La historia - Parte 6

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 Desde que acepté cuan peligroso era Sungmin, inicié una feroz ofensiva contra mis instintos descontrolados, tornando la guerra contra mí mismo más violenta de lo que nunca fue en batallas pasadas.

"No puedo besarlo, no puedo besarlo" Me repetía incesantemente.

Besarlo sería asumir definitivamente que me gustaba y yo no iba a admitir tal cosa, y muchísimo menos admitiría la verdad, que estaba perdidamente enamorado de él. Eso era impensado, eso no pasaría, no en este universo.

O era lo que trataba de meterme en la cabeza.

Como he dicho antes, para ese entonces mi voluntad estaba débil y totalmente corrompida ante sus encantos, lo único de mí que aún luchaba era mi enorme, estúpida y casi admirable terquedad, la que me siguió proporcionando planes, aunque ya no tan buenos debido a todo el desgaste mental antes ejercido. Pensé y descarté muchas ideas ridículas, como ponerle una bolsa de papel en la cabeza cuando estuviera en el dormitorio o cegarme el resto del semestre con chile habanero, y lo mejor que se me ocurrió para evitar besarlo sin alejarme de él fue lo más obvio, es decir, reducir a cero la mirada hacia su rostro. Resultó ser un arma de doble filo. En adelante, resentí cada momento en que hablamos, cogimos, dormimos y convivimos sin mirarnos, pues obstruía notablemente esa magia de nuestra relación que no quería perder. Por una parte, debía recurrir a formas muy impersonales de hacérselo: Pegado de cara a la pared, ponerlo sobre sus cuatros extremidades, sentarlo de espaldas sobre mí. Una a la vez y con su cabeza lo más alejada de la mía. Eso en estricto rigor, no eran cosas que estorbaran mucho en el sexo. Sungmin seguía pareciéndome sensual, sus gemidos todavía contaban con ese tono agudo que me volvía loco y empalarlo era aún lo mejor que había probado en mi vida; nada debajo de su cuello me estaba prohibido, podía tocarlo y marcarlo a gusto. Eran ventajas que seguro habrían sido suficiente para cualquiera, pero para mí, no poder conectarme con su mirada luminosa, no poder besar sus tersas mejillas y no sentir pegados a mis oídos sus labios gimiendo mi nombre y suplicando por más, era terriblemente desalentador, tanto como para que la frecuencia con la que teníamos sexo disminuyera. Por otra parte, Sungmin no era tonto. Notó desde el principio que algo ocurría conmigo y que trataba sobre él. Nunca preguntó al respecto, quizás temiendo una mala reacción, sin embargo, no pudo ocultar que le afectaba. En nuestras conversaciones dudaba antes de hablarme y establecía incómodos silencios entremedio.

Rápidamente, hice a la guerra tornarse tan cruda y letal que arrasaba con todo sin discriminar. Paso que daba, algo moría, el suelo se volvía estéril y las cosas sobre él se reducían a ceniza. No iba quedando nada que ganar, de hecho, ya no recordaba que quería ganar, sólo sabía que estaba perdiendo todo lo que me importaba. La única cosa maravillosa que había obtenido de ese infierno la estaba dejando ir de mis manos voluntariamente. La bella conexión que tenía con Sungmin estaba pendiendo de un hilo otra vez, porque no era capaz de admitir que no quería lo que tenía de él, sino que lo deseaba todo, todo lo que él pudiera darme y lo que yo pudiese robar. No, no era capaz, estaba demasiado asustado y era demasiado terco para deponer las armas por mi cuenta, alguien, o más bien él, debía quitármelas y tirarlas al suelo.

Así sucedió.

Al cabo de 2 tortuosas semanas, la resistencia llegó a su fin con nuestro esperado viaje de estudios. Por tradición, cada año los alumnos de último grado tras terminar el primer semestre y antes de iniciar las vacaciones de verano se embarcaban en un viaje de 10 días. Para incentivar la igualdad (Más no la equidad), los 3 cursos viajaban al mismo destino, el cuál siempre era un país desarrollado, donde los estudiantes se hospedaban en un hotel de 5 estrellas y cada día visitaban lugares históricos privilegiados. Ese año se escogió Japón, lugar que a pesar de ser trillado para muchos, contaba con un itinerario muy movido que nos aseguraría aprender y conocer más de lo que lograríamos viajando por cuenta propia, pues a nuestra disposición habían buses, helicópteros y un par de enormes yates.

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