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Se quedó mirando como ellos se marchaban.

Cobardemente entró de nuevo en su helada habitación haciendo crujir el suelo. Mayormente los pacientes caminaban descalzos por ahí y la sangre estaba manchando su piso de vinil grueso.

Después de pensarlo tanto, todo tenía sentido. La niña albina, Eri, tenia pesadillas que la hacían casi asesinar a cualquiera que estuviera cerca de ella con su don: rebobinar. Y Uraraka jugaba con ella para relajarla.

Ahora, Eri le estaba pidiendo disculpas mientras Uraraka miraba levemente enojada a la pequeña. Miró más a Ochako que a la niña que se disculpaba:
su labio estaba roto, una pequeña bendita tenía en su nariz y su mejilla estaba levemente morada. Narcolepsia.

Eri salió de su habitación cerrando la puerta consigo, y Kaminari se quedó en silencio sentando sobre su cama, mirando como Ochako lo miraba.

—Izuku no se disculparía jamás, en nombre de ese idiota,—se inclinó— perdón.

No dijo nada, ahora se sentía aterrado, la niña a pesar de todo le había dado el frasco y terminó ingiriendo todo en un segundo. Ya no tenía, aún no habían llegado las pastillas.

¿Y si la chispa nacía?

Uraraka miró con atención como todo él temblaba, miró la sábana color mostaza manchada de borboña.  Miró abajo de la cama y el cristal junto a fotografías y pequeños pedazos de vidrio manchados de sangre estaba ocultos ahí. Miró las manos de Denki y estaban empuñadas escondiendo los cortes.

Ochako se acercó de mala gana y tomó con fuerza la mano de Kaminari, él obviamente puso fuerza.
—Puedo matarte.

—Como desees.

Después de una furtiva pelea de miradas él aflojó sus músculos, al menos aún se sentía dentro de una burbuja tibia y se sentía empapado aún por los calmantes.

—Esperame —lo soltó y se fue.

Denki se llevó las manos al rostro, se sentía distante, se sentía en una galaxia diferente, su cuerpo temblaba y estaba sudando frío. Sus labios estaban secos y su boca la sentía árida. No sentía la sangre que emanaba de sus pies y manos, sentía telaraña en el rostro y todo parecía ser palpitante.

La puerta se abrió y logró enfocar a la figura femenina. Se sentía raro, no podía pisar bien la realidad, el sonido se distorsionaba y todo parecía distante y lejano. Tan ajeno el todo.

Ansioso tomó fuerte la mano de Ochako cuando ésta estaba ya limpiando la sangre con el alcohol. Uraraka sonrió amable. La acercó.

El tacto, no lo sentía; ni frío, ni cálido. Distante. Aterrado llevó sus manos al rostro de Ochako. No lo sentía, no había nada más que una superficie. Como si noche estuviera inyectada en sus venas.

—¿Por qué no estás fría?

Ella movió los labios y él no entendió nada. La miró a los ojos.

—¿Estás muerta? ¿Te asesiné? —sus pupilas se dilataron y comenzó a sudar más.

Miró atentamente como los labios rosados se movían con preocupación mientras lo miraba consternada.

Uraraka entró en pánico y lo tomó del rostro para sacudirlo un poco y hacerlo entrar en la realidad.

—¡Denki! ¡Denki! ¿Me estás escuchando?

Él solo la miraba aterrado.

—No puedo sentirte —chilló llorando desesperado— no puedo sentir, mi sangre, mi respiración, mi dolor, no hay nada, no soy nada ¿No existo?

—¿Eh? ¿Es anestesia? Denki ¿Me escuchas? —mordió su labio— iré por médicos. —Intentó salir pero el rubio la detuvo jalando su blusa.

—No te vayas, si te vas, s-si tú te vas, mi, m-mi mi corazón dejará de latir.

Se detuvo, miró ansiosa y se acercó de nuevo a examinarlo físicamente. Él temblaba y en esos movimientos el frasco cayó.

—Denki —masculló llena de lástima abrazándolo. Era una sobredosis.

Chispas de Chocolate | Denki KaminariDonde viven las historias. Descúbrelo ahora