Capítulo 3

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Como ambas nos prometimos, cada día nos veíamos en aquel claro para hablar o incluso me mostraba sus habilidades con el arco, también insistió en enseñarme a usar el arco, algo a lo que me negué debido a mi pésima puntería. Un día me comentó que no le emocionaba ser la futura reina, era demasiada responsabilidad y aunque a ella le encantaba su reino, no quería gobernarlo, sería algo tedioso para ella.

–Liz, creo que dentro de poco no podré seguir quedando contigo. –dijo algo deprimida.

–¿¡Qué!? ¿Por qué? –exclamé sorprendida por lo que había dicho, y observé cómo se levantó para acercarse al río y lanzar una roca, haciendo que rebotara dos veces.

–Mis padres creen que soy lo bastante mayor para tener pareja, me quieren juntar con el hijo del Rey vecino para así cesar con la guerra que se avecina.

–Espera, ¿Qué guerra? –me levanté y me acerqué a Amelia mientras ella me veía preocupada.

–La guerra entre este reino y el vecino, llevan así dos años pero ninguno quiere hablar antes que iniciar una guerra. –explicó cansada. –Lo más raro es que ambos niegan haber iniciado esta situación, por lo que ninguno quiere dar su brazo a torcer.

–Interesante. –me pegó un golpe en el hombro, me hice la herida mientras ella reía. –Eso hace daño.

-No seas débil, Elizabeth. -fruncí el ceño al llamarme por mi nombre y ella sonrió. –Perdón, Lizbeth.

–Con Liz está bien. –murmuré y ella sonrió, se acercó y me abrazó. –No te preocupes, sólo diles que no quieres pareja, que quieres encontrar a la persona indicada.

–Lo intentaré. –se acercó a su caballo y se montó mientras la veía desde mi lugar. –¿No vuelves con Eros?

–No, quiero estar aquí un rato más. –sonreí.

–Mañana nos veremos, Liz. -se mofó al pronunciar mi apodo, sonreí y la vi alejarse.

Anduve durante un rato más observando el paraje que tenía frente a mí, cuando me di cuenta vi que me había alejado demasiado de la zona del reino. Es no era bueno. Caminé de regreso a la cabaña de Eros cuando comencé a escuchar el sonido de caballos acercándose a la zona dónde me encontraba. Vi a un grupo de caballeros acercarse al galope hacia mí y sólo pude pensar en correr, aunque eso no sirviera de mucho.

Al final terminaron persiguiéndome y obviamente no tardaron mucho en capturarme, uno de ellos me agarró por los pantalones y me subió al caballo, mientras que otro caballero se colocó a su lado y me amenazó con su espada.

–¡Soltadme! –protesté enfadada aunque en realidad me moría de miedo.

–No, eres sospechosa por invadir nuestro reino. –respondió uno de los guardias.

Ninguno de los caballeros dijo nada más y opté por mantenerme en silencio, no quería que me amenazaran de muerte o empeorar la situación en la que estaba. Cabalgamos durante un rato hasta que pude vislumbrar a lo lejos el reino enemigo al que me estaba hospedando.

No podía negarlo, el castillo y la arquitectura eran hermosas, si no fuera porque me iban a encarcelar me iría a ver el pueblo. Varios aldeanos me miraron curiosos, algunos con tristeza y otros prácticamente pasaban de mí.

Tal y cómo pasó el primer día, dos guardias me cogieron de los brazos y me guiaron hasta las mazmorras, dónde hacía bastante helor y también noté olor a humedad. Esto no era bueno para la salud.

Me empujaron hacia la celda y se marcharon dejándome a mi suerte. Eros y Amelia me iban a matar cuando se enteraran, o por suerte estas personas me matarían primero. No sabía que opción era la mejor.

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