No se porqué

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Todo empezó una madrugada con un rollo de una noche. La chica iba a significar mucho para mí en el futuro. Estábamos los dos sentados en la banco pero creo que yo estaba en una mala postura, la espalda muy girada, no lo sé, no lo tengo muy claro. Al día día siguiente desperté en mi cama con un dolor de espalda terrible, tenía ganas de morir allí mismo. Le pregunté a ella si le pasaba lo mismo, y me contestó que no. Pasaron los días, cada uno por su camino, yendo cada uno a su instituto, estudiando y saliendo de fiesta, lo típico de muchos adolescentes. Muchos, algunos trabajan otros se meten en campos que prefiero no hablar. Después de meses, empezamos a hablar por redes y también a quedar, hasta que un día de esos me declaré. Empezamos a salir con muchas inseguridades, pero la las pocas semanas ya éramos una pareja consolidada más. Un tarde cualquiera salí a correr, tenía que mantener mi meta de hacer una media maratón para medio año después (ya os aviso que no lo conseguiré). Al llegar de la carrera la pelvis me empezó a doler de forma desproporcionada, me tiré encima de la mesa llorando, no podía aguantar más. Al cabo de un rato se pasó, por suerte o por milagro. A partir de ahí no volví a salir a correr nunca más. Mi vida continuaba con algunos altibajos. Algún suspenso, tardes magníficas con los amigos, celos infundados en tonterías o noches de amor irrepetibles. Mi abuela sufría una hernia discal que le provocó un dolor por toda la pierna catastrófico. La escuchaba todas las mañanas llorar y me sentía impotente. La ayudaba en todo lo que podía y más, le debía todo. Así es, vivía con mi abuela, mi madre me había abandonado a los 5 años, se fue con mi padre lejos, aún no sé adónde. Los días se sucedían y yo seguía sintiéndome impotente ante su dolor. De súbito llegó un día donde ya no lo sentía, tenía miedo: podría estar tan atrofiado el nervio que ya no sintiera dolor. Comprobamos que no y estallamos de alegría. Mi abuelo actuó como si de una noticia diaria fuera. Que asco me daba mi abuelo. Con el paso del tiempo se había convertido en una rata asquerosa y maniática, me costaba pensar que antes amaba a esa persona. Tenía que controlar todo lo que sucedía a su alrededor. La ensalada no tiene suficiente sal (cuando si la tenía), las sillas están mal colocadas, la sábana tiene arrugas, esto está mal lo otro también. Cosas que no debería por las cuál importarse. Además era un guarro como pocos: al cepillarse los dientes estaba media hora intentando escupir los mocos que tenía en la garganta, o cuando acababa de comer, se limpiaba los trocitos de los dientes con un palillo y después los escupía, eso en medio del salón. Bueno eso, que celebramos que se le había pasado el dolor, incluso abrimos una botella de sidra. Meses después desperté con un ligero dolor entre la pelvis y el inicio del fémur, ligero, soportable. Caminaba un poco y desaparecía. Cada día ese dolorcillo me daba los buenos días cuando me levantaba, era ya casi mi mejor amigo. Una noche cuando quedé con ella me senté con las piernas cruzadas mientas ella se tumbó con la cabeza en mi muslo. Creo que esa fue mi perdición. Al día siguiente me levanté con mi amigo, el dolorcillo gracioso, que ese día estaba más gracioso de lo normal, hasta el punto que estaba bajando las escaleras y me desmayé. Rodé escaleras abajo y ahí, oscuridad. Recuerdo abrir los ojos. Estaba en una habitación de hospital, con una cicatriz enorme en la pierna que me dolía. Me encontraba solo en la estancia y en general conmigo mismo. Esperé días allí, no venía nadie. Tan solo habían pasado 2 días del accidente hasta que desperté. Al octavo día allí, eché a llorar: no había nadie para apoyarme, para preguntar si estaba bien. Esto era lo que importaba en mi familia y mis amigos: nada. Probé a sentarme y a ponerme de pie. Lo conseguí. Una enfermera vino a preguntarme si estaba bien y yo afirmé. A los días me dieron el alta y yo salí disparado hacia fuera. Salí y no sabía dónde estaba: era una ciudad desconocida para mi. Pregunté al primero que pasó y me dijo que estaba en Oviedo, no sé cómo había llegado ahí. Llamé por teléfono a mi abuela, ella no entendía nada, de hecho nadie de mi entorno. Volví a mi ciudad natal y me reuní con todos. Pedí explicaciones pero nadie sabía cómo había llegado ahí. Los años pasaron con esa incertidumbre en mi cabeza. Me casé con esta chica, tuvimos dos hijos, logré varios ascensos en la empresa en la que trabajé, mis hijos tenían una buena educación, en definitiva no me podía quejar. Hasta que un día a los 97 años me empezó a doler la pierna. Yo viejo y con arrugas por todas partes, como no, empecé a recordar los dolores de mi juventud, había conservado bien la memoria y decidí llamar al médico, tal como llamé, me desmayé pero con un final diferente al anterior: de esa no me desperté. Aunque el final tampoco se desvió mucho: acabé enterrado en Oviedo.

¿Para que sirven las piedras?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora