2.

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Con la mano alçada delante de la puerta blanca y la respiración errática Marie intentava tranquilizarse.

Cuando se llenó de valor dió unos ligeros golpes. Una voz grave la invitó a entrar desde dentro. Abrió la puerta lentamente y se deslizó al despacho.

El profesor Jung la miraba con expresión aburrida desde detrás del escritorio, sentado en una silla de ruedas. Marie avanzó hasta delante suyo pero no tomó asiento, él tampoco la invitó a hacerlo.

-Quería hablar con usted profesor.- Su voz salió más aguda de lo que pretendía y se maldijo interiormente por eso.- Sobre mis notas...- Siguió jugueteando con sus dedos y analizando cada reacción que pudiese tener el hombre trajeado delante de ella, reacciones inexistentes.

-No creo que tengamos mucho que hablar sobre ello, pero adelante. La escucho.

Tragó saliva antes de hablar.

-Mire... Soy una alumna becada y me la están a punto de quitar, si eso ocurre no tendré más opción que volver a mí país y abandonar los estudios, su materia es la única que me queda por aprobar.- Había dicho todo eso de carrerilla, tomó aire.- Señor Jung, de verdad necesito un cinco.

La miró impasible, sus labios echos una línia recta, cogió un poco de aire por la nariz. Marie apoyó las manos en el respaldo de la silla que tenía delante por la anticipación de su respuesta.

-Usted me está pidiendo que le regale el aprobado señorita Ruiz. ¿Me ve pinta de regalar las cosas?

-No, pero...

-Mucho menos a gente que no se lo merece, ni si quiera se digna a presentar la gran mayoría de los trabajos que mando.- Ella frunció el ceño, si no lo hacía era porque se pasaba infinitas horas en el trabajo para tener algo que comer.

El profesor debió verle sus intenciones porque a continuación añadió:

-Y si va a contarme cualquier historia de lágrima fácil le pido que se lo ahorre, habrá funcionado con otros profesores pero no conmigo. Si de verdad quiere estudiar encontrará la manera, en mi asignatura sólo aprueba quién se esfuerza.

-De verdad que lo intento Señor Jung.- Su voz sonó rota sin querer. Él ni se inmutó.

-No lo suficiente. Si no puede dar más de sí quizás la universidad no sea lo suyo señorita Ruiz. -Después de aquello hubo un corto silencio.- Ahora si no tiene nada más de lo que quiera hablar puede retirarse.

¿Aquello había acabado así sin más? Sus meses de sufrimiento, sus noches de llanto y sus doce kilos perdidos, ¿Tirados así por la borda? No podía permitirlo.

Las palabras de Johnny aquella mañana cruzaron su mente. No iba a perder más de lo que haría si salía de ese despacho sin más.

Apretó los puños con fuerza y mirando a su profesor de nuevo, el cual ya no le prestaba atención y garateaba en unos papeles, carraspeó.

-Señor Jung.- Lo llamó. Este levantó la cabeza con un matiz de irritación en su mirada. Se estremeció. ¿De verdad iba a hacerlo? Sí.- Yo...- Las palabras parecían no querer salir, tragó saliva.- Yo haría cualquier cosa señor, lo que usted pida.

Los ojos de él se afilaron, echó su cuerpo hacia delante, los codos reposaron en el escritorio y su barbilla sobre sus manos.

-Discúlpeme pero creo haber malentendido sus palabras. ¿A qué se está refiriendo?- Seguía totalmente serio, incluso más que cuando había entrado en la pequeña habitación. Aquello iba a salir mal. Igualmente Marie se obligó a instaurar una fachada segura en su cara, pero no se atrevió a sonreír.

•mr.jung•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora