Prólogo

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Puedo escucharlos, puedo agudizar mi audición y escuchar a la perfección sus burlas y miedo.

Es miserable, soy miserable.

Una particularidad es lo que hace feliz a la mayoría de los chicos y chicas, pues te da un estatus y te hace resaltar entre los demás.
Muchos se consideran afortunados, y lo son, pero parece que mi estúpido cerebro tiene otros planes: estoy maldecido con la estupidez.

Aún recuerdo cómo fue que terminé en una familia adoptiva y aquí encerrado.
Ni siquiera recuerdo cómo fue que mi Quirck llegó a mi, sólo recuerdo cómo mamá cubría su rostro y retrocedía gimiendo de dolor.

El aroma a carne cocinada es asqueroso.

Recuerdo como ella dió una risita forzada, era nuevo en mi, quizá pensó que un día lo controlaría. Pero fue todo lo contrario, cuando entré al jardín de niños fue peor, los nervios de ser dejado solo me hicieron soltar chispas y asustar a todo el salón y media escuela, mamá fue por mí y se disculpó con todos casi besando el suelo.
Tenía 6 años, y cuando intenté jugar terminé huyendo de ahí cuando miré las chispas bailar al rededor de mi cuerpo, para mi desgracia estábamos jugando encantados; el niño que me tocó el hombro terminó chillando en el suelo y gritando que no quería volver a jugar conmigo.

“Intenta” fue lo que dijo mi madre dándome ánimos para mostrarle al doctor mi Quirck.
Lo hice, y dejé sin electricidad al hospital entero: los enfermos se asustaron y las enfermeras corrieron como locas a todas las habitaciones, pude haber asesinado a miles ahí.

“Por favor” La maldición empeoró al siguiente año, y con sólo 7 me di cuenta que con el simple hecho de rozar piel con otra persona el 90% de las veces terminaba descargando voltaje en ellas.
Mi madre era una asalariada de una empresa, nunca supe de mi padre, quizá él era rubio como yo, pues mi mamá tenía el cabello tan negro como la noche y ojos dorados que sé que son los míos. Esa noche lloró mucho, pagar todo donde yo pisaba era duro, y poco a poco se fue haciendo adicta a los antidepresivos y somníferos.

“Mi hijo no podrá caber en ningún lugar, su Quirck siempre anda activo a flor de piel. No puede tocar a nadie sin herirlo, no puedo abrazarlo para darle apoyo porque terminaria tirada en el suelo. No puedo decirle cuánto lo amo con un beso en la mejilla. Por favor, ayúdame, es tu hijo”

La escuchó hablar por celular.
Mamá lo ama, mamá lo ama y de eso no tiene duda. Lo amaba y buscaba lo mejor para él.

Pero entonces fue en esa navidad en la que terminó siendo empujando con palos de escobas de sus compañeros tratándolo como una especie de animal muerto del cual sientes curiosidad de su cuerpo y picas con un palo para ver qué sucede.

Corrió por la calle esquivando todo como pudo y subió a su pequeño departamento para darle a su madre un pequeño pastelillo que había comprado para ella ahorrando dinero de sus recreos.

Y ahí estaba mamá: con una sonrisa quebrada, con los ojos apagados, con el rostro cansado.

Todo el suelo estaba cubierto por un material que no dejaba pasar la corriente, y les costó muchos días sin cenar ponerlo.

—¡Mama! Traje ésto para ti —sonrió poniendo el pastel a escala en la mesa. —Es tu favorito.

Mamá sonrió y se acercó pasando su dedo índice sobre el tabique de su nariz, delineando la forma de ésta con todo el amor que podía transmitir. Era lo único que podía hacer, así sólo sentía un pequeño cosquilleo viajar por su mano.

Comieron un poco y miraron la televisión un largo rato. Era navidad, no había un árbol adornado, ni pavo, ni ponche caliente, nunca fueron de dejarse llevar por aquellas fiestecillas.

Esa navidad fue a dormir a media noche, a mamá le gustan las estrellas, y antes de hacerlo miraron por el balcón un rato.
Los fuegos artificiales no le terminaban de agradar a Denki, ni los palitos de chispitas que tenían todos en mano corriendo por doquier.

A las estrellas fugaces se le piden deseos” dijo ella suspirando. Yo sólo sonreí, obvio que una bola de hielo no podía hacer eso, pero ¿Qué sería de la vida sin sueños?

Ese día; no podía dormir, me sentía ansioso.

Me levanté a mitad de la madrugada y caminé a la habitación de mi madre. Respiré lo más lento que pude, y tranquilicé mi ritmo cardíaco.
Me recosté a su lado; jamás pensé que el cuerpo humano fuera tan frío.

Chispas de Chocolate | Denki KaminariDonde viven las historias. Descúbrelo ahora