La historia - Parte 3

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 Recuerdo esa noche como una visión, pero a diferencia de las otras falsas y perfectamente eróticas, esta era real y sumamente horrible. Me explico: No era horrible en el sentido de que me hubiese dado asco hacerlo con Sungmin o que algo en él estuviese mal. Su cuerpo a poca distancia y en distintos ángulos me pareció más hermoso de lo que ya creía. Lo horrible empezaba y terminaba con mi espantosa participación ¿Más claro? No sabía nada de sexo o de romance y, en consecuencia, esa primera vez resultó la más fatal en varios kilómetros a la redonda.

Como había mencionado antes, Sungmin y yo teníamos en común el ser peligrosamente ignorantes en la vida. Pobres en inteligencia emocional y sin más conocimientos de lo que nos rodeaba que lo visto en las aulas. Eso éramos, eso era yo. Tenía 17 años cuando lo hicimos y ni siquiera había dado mi primer beso para entonces. Nadie me había gustado antes, y si yo le había gustado a alguien nunca me lo dijo, además, mi interés en esos temas no apareció hasta llegar al internado, demasiado tarde como se puede inferir. No alcancé a experimentar ninguna caricia romántica, ninguna cita, ninguna confesión detrás del colegio, ningún tímido coqueteo. Y eso no era todo. A los 15 años cuando recién entré al internado, por efecto de la vida cómoda entregada por mis padres, no había padecido ninguna clase de carencia o angustia superficial, tampoco había perdido a alguien importante o sufrido una gran decepción. En resumen, era una hoja en blanco, no había vivido ni sentido nada en 15 años, y los 2 restantes habían sido un infierno muy surrealista como para llamarlos "Experiencia de vida". En cuanto a Sungmin la historia iba más o menos igual. Lo digo vagamente porque lo único concreto que supe de su existencia fuera del internado era que su padre, de imponente personalidad, siempre le decía qué hacer y Sungmin le temía lo suficiente como para nunca contradecirlo. Un conocimiento muy limitado pensando en todo lo que vivimos, pero el tema parecía serio y lo incomodaba mucho, y sabiéndolo, jamás intenté averiguar más de lo que él me contaba voluntariamente. No quería que estuviese triste, como un niño que ama a alguien quería ignorar lo malo y hacerlo feliz por siempre, ya después averiguaría acerca de ese tema y lo solucionaríamos. Por supuesto, nada de eso llegó a suceder.

Pero me estoy yendo por las ramas, volveré al asunto.

Ninguno tenía experiencia sexual, y llegado ese momento, a mí me tocó resentirlo más pues había impuesto mi liderazgo al tomar la iniciativa y, bueno, aunque hubiese tenido la oportunidad de cambiar roles no lo habría aceptado. Ahora sé que es una completa estupidez, pero en ese momento pensaba que si iba a perder la virginidad con un hombre, al menos conservaría algo de mi hombría y sería yo quien la metiera, así que acepté el mando y con Sungmin petrificado en mis brazos, empecé a desvestirlo. Lo toqué y observé bastante, más casi no lo acaricié. Estaba aterrado. El conocimiento teórico sexual que poseía era una vergüenza, conformado puramente de cuchicheos de mis igualmente inexpertos amigos y de mucho porno, y este último al estar estéticamente idealizado había creado muchas ideas erróneas en mi mente de lo que era el acto sexual.

Buscar el agujero, entrar, embestir hasta al orgasmo, todo lleno de un placer inimaginable.

No era tan fácil, ni en esos pasos ni en los que había detrás de ellos.

—¡Aaaaaah!

Si cierro los ojos y me lo propongo, aún puedo percibir en mis oídos sus desgarradores alaridos. Desde que lo penetré hasta que nos corrimos, Sungmin no dejó de llorar. Las lágrimas empapaban su enrojecido rostro y sus manos se movían desesperadas por mi espalda, enterrando las uñas y dejándome heridas que tardaron semanas en desaparecer. Trataba de resistir cada embestida torpe y temblorosa que yo le daba rasgando dolorosamente su interior. Fui un cretino, sin quererlo o saberlo, pero lo fui. Él habría tenido todo el derecho de decírmelo, y no obstante no lo hizo, tampoco trató de apartarme ni yo lo intenté. Aquello no lo entendí jamás, porque ambos sufríamos. Aparte de las heridas en la espalda, su cuerpo rechazándome lastimaba mi pene, y su angustia y dolor aún mayor me eran trasmitidos de forma muy efectiva, por lo que no pude evitar largarme a llorar desconsoladamente con él.

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