada de Eliza. Su mirada castaña parecía sorprendida ante las palabras de la aterrada joven, pero pronto abandonó ese estado.

Y volvió a sonreír de una manera agradable y dulce que descolocó más a Eliza.

El desconcierto de la novicia aumentó cuando vió como Luciano llevaba una de sus manos hasta su alzacuello, uno de los símbolos de su camino y profesión del sacerdocio y se lo quitó.

Eliza nunca supo donde cayó, únicamente escuchó el ruido de aquel accesorio caer en las maderas generando un eco suave que la dejó en un limbo. Su cuerpo y mente no lograban comprender estos actos de Luciano.

Abrazo de Alas NegrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora