XIX: Verlies

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Había muchísima niebla, las criaturas extrañas se movían de un lado a otro y la luz que Loki encendió en sus manos viajaba frente a ellos dándole claridad a su camino. Los ríos de sangre putrefacta corrían entre el lodo por los costados de las tropas de Asgardia. Las orillas del caudal feroz estaban hechas de espadas rotas por el óxido y por el lugar abundaban los agónicos gritos.

Los soldados de las sombras, aquellos de huesos desquebrajados les dieron paso tranquilamente. Temían de los príncipes desde aquella batalla de Ragnarök en el que soltaron a Surtur para que los llevará al infierno de nuevo.

Todavía recuerdan a un furioso Thor arrojando su mejor y más maravilloso trueno a su señora luego de ver morir a Odín.

Ellos recogieron a Hela inconsistente, y a su hermano. Mientras Loki era arrastrado hacia Mannheim, el mundo de los hombres.

Desde entonces juraron respeto a la familia real, si es que eso protegería a Hela de su padre y su propio tío.

El príncipe de las mentiras hizo un gesto con su mano para que se retiraran y luego siguió caminando para adentrarse entre las almas en pena. Notaron la preocupación por su hija a millas de distancia y sabían que era algo real en esa bolsa de falsedades. Y es que Loki podía sentir un Seidr familiar distinto al de ella.

Hace siglos que no veía a Hades y la manera en que cortaron su relación de amistad no fue precisamente color de rosa. El dios de la mentira sabía: no era bueno enfrentarse a alguien así con tan jóvenes guerreros, pero no disponía tampoco de algún comando especial.

—Me siento mal —dijo Sven, para terminar de cerrar los acertados pensamientos de Loki, quien agradeció internamente tener a su lado a Valkiria, Thor y Heimdall.

—El olor a azufre —comentó el guardián del puente arcoíris—. Te acostumbrarás, no te separes.

El joven guerrero se posicionó al lado de Loki con su arco y flecha listos por si la situación lo ameritaba. Observó a su señor por un instante, extrañamente aterrorizado, enfurecido mirando los alrededores, seguramente previendo problemas.

—No —murmuró, su voz salió de sus labios enojada, forzosa—. No, no... No, ¡maldito! —Del mismo modo en que esas palabras corrieron hacia todas partes, las chispas de brasas ardientes del fondo del río, vagaron por la superficie e iluminaron los alrededores por obra del dios.

La tropa miró adelante y vio a Hela cuidando de una planta seca, sin hojas y sin frutos, pero lo que llamaba la atención era que lo hacía con mucho esmero, alegre. A su lado un hombre esbelto se acercó, acarició su espalda y compartieron un beso. Él era Hades. Cuando él movió sus manos con magia, el árbol floreció.

Hela solía tener un bello jardín que producía alimentos para la población. Ella misma se lo rogó a Odín en sus primeros años como soberana de Helheim. Sí, a pesar de ser la diosa de la muerte era muy benevolente. Y regalaba una fruta a quienes, luego de cumplir su tiempo, volvían a reencarnar.

Probablemente está era la razón de que los fragmentos de Loki estuvieran dispersos en todas partes: Hela alimentó a algunas almas con el fruto que la vid, inyectándolos con sus Fylgja y enviándolos a tiempos remotos en mundos diferentes.

El Jardín de Hel era la única parcela de tierra en Niflheim que recibía luz y se les había privado de ella cuando las sombras atacaron Asgard junto a la princesa. La única forma de obtener algo de beneficios era con otro dios.

—¡Traidor! —gritó Loki, arrojó una de las grandes brasas ardientes y lo alejó de su hija. Hela volteó anonadada; de nuevo las sombras, sus súbditos, se habían arrodillado ante su tío y su padre, y los dejaron pasar.

Vestigios de Alma » IronfrostDonde viven las historias. Descúbrelo ahora