Capítulo IV

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Pasaron las horas, ya había difuminado de mis recuerdos la memoria de aquel suceso extraño, el único que no podía eliminar, era el de aquella habitación tétrica y aquel ojo celestial de formas abstractas, esa sensación de miedo mezclada con la necesidad de saciar mi espíritu aventurero me carcomía por dentro.

Maldita curiosidad que siempre había sido la fuente de varios líos en los que me metía.

Tenía yo 7 años cuando experimente la primera aparición de ese demonio curioso que circulaba por mis venas, recuerdo hasta el olor de la brisa otoñal, y el maíz dorado de las hojas tambaleantes por el viento.

Yo me encontraba jugando cerca de un lago dentro del terreno de la casona, recuerdo que jugaba con  mi mejor amigo Charlie, inglés hasta los huesos, rubio de ojos verdes como la hierba, ahora que lo pienso, es lo única imagen que conservo de él, aparte de su acento, no recordaba mucho sobre su persona, hace tanto tiempo que se tuvo que ir, que lo único que queda grabado en mi mente es el verde intenso de sus ojos, junto con un sentimiento de conexión psíquica especial.

Parecíamos dos gotas de agua en cuanto a nuestra excéntrica personalidad, nuestro juego favorito era buscar tesoros, lo que para un niño equivale a un pedazo de  cuarzo o tal vez una vieja herradura enterrada en el fango.

En nuestro arsenal de herramientas solo había una cuchara de plata y un colador. En una de nuestras pequeñas odisea busca tesoros, me encontré con un rastro de pisadas en el suelo lodoso, pero no eran pisadas comunes, sino que eran las marcas de unas pequeñas zapatillas que bien podrían pertenecer a una niña de nuestra edad, lo extraño es que éramos los únicos niños en el lugar, o al menos de eso tengo conocimiento.
Me separe de Charlie un par de minutos, sin siquiera darme cuenta ya me encontraba tan alejada que no podía ver su silueta. Decidí continuar mi camino tras la pisa de los misteriosos zapatos, cuando llegué al final de las huellas, encontré un collar, este no estaba cubierto de lodo, parecía que recientemente alguien lo había perdido,  a manera de dije se hallaba un camafeo que en su interior guardaba celosamente  un pequeño retrato pintado a mano con la más fina y delicada técnica de una mujer rubia, parecía tener un pedazo del cielo incrustado en el iris,  me quedé unos segundos observando, su piel parecía terciopelo, sus facciones finas la hacian parecer una especie de musa, sus mejillas rosadas y una sonrisa que trate de imitar lo más parecido, pero era imposible.

Mi yo espiritual se concentró en ese pequeño lugar en el que se hallaba el producto de nuestra busqueda, de repente sentí unos golpecitos suaves en el hombro, era Charlie que sin pensarlo dos veces me preguntó:

- ¿Qué es lo que ahora te perturba mi pequeña  clara?

Con un rápido movimiento oculté el camafeo en mi vestido de algodón, camuflado el cobrizo de su temple entre el encaje de mis vestiduras.

-Nada de importancia para los aventureros-- dije tratando de evadirlo.

Con una risilla traviesa trato de encontrarlo en mi ropa con la mirada, pero logré que no lo viera , saltando y jugueteando por el fango, cubriendo mi vestido de barro, hasta tornar el color del cobre en un marrón profundo.

--Tú  ganas pequeña cervatilla--  dijo en un tono burlesco.

Esa misma noche cuando estaba a punto de irme a la cama, mi padre entró a mi habitación de manera imprudente, su mirada tenía un fulgor extraño, parecía estar profundamente molesto, pero aún así una sonrisa falsa se asomaba entre sus dientes.

Me pidió que me recostara para arroparme como cada noche. Me acosté, y mi padre en tono cariñoso me cubrió con las sábanas, me acarició la frente, y con una voz tierna me preguntó:

--Me dijeron que encontraste un pequeño tesoro cerca del lago. ¿Tu padre podría verlo?

Pensando que Charlie había comentado el suceso de el collar, solo podía pensar en como me vengaría de él. Mi padre jamás se había interesado en absoluto en mis asuntos,  me pareció extaño,supuse que era importante, pero un buen aventurero no entrega su botín nada más así, sin antes conocer su trasfondo.

Negué con la cabeza evitando mirarlo a los ojos.
sus ojos marrones poseían una frialdad intimidante, capaz de doblegar la voluntad  más tenaz y rígida.

Entonces se levantó se dio la vuelta y con pasos pesados y firmes salió de la habitación. Con un golpe seco, cerró la puerta y girando la llave por fuera, convirtió esa hermosa habitación de estilo victoriano es una cruel y triste mazmorra.

--¡Las niñas mentirosas van al infierno!-- Gritó mi padre en un tono que jamás había escuchado.

Corrí a la puerta golpeandola y gritando, rogándole a mi padre que me abriera, que no me dejara cautiva en mi habitación.

Cada gota de saliva y llanto fue en vano, ninguno de mis alaridos de pena puedo conmover el corazón de hierro de mi padre. Estuve dos semanas encerrada, comiendo de las sobras de la cocina.

Cuando terminó la epifanía de esa horrible memoria, un par de lágrimas brotaron de mis ojos.

Si alguien se dio cuenta de mi presencia cerca de él lugar estaría pedida.

Ese collar aún estaba en mis manos, lejos de cualquiera que no me conociera lo suficiente.

Me dispuse a llegar a mi habitación, y sacar ese dije de ese lugar en el que se hallaba oculto, ese rincón cómplice de mi secreto, esa zona desconocida para todos esos seres que no son capaces de ver más allá  de la rutina, ahí oculto a simple vista, Ahí estaba, disfrazado de decoración en el candelabro de mi habitación. Con una integridad acendrada, como aquel día en que cruzó mi camino.

La incertidumbre de no saber lo que ocultan esas paredes me abrumaba. Y dentro de mí, se desarrollaba un sentimiento como si anunciará el final, o tal vez un nuevo renacer, fuera como fuera, sabía que llegaría hasta las últimas consecuencias, aunque me cueste la existencia.

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