Capítulo I

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Escuché el rítmico sonido de los pasos acelerados de Doña Marina, quien era la mano derecha de mi padre y se hacía cargo de la casa desde que mi madre abandonó el plano terrenal.
Siempre utilizaba esos zapatos brillantes de charol negro, los cuales cuidaba y aseaba con mucho fervor, poseían un pequeño taconcillo con una suela de metal para que produjeran ese típico sonido con que anunciaba su entrada a la sala de estar.

Me miró con esos ojos hundidos y profundos, esas sombras y marcas que revelaban lo duro de su pasado, esos pliegues de piel a su alrededor, que formaba un mapa de su trayecto en el espacio, en ellas hacia manifestación el tiempo, ese raro concepto, inexplicable y abstracto, que solo puedo describir como la melodía de las agujas del reloj, ese mismo era aquel que en su tersa piel de juventud , comenzó a tallar poco a poco una obra de arte, capaz de reflejar toda una vida y transmitir completamente una existencia.
Me sonrió levemente, pareciera que obligaba a su piel a deformarse para dar la ilusión de una sonrisa vacía.
Yo, que ya conocía su enigmática personalidad, le correspondí con una sonrisa tímida y delicada, como si tuviera miedo darse a conocer ante la aplastante mirada de Doña Marina. Esa mirada que me paralizaba y parecía congelar el tiempo, lo que era un minuto parecían dos horas.
Con una voz rasposa y hueca me dijo:

-Buenos días señorita Clara, su padre se marchó temprano, rumbo a la hacienda de Martín Cervales, espera adquirir un nuevo corcel pura sangre. Así que, en su ausencia, yo me haré cargo de usted y del señorito Andrés.

Asentí con la cabeza, y con la mirada aun viendo el piso escuche los taconcillos de charol negro alejarse apresuradamente.
Después de un par de segundos, solo se escuchaba su rítmico caminar en la lejanía de la casona, el sonido rebotaba en las paredes produciendo un eco estruendoso.

Me propuse a continuar con mi tejido, me puse el proyecto inconcluso en el regazo y me disponía a coger las agujas cuando, repentinamente apareció un extraño hombre acompañado de Eva, la ama de llaves, una mujer de mediana edad, que aún conservaba una figura estilizada y elegante, alta de cabellos rubios y ojos azules, era una de las mujeres más bellas que había visto; a veces sentía un poco de envidia debo admitir.
Se acercaban a la sala de estar con paso lento, parecían tener una conversación muy casual.

El hombre era desconocido para mí, alto y esbelto, de ojos templados en carbón, su piel aunque tersa, reflejaba una palidez que casi se volvía traslúcida dejando al descubierto el púrpura de sus venas, cabellos negros y largos que se mezclaban con la plata de sus canas, que parecían danzar con el viento al ritmo del canto de las aves, tenía una barba de la misma naturaleza que su cabello, pero bastante más frondosa. Utilizaba un traje totalmente negro y muy elegante, exageradamente adornado por encajes y botones, el cual en combinación con su piel nacarada, creaba una de las figuras más tétricas pero enigmáticas que jamás había contemplado.

Parecía ser un hombre pulcro y correcto, donde la bondad de su corazón se extraviada en la frialdad se su mirada casi mística. Por un momento me perdí en el misterio de sus ojos, absorta ese laberinto de oscuridad, en el que cada puerta no era más que la entrada a una encrucijada aún mayo, era un embrujo macabro e hipnótico, del cual me costó una eternidad y media volver a la sala de estar.

Mi cuerpo estaba congelado en el tiempo, creí que ese hombre no era más que el purgatorio en el plano terrenal, sentían en una gloria celestial pero envuelta en un tormento extraño, el cual me producía una tristeza intermitente, casi al bordo de las lágrimas, pero inconscientemente sonreía.

¿Qué era ese macabro poder? Le preguntaba a cada fibra de mi cuerpo.

Aquel que provocaba en mí una sensación de utopía en la propia realidad, era como separar el cuerpo del alma, para embarcarla en un idilio, pero atarla lo suficiente a su contra parte material para que no huyera a buscar sus sueños de nefelibata.

No sabía diferenciar si era magia o un simple truco. O tal vez, solo era mi propia imaginación jugando con las ansias de apagar esta sed de conocer este mundo mortal y aquel del que solo he escuchado hablar en la iglesia.

Lo único de lo que tengo conocimiento, es que era una sensación de tocar el cielo con las manos, pero tener las piernas hundidas en lo más profundo del averno.

Me hallaba dentro de una etérea condición astral. No podía entender como un par de pupilas podían separar la carne del espíritu, como podía romper los lazos de la dualidad que tenemos desde el nacimiento entre el cuerpo y el alma para formar un ser.

En esos instantes ya no era un ser material, era una proyección de mi más pura esencia en un plano desconocido.

Todo lo acendrado tiende a oscurecer, pero mi epifanía finalizó antes de lo que hubiera deseado. Me hubiera gustado seguir en esa dimensión exótica que me absorbía en su seno, que me proporcionaba aquella inefable perfección, aquella imperturbable agonía. Pero todo terminó cuando escuche lo que al principio parecía un susurro:

--Clara, Clara, Clara... tienes que regresar-- se oyó a lo lejos en mi mundo recién dado a luz.

Se volvió tan intenso, que creí que todo se derrumbaría, que esas vibraciones vocales provocarían una avalancha en mi alma, destruyendo lo que recién había creado, ese universo paralelo recién descubierto por mis sentidos.

¿Esa voz provendrá de mi subconsciente todavía vivo, o tal vez era un susurro travieso del cosmos, buscando una víctima para amedrentar?

Fuera lo que fuese, no podía dar respuesta a mis continuas cuestiones, solo me ocasionaba más dudas mientras más analizaba, así que decidí dejarme llevar por ella, me deje arrastrar hacia el frío del invernal que reinaba en la vieja casona.

Sentí como si mi propia carne me absorbiera hacia ella, con una fuerza magnética inaudita, mi mente dejo su forma abstracta y confusa para volver de nuevo a integrarse en un ser material.

AlítheiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora