La historia - Parte 5

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 A la mañana siguiente el mal sabor de ese primer aviso perduró en mi boca, por lo que decidí hacer algo. Bueno, ya sabía que evitar no me servía, de lo contrario no habría llegado a ese punto con él, así que creí que mi mejor opción sería enfrentar y dominar. Exponerme abiertamente a los encantos de Sungmin, recibir el impacto, acostumbrarme a él y finalmente manejarlo con el conocimiento de a qué me estoy enfrentando. Y como yo no estaba entendiendo en realidad lo que me pasaba con Sungmin, no aceptaba ni dimensionaba el sentimiento cálido, profundo y gigantesco que él provocaba en mi interior, exponerme fue igual o peor que evitarlo. Sin embargo, en mi defensa puedo decir que la pasamos bien antes de volver a mis tormentosos delirios.

 Dicho y hecho, terminamos la práctica. Con más ansias de las que queríamos mostrar, en nuestros próximos encuentros probamos nuevas posiciones y formas de estimularnos. Conocimos las maravillas del sexo oral, de apretarnos rudo en medio del acto, de dibujarnos sobre la piel con chupones, de oírnos jadear por la dicha que nos causaba estar conectados de esa manera y de lo humano que el sexo desenfrenado se volvía cuando nuestras miradas y dedos se entrelazaban como si siempre se hubieran estado buscando.

 En poco tiempo, el presentimiento de Sungmin se hizo realidad y al desarrollar una destreza, el sexo pasó de simplemente bueno a simplemente fabuloso.

 Y gracias a esos días tan intensos, sucedieron 2 cosas que desembocaron en nuestro acercamiento y mi inminente perdición:

1.- Me aprendí de memoria cada detalle del cuerpo desnudo de Sungmin. No por verlo cada noche, sino porque voluntariamente lo estudié con fascinación, a un nivel casi obsesivo, porque yo era el único en el mundo que tenía ese derecho. Yo y nadie más sabía que a pesar de que el color de su piel oscilaba entre la leche y el rosa, sus pezones eran oscuros, pequeños y apretados, como dos botones que si presionabas lo conducían a la locura. Nadie sabía que en realidad él no se depilaba para parecer más atractivo, sino que naturalmente tenía poco vello. No obstante, tenía un sutil camino de pelitos bajo el ombligo que llevaba directo a los genitales, los cuales eran cubiertos por firmes rizos, suaves como el terciopelo y oscuros como la noche. Refugiado bajo ellos, estaba su pene rosado, de un tierno grosor y unos 10 centímetros de largo cuando dormía, 15 cuando lo despertaba con mis caricias, entonces se tornaba duro como una roca, la sangre hervía justo debajo de la delicada piel y transformaba en ambrosía lo que salía de la punta. Más abajo, sus testículos eran aún más rosados, dos esferas lampiñas y casi idénticas, daba gusto mirar la simetría con la que colgaban una al lado de la otra, y si eso no era suficiente encanto, el lunar en forma de amorfo corazón en el muslo derecho de su entrepierna era el añadido perfecto. Por otro lado -literalmente-, la firmeza y exquisitez de ese trasero que siempre llamaba la atención de todos quienes lo veían pasar, sólo yo la conocía a ciencia cierta. Mis manos eran las únicas que habían comprobado lo blandas y suaves que eran aquellas nalgas. Parecían dos malvaviscos, daban ganas de moldearlos, apretarlos y morderlos, y no siempre podía resistirme a complacer ese deseo. Y finalmente, era yo nada más quien habían visto a milímetros de distancia cada parte de su cuerpo, era yo quien podía contemplar cuanto quisiera el perfecto diseño de su rostro, yo quien podía ver esa cicatriz que se hizo cuando niño en el talón izquierdo, yo quien podía notar que su dedo medio del pie derecho era casi imperceptiblemente más pequeño que los demás. Yo y nadie más ahí o en cualquier parte del universo.

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