Capítulo XI

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Me di cuenta que había permanecido tanto tiempo en mi burbuja de ponderaciones que había omitido temporalmente la contusión en el cráneo que me había hecho agonizar unos minutos antes, revise mi herida, toque y urgue por toda la superficie de la cabeza y no encontré ni el más exiguo rastro de alguna clase de herida, y menos de esas dimensiones.

No pude contener un escalofrió salvaje que se originó en los huesos de mi columna y corrió hacia la piel, erizando hasta el más pequeño vello de mi cuerpo, estaba estupefacta ante tal evento, podría jurar ante Dios sin ninguna clase de traba, que aquella lesión punzante que invadía mi cráneo existía, coloreando mis cabellos de tintura escarlata.

¿Cómo podría ser posible que la carne cerrara sus fisuras en un instante? Era como si nunca hubiese habido ninguna magulladura en mi ser.

Me convertí entonces en esclava de aleatorios pensamientos que jugaban a tener la razón. Desposeída de mi propio cuerpo, no era más que una espectadora de la trama estruendosa e iracunda que se desarrollaba en mi conciencia, al unísono Una celebración pagana de ideas y especulaciones se llevaba a cabo, perpetuando la posibilidad de conquistar mi poderío.

Entre cada ciertos instantes me revoloteaba por la mente la rareza inscrita en mi persona, era como si mi destino fuese siempre estar rodeada por aquellos conceptos ilógicos y extravagantes, lo cuales me hacían orbitar hacia la inmensidad del tiempo, jugueteando entre los confines más absurdos de lo errático.

Aunque debo admitir que lejos de causarme alguna molestia, era una virtud que desterraba la monotonía de aquella existencia cautiva entre los fuertes muros de piedra que rodeaban mi recinto.

Tras abrir las pesadas ventanas, me quede con la mano sangrante, las astillas recias yacían debajo de la suavidad de mi piel. Habían encontrado alojo a sus protervos fines de causar dolor y desgracia en el huésped. Pero el dolor no era nada ante aquel objetivo inconcluso aun de saciar mi curiosidad famélica.

mis músculos se encontraban derrotados e incapaces de sucumbir ante el ímpetu de la aventura, pero no existe Azaña que quede impune ante la voluntad del alma, de cuanto en cuanto mis fibras vibraban logrando con ello levantar mis débiles piernas. Como una sombra entre los matorrales me escabullía solo sentía las ramas y espinas acariciando mi piel, eran mimos suaves que, como si me debieran respeto o por lo menos se apiadaban de mi pobre cuerpo marchito, no me dañaban.

Mis piernas agiles danzaban armoniosas sobre la nieve fría al mismo tiempo que lo hacían los estallidos en mis nervios, intrépida y cobarde, convencida de una promesa de libertad hecha por mis entrañas. el viento retorcía mis cabellos enmarañados, traveseando entre el océano castaño de mi melena, los aromas a marga molida se inmiscuían por mis poros carentes de venia, la sensación de radicar en una utopía enajenada impulsaba aun mas a mi cuerpo sediento, remontándolo hacia la inmensidad del cielo, la definición exacta de libertad.

en ese intervalo de tiempo unas alas forjadas por la mas pura imaginación me elevebaban hacia lo mas alto de aquella barrera rocosa, esa muralla que me separaba de una vida, que, aunque llena de incertidumbre, despertaba en mi un intenso deseo por vivirla.

Una teoría de fe ciega se convirtió en el dogma que me guiaba, un mar de errores emergentes se trasladaban al segundo plano de la mente.

Por primera vez desde donde mi memoria tuvo lucidez, me había cuestionado que había más allá de los límites que de un segundo a otro se convirtieron en prisión en lugar de ser seguridad.

Cuando hay una idea en mi cabeza, difícilmente logra desaparecer sin haber hecho 1000 y un intentos de convertirla en realidad, así que me comprometí con mi conciencia en un pacto espiritual para pisar más allá de mi mal llamada seguridad.

Intoleraba la cantidad de circunstancias que me hacían desear escapar, gracias a ese ímpetu misterioso me había involucrado en asuntos más allá de mi comprensión pero debo admitir que esas sensaciones nuevas se convertían en la luz que guiaban mi destino, una sensación de desapego de mi infancia que me otorgaba la libertad de ser mujer.

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