Capítulo II

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El tiempo que pase dentro de esa esfera de pensamientos, parecía haber sido un rayo fugaz en la realidad, juraría por mi propia vida que habían transcurrido horas, meses o años, pero no segundos.

Esperaba encontrar la dulce fragancia de los botones de jasmines, la suave danza de la hierva fresca al compás del viento, las aves anunciando la llegada de las maravillas primaverales.

Pero solo me encontré con el lúgubre y frío invierno, me tope de golpe con los témpanos de rocio congelado, que a manera casi perfecta se alineaban debajo del techo, una barrera cristalina en la que la luz disfrutaba juguetear, y crear efectos magistrales.Era como si nunca me hubiese alejado del viejo piso de ébano negro recién barnizado, mi ausencia había sido más veloz que la propia respiracion.

Ahora me encontraba de nuevo en el punto de origen, yo aún estaba absorta buscando una respuesta a lo que acababa de acontecer, cuando aquel hombre extravagante y destellan te de finura, hizo una leve reverencia, y se acercó indicando que le extendiera mi mano.
Con mis músculos temblorosos y faltos de energía, dejé mi costura en la mecedora alemana que le había pertenecido a mi abuela materna, era una verdadera obra de arte, cada detalle tallado con la más fina precisión que un humano puede tener, cada figura que por si sola relataba la historia de su nación.

Con un movimiento tosco pero suave, extendí mi mano, donde sus labios esperaban para darles un suave y educado beso de cortesía.

Como me habían enseñado desde mi etapa infantil, hice una leve reverencia en muestra de respeto.

Me miró a los ojos con una risita burlesca, tal vez era consciente de lo que había pasado en mi cuerpo, probablemente había sido el director de esa sinfonía psicótica en la que me sumergí un par de siglos.

Yo agaché la mirada, quería inundar mis ojos en el color marrón oscuro que teñía el piso, evadir todas las sátiras que sobre mi recaían. En ese momento no se si estaba avergonzada o firmemente molesta.

Repentinamente, todos estos pensamientos se disiparon, cuando de esos de lados labios violáceos y secos, brotó una de las voces más melódicas que he escuchado. Tenía una tonalidad fría, pero a la vez, un sentimiento tan cálido, como para derretir el corazón más helado.

-- Buenas tardes señorita Clara, si yo fuera usted cuidaría más esas tersas y delicadas manos, eso de cortar hiedras y cardos por la noche desgastará su piel de terciopelo-- dijo en un tono irónico, que hacía juego perfecto con su sonrisa.

-- como sabe que yo... no pude terminar de expresar mi confusión y asombro, cuando de forma sutil me interrumpió.

-- Solo digamos que la conozco desde que su alma piso la tierra. Por cierto, mi nombre es Hernán mi apellido se alejo de mi, para embarcarse en una travesía heroica.

Me quedé pasamada, no encontraba entre mi vocabulario una respuesta acertada, busqué en poemas, cánticos y melodías populares. En obras teatrales y en novelas de ficción, pero no había nada, las palabras parecían revolotear en mi cabeza sin un sentido aparente, otras solo estaban allí, siendo inútiles para la ocasión observando de lejos mi reciente cacería de expresiones.

Entre los vestigios de memorias de mi infancia, recordé un libro.
El título se veía borroso en la imagen mental, se mantenía anónimo, oculto entre la sombra del pasado.
Lo único de lo que me podía acordar era de una frase a medias:

"Ahora lo que soy se haya perdido, en el cielo a veces lo noto plasmado, otras veces reflejado en el río, mi escencia  se haya errando, vagando sin un destino, esperando con ansias volver a mi cuerpo que ahora se encuentra vacío  [...]

Ahí se cortaba, en ese instante no podía recordar más nada, no se porque de manera inconsciente me proponía a citarlo, aunque no tenía nada que ver con el momento al cual quería dar respuesta, me quemaba la lengua por recitarlo, sentía un ardor en mi garganta deseosa por pronunciarlo, mis labios hormigueaban por articular esas dulces palabras de aquel autor ,que no era más anónimo que el libro en sí.

AlítheiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora