Capítulo 30

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Esa noche dormí como un bebé, hacía años que no tenía un sueño tan profundo, y todo gracias a aquel brebaje que me dio Morgana. Al parecer todo había vuelto a la normalidad, no quise acercarme al pueblo por miedo a lo que fueran a pensar de mí, aunque ya lo imaginaba.

Ellos estaban tranquilos de que Magnus les hubiera dejado, para que ahora venga su heredera con otra maldición. Al terminar de desayunar me dirigí a la biblioteca, estaba segura de que mi antepasado tenía que tener algún libro que me ayudara con el anillo.

Revisé toda la habitación en busca de información pero no hallé nada, frustrada regresé a mi cuarto para pensar en algo. Encontré mi alforja, la abrí y me encontré con la ropa que traía el primer día que llegué aquí, y el reloj que Luna me había dado para regresar al pasado.

Sabía que podía regresar al futuro e investigar con los equipos que Luna y Fred tenían a su disposición, pero eso implicaría que dejara a mis amigos por un tiempo indeterminado y con grandes posibilidades de que el padre de Cassandra les atacase.

Salí del castillo a escondidas para dirigirme a una llanura no muy alejada, junté varios palos secos y algo de hojas y encendí una pequeña fogata. Me quedé embobada viendo quemar las hojas hasta que reaccioné, cogí mi reloj y lo lancé al fuego sin remordimientos.

Mi decisión ya la había tomado mucho tiempo atrás, me quedaría aquí.

Una respiración en mi oído llamó mi atención, al girarme me encontré con Dana, viéndome con una sonrisa. No pude evitar levantarme de sopetón debido a su presencia, había sido muy sigilosa.

–¿Qué haces, Liz? –preguntó con una sonrisa. Dirigió su mirada a la pequeña hoguera durante unos minutos, y luego me miró comprensiva. –Entiendo. ¿Pero estás segura? ¿Qué pasa si un día necesitas regresar a tu época?

–Estoy segura, Dana. Además, he elegido esto desde hace tiempo. En el futuro no me queda nada, sólo mis estudios como arqueóloga. –me miró sin entender, sonreí apenada al pensar en aquello. Mi sueño había cambiado con tan solo venir aquí. –Ya te lo explicaré.

–Bueno, aún así pienso que deberías quedártelo por si acaso. Nunca se sabe.

El reloj estaba de un color rojizo, se notaba que Luna se había esforzado mucho en hacerlo muy resistente. Gus llegó para estar un rato conmigo, pero con lo que no conté fue conque cogiera el reloj, y me lo pusiera en la mano.

Pegué un grito y lo solté como si estuviera maldito, comencé a soplar en mi mano con la esperanza de que aliviara el dolor. Tenía la palma de la mano roja y el reloj ahora yacía en el suelo, regresando a su color plateado.

–Gus lo siente. –dijo apenado mientras me veía algo alejado de mí.

–No te preocupes. –respondí con la voz temblorosa, y mis ojos llorosos. –Solo necesito algo de agua.

Fui en busca de Morgana y ella fue tan amable de ponerme un ungüento en el quemado y me lo vendó con una fina tela. Sin pensarlo mucho me monté en uno de los caballos y me dirigí, al galope, al pueblo de al lado.

Con suerte ninguno de los de allí me conocería.

Até a mi caballo en un poste junto con otros, y me dirigí como si nada por el pueblo. Me topé con un hombre sentado en una esquina; con la ropa a jirones, el pelo hasta los hombros y una venda que le tapaba los ojos. En su mano derecha tenía un bastón, y con la izquierda pedía algo de dinero.

–Será mejor que no te acerques, joven. –me aconsejó una señora que pasaba por mi lado. –Ese hombre está ciego desde hace años, y ahora delira sobre cosas del diablo. Es mejor no entablar conversación con él.

Desmadre MedievalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora