Capítulo XII

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Se descartaban  las ideas de una fuga tardía, en mi semblante se reflejaba la lucha de mi carne contra el alma. Una fiera de carácter tierno, una roca con dulce néctar en sus adentros. En eso me convertía al transcurrir el tiempo, sin duda alguna y sin titubeos ahora formaba parte de lo insólito del mundo.

Los nudos en mis tobillos se desenredaban mientras la tensión abandonaba mi espíritu. Esencial la vida sin cadenas de hierro oxidado, plácida y a pasible existencia sin banalidades.

Flotaba sobre fantasías exóticas mientras me desplazaba por la tierra, mi mente se balanceaba entre los límites de la cordura, conjugándose y haciéndose una con lo más misterioso de la locura, la definición de estar encontrando el éxtasis en lo más profundo de la conciencia.

Si llegara a perderme entre los más bellos y raros pensamientos, estas letras serán el sendero a seguir para regresar a la triste realidad que me aguarda en la monotonía de mi encierro.

El delicado hilo que me mantenía consciente, se convirtió acero que de un tirón abrupto me regreso a la tierra. Estaba bañado de los pasos enérgicos de Doña Mariana, abusaban de los ecos resonando en los rincones, apoderándose de todo aquel marchito lugar. Retumbando haciendo temblar mis nervios, procedí a ocultarme de su fuerte mirada trémula.

¿Cuantas veces me había solapado ante aquellos ojos? Había perdido la cuenta hace años, lo único de lo que tengo certeza, es que cuando te mira es capaz de hacerte añicos el orgullo.

El sonido de la desgracia se aproximaba a ofuscar mi plan improvisado, así que una vez más me escondí entre las rocas y las ramas secas que adornaban el invierno.
Tenía una excelente vista de aquel inhóspito escenario, no sólo estaba aquel temible muer, sino, que estaba acompañada por mi padre, o más bien dicho aquel personaje fúnebre y tétrico que decía serlo. No pasaron un par de segundo cuando a mis oídos llegaron los diálogos de su conversación arrastrados por la brisa:

— Está seguro que vendrá señor?

— Si, gravemente a sí es, todo está saliendo mal, creí que tenía todo controlado pero las jugarretas del destino me restriegan en el rostro mi equivocación a cada minuto. -dijo mi padre en un tono bajo y preocupado- bueno, realmente es mi culpa en ser tan ingenuo como para creerlo, el hombre no llega a controlar ni los demonios de sus entrañas, era lógico que tampoco una situación tan susceptible a los cambios.

—No se culpe señor Cliford, por más débil que se vea una gacela, es una criatura fuerte y muy ágil, todos cometeríamos el error de subestimar a tan inocente criatura.

— Subestimar es un error Mariana, y esta equivocación mía puede costarnos eso por lo que tantos lustros hemos trabajado con fervor pata conseguir.

—¿Qué haremos entonces ante la inminente llegada de Hetric? ¿Ese hombre parece venir del mismo infierno, astuto hasta la médula no podríamos engañarlo, aunque quisiéramos?

— tal vez no podemos engañarle, pero podemos distraerle. ¿Acaso vivir distraído del mundo no es el más grande acto de engaño a uno mismo?

— No me sentiré segura de actuar hasta que ese tipo se largue.

— Si Claus no confiara tanto en el que importaría. Pero para él, cada palabra que sale de su boca es la verdad absoluta, por eso prefiere vivir encerrado en su torre, mientras que Hetric le dicta como a un escribano cada detalle del mundo, un hombre con ojos perfectos, pero sin la voluntad de ver. —susurro en un tono de frustración mientas colocaba sus palmas frente a las oscuridades de sus ojos.

—Bueno, no hay tiempo que perder prepararemos todo para su llegada.

— Iré a ver a nuestra gacela— dijo mientras una sonrisa extraña se pronunciaba en su demacrado rostro.

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