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— ¡Emilia...! Que gusto verte de nuevo, pero, aun no te tocaba la cita.

—Sí, pero, es que he tenido algunos dolores y molestias y, estoy preocupada, ¿sabe?

La obstetra nos abrió la puerta de su consultorio a mí y a Soledad para que pasáramos—. Ella es Soledad, trabaja en el internado donde yo estudio y vino a acompañarme.

— ¿Y el papá de tu bebé?

—No pudo asistir pero en su lugar vine yo —respondió Soledad—. Yo respondo legalmente por Emilia en nombre de la escuela.

—Muy bien, comencemos con un ultrasonido Emilia, recuéstate en la camilla, ya sabes el procedimiento.

Yo hice lo que me pidieron y Soledad se sentó a mi lado apretando mi mano, dándome apoyo. La doctora esparció el gel en mi vientre y comenzó a pasar el transductor por mi vientre. Su expresión era seria y denotaba concentración.

Pero esa cara paso a ser una severa y de preocupación.

— ¿Pasa algo? —Dejó el aparato transductor en la parte izquierda de mi vientre—. ¿Doctora Uribe?

Lo siguió pasando un par de veces más y luego me miró, esa mirada no me gustaba. Aquella mujer de mediana edad, cabello castaño y ojos marrones que demostraban preocupación me tenía en ascuas.

—Emilia, es difícil decir algo como esto, y más en alguien de tu edad... tan joven, con ilusiones y metas, pero mi ética profesional me exige comunicarlo. Emilia, tú no puedes tener a este bebé.

— ¿Qué? N-no entiendo.

—Verás, el ultrasonido ha revelado que tu estas gestando un embarazo ectópico, estos embarazos se caracterizan por un óvulo fecundado fuera del útero, o en las trompas de Falopio. Por eso tienes tantos síntomas de molestia, dolor en el hombro, cólicos, el doble de mareos, la debilidad excesiva y los desmayos... estos embarazos son muy riesgosos, a medida que el feto va creciendo puede estirar las trompas y estas se rompen, provocando una fuerte hemorragia y hasta la muerte.

—. El ovulo fecundado no se ha adherido al revestimiento de tu útero, sino que, parece haberse movido más a la izquierda y se ha alojado de forma permanente ahí, mi niña, lo mejor en estos casos es... terminar con el embarazo.

— ¿Q-qué? Pero-

—Sé que suena duro y me dirás que tengo falta de tacto pero, por tu bien es lo mejor.

—Y, ¿cómo podemos proceder? —preguntó Soledad, yo aún estaba procesando todo lo que me habían dicho, esto no podía ser posible.

—De inmediato, aún no ha culminado la semana 6 y es primordial si no queremos que se someta a cirugía.

— ¿Cirugía? —pregunté yo.

—Hay un medicamento que culminara tu embarazo, pero solo es efectivo antes de las 7 semanas, hay niveles de hormonas bajos y es menos invasivo. Con la cirugía tus trompas de Falopio podrían llegar a tener alguna cicatriz y eso te dificultara tener hijos más adelante.

—Okey, adelante —Soledad me abrazó, no creo que comprendiera lo triste que me sentía en este preciso momento pero la doctora me explicó que aún arriesgando mi vida el feto no sobreviviría por la ausencia de su madre gestante. Lo mejor era, que todo terminara rápido y sin dolor.

—Muy bien Emilia, eres muy valiente, te voy a dar un medicamento llamado Metotrexato, es intramuscular. Volverás 2 semanas después para aplicarte una segunda dosis, ¿ok? —yo asentí—. Perdóname mi niña, yo no quisiera que las cosas fueran así tampoco. Como aún eres menor de edad, necesito que me traigas la autorización de tu mamá sobre el procedimiento, claro que siendo esta una emergencia tendrá que esperar, pero a la segunda cita vienes sí o sí con la autorización.

[...]

—Sole, ¿podemos pasar primero por mi casa? Quisiera hablar con mi mamá —ella asintió.

Yo me recargué en su hombro agotada, tenía el maquillaje corrido de tanto llorar y unas ganas horribles de que la tierra me tragase.

—Emilia, hija. No te esperábamos hasta dentro de unos días, ¿pasó algo? —yo ignoré su pregunta y me pegué a su cuerpo buscando calor y protección, ahí mismo, en frente se Soledad, comencé a llorar como una niña pequeña, dejando ir todo aquello que me atormentaba en esos momentos—. Emilia, ¿qué tienes?

Yo abrí mi bolso y saqué de ahí tanto la prueba de embarazo como el primer ultrasonido con la Dra. Uribe. Su mirada era seria y acalorada, estaba molesta, lo sabía. Tanto que desató su ira con una mano aterrizando en mi mejilla.

—Era tan chiquito, pero pesado, muy pesado, sentía que podía cargar con su peso, aunque mis manos estaban vacías, querían sostenerlo, me hacía falta cargar con su peso, pero no era pesado por gramos, sino por lo que significaba, me hice ilusiones... pero cuando las creí reales, mis manos seguían vacías —lloriqueé, postrándome de rodillas, sintiendo más que el dolor en mi mejilla escocida, y el dolor en mi vientre ahora vacío, el dolor en mi corazón.

—. Perdóname mamá, perdóname, perdóname, perdóname, por favor perdóname... —Yo me aferré a su camisa, halándola, y bajé la mirada no pudiendo con la vergüenza. La había decepcionado, había traicionado su confianza, y me sentía terrible. Los piecitos de Martina chocaron con mis rodillas, ella me sujetó de los cachetes y los apretó dejando un beso en mi frente.

—. Perdóname tú también chiquita, por no ser una buena madre, ni una buena hija, por ser una buena para nada. Ni siquiera pude cuidar de tu hermanito aquí dentro.

Solté los ropajes de mi mamá y abracé a Martina aferrándome a ella, tenía miedo de que la vida también me la arrancara de las manos.

—Emilia —escuché la voz de mi madre, yo levanté la mirada con pesadez, con vergüenza, con mucho esfuerzo—. ¿Perdiste al bebé?

—Si...

—Eh, Silvia, Emilia tenía un embarazo ectópico y-y... el médico hizo el procedimiento pertinente para, culminarlo. —la voz de Soledad se escuchaba entrecortada, ¿acaso ella también estaba llorando?

Yo sentí las manos de mi mamá sobre mi cabello, acariciándolo.

—Eh, Emi, yo, creo que lo mejor es que te tomes unos días para que estés con tu familia y, cuando te sientas lista puedes regresar a la escuela, ¿va? Yo hablaré con Victoria, no te preocupes.

Poder decir Adiós, es crecer.

[...]

— ¿Chicos han visto a Emilia? ¿Saben algo de ella? —preguntó un mortificado Claudio Meyer dirigiéndose a Ulises y a León.

—No, no la hemos visto.

—Qué raro, ya le he marcado varias veces a su celular y tampoco contesta, ¿le habrá pasado algo? —indagó Ulises uniéndose a la preocupación.

—Anoche tampoco vino a dormir, y no la hemos visto desde que salió con Soledad hace unos días—esta vez la que intervino fue Antonia.

—No hace falta que me busquen más, aquí estoy.

Pero esa Emilia Ruíz no era la que todos conocían, esa tenía un semblante serio, una mirada distante, y su lenguaje corporal hacía notar que llevaba noches sin dormir. Algo raro estaba pasando aquí. Sus ojos ya no tenían esa luz que los caracterizaba, estaban oscuros, opacos... no mantenía contacto visual por más de 2 segundos y se pasaba las manos por la ropa como si intentara limpiárselas.

Decir Adiós | ClaumiliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora