Capítulo 8

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Comenzamos a adentrarnos en las tierras de nadie cuando notamos cómo el paraje comenzaba a cambiar por uno más seco e infértil. Todo estaba en silencio, no se escuchaba ningún sonido de algún animal salvo nuestras respiraciones, algunas partes del suelo estaban cómo calcinadas y las únicas plantas o árboles que habían estaban marchitos.

Caminamos por un sendero que había entre medio de los inertes árboles, nadie decía nada, nos habíamos quedado en completo silencio, algo que comenzó a incomodarme.

–¿Por qué estamos en silencio? –preguntó Dana, rompiendo el silencio. Cosa que agradecí, si estoy en silencio es posible que me de un ataque de risa.

–Aquí hay criaturas peligrosas, Dana. No debemos hacer ningún ruido que les atraiga. –susurró Parzival mirando su entorno con precaución.

Amelia preparó su arco en caso de que algo nos atacara al igual que Eros, él sacó su espada de la funda y observaba el entorno con desconfianza, comencé a tener un picorcillo en la nariz e intenté ignorarlo, pero por desgracia no fue así..

–¡Achús! –estornudé y resonó por todo el lugar haciendo algo de eco. Mis compañeros se giraron para mirarme angustiados, sonreí nerviosa y aparté la mirada de ellos. –Ups.

–Si. Ups. Reza para que no nos hayan escuchado, Liz. –comentó Amelia mirando al frente.

–Chicos, tengo que ir a hacer mis necesidades. –pidió Dana, su mirada indicaba que era importante.

–De acuerdo, haremos un descanso.

Dana sonrió agradecida y se marchó lejos para hacer sus cosas, debido a que no había arbustos cerca para esconderse. Todavía tenía sus guantes puestos, quería preguntarle pero ahora debía centrarme en la misión de rescate, cuando terminase le preguntaría.

Estuvimos esperando un rato y comenzamos a preocuparnos al ver que no teníamos noticias de Dana, Eros informó que iría a buscarla justo cuando ella apareció con una sonrisa y una liebre entre sus brazos.

–Mirad lo que he conseguido cazar. –sonrió.

–¿Dónde la has encontrado? –preguntó un incrédulo Eros.

–Cuando he terminado de hacer mis cosas, he visto algo rápido pasar, lo he seguido y resultaba que era esta liebre.

–Al menos ahora tenemos qué comer. –dijo Parzival, sacando todos los objetos necesarios para cocinarla. .

–¿Es seguro comer aquí en medio? –pregunté viendo el entorno, sentía que en cualquier momento algo nos atacaría.

–No es seguro, pero ya que está recién cazada comamos y nos marchamos. –respondió Amelia, sentándose al lado de Eros y Dana.

Comimos la pequeña ración que nos tocó de la liebre, al ser muchos no nos tocó mucha carne pero por suerte teníamos víveres para aguantar, cómo algo de fruta. Recogimos todo y continuamos nuestro camino durante unas horas más. Horas en las que nos pasó casi de todo, y al sobrevivir supe que podríamos contarlo de anécdotas cuando regresáramos, estaba segura de que a Sofía le haría ilusión escuchar nuestras aventuras.

Sólo nos intentó atacar un cíclope que estaba durmiendo, se despertó a causa de que Eros tropezó con una roca y tuvimos que huir, saliéndonos del camino principal. Ahora no sabíamos dónde estábamos, aunque noté que hacía más humedad que antes y que empezaba a oscurecer.

Llegamos a una zona donde las copas de los árboles se enredaban entre sí, comencé a acercarme a la entrada de lo que parecía ser otro bosque, habíamos salido de uno para encontrarnos con otro, que bien.

Vi que no se trataba de un bosque común, sino del inicio de un pantano. Eros y Parzival fueron a comprobar si podíamos rodearnos pero volvieron negando esa posibilidad debido a lo extenso que era. Ahora solo lo podíamos atravesar a pie, y rezar porque no pasara nada.

–¿Estáis listos? –pregunté a mi grupo.

–No, pero vamos a ello.

Con precaución comenzamos a entrar al pantano cuando después de caminar unos minutos, me quedé enganchada con un charco de barro, por suerte gracias a Eros pude salir y continuar junto con el resto.

–Gracias, casi me quedo ahí estancada. –sonreí agradecida.

–No es nada, debemos vigilar dónde pisamos. –me aconsejó.

Conseguimos llegar a una pequeña zona de tierra, todos íbamos manchados de barro hasta las rodillas. Me quité las botas y de ella cayó un poco del espeso barro en el que me había enganchado hace un rato e hice una mueca de asco, volví a ponerme la bota, la cuál seguía húmeda pero era mejor que ir descalza.

–Este lugar me está dando grima. –dijo Amelia viendo el lugar.

Todo estaba en penumbra, se notaba que casi no se veía la luz del sol. Sólo espero que sepamos ver si ha salido el sol, no me gustaría quedarme en este lugar mucho tiempo. Seguimos caminando por el espeso barro cuando alguna vez salían burbujas de éste.

Comenté que tal vez se podría tratar de alguna cueva subterránea y que había alguna grieta que conectaba con el exterior y por eso veíamos las burbuja formándose. Conseguimos cruzar el barro aunque estábamos muy cansados, cruzarlo había sido una auténtica odisea para nosotros. Nos paramos para descansar cuando comencé a ver cómo los árboles se iban haciendo más altos.

–Lizbeth, ¿no eres muy baja? –me preguntó Parzival.

–No soy baja, soy de la altura de Amelia. –objeté molesta.

–Pero si eres más baja que Dana y yo. –comentó la aludida bastante confundida.

–No es que sea más baja, es que está menguando. –avisó Dana preocupándose. –¡Son arenas movedizas!

Cuando me pude dar cuenta estaba enterrada hasta la cintura, intenté moverme pero eso hizo que descendiera más rápido. Eros rápidamente me lanzó una liana que tenía cerca para intentar sacarme, la cogí con fuerza mientras veía cómo todos tiraban para sacarme. Para nuestra mala suerte, la liana se rompió haciendo que cayeran hacia atrás, en cuestión de segundos estaba enterrada hasta los hombros pero con algo de esfuerzo conseguí sacar los brazos hacia arriba.

–¡Lizbeth! –gritó Amelia antes de que las arenas movedizas me engulleran entera.

Aguanté la respiración todo lo que pude hasta que sentí como caía al vacío, choqué contra algo duro y frío. Adolorida abrí los ojos para ver que me encontraba en la gruta subterránea que había comentado antes, me encontraba en medio de un camino que seguía hacia delante pero también seguía hacia el lado opuesto.

–¿Pero qué? –susurré mientras me ponía de pie.

–¿Quién osa entrar en mi gruta? –pronunció una voz grave, detrás de mi. Todo el vello de la piel se me erizó al escuchar aquella voz, noté una respiración detrás mía y chocaba contra mi cuello.

Desmadre MedievalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora