Capítulo X

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Los haces dorados de luz que anunciaban el nuevo día se impregnaron en mis pupilas atravesando con una extraordinaria ligereza la suave cortina de piel que las protegía, abrí delicadamente los ojos para hacer frente al fenómeno luminoso que penetraba por la ventana.

Fastidiada de la monotonía y de la insipidez de la luz diurna, me enliste en una búsqueda óptica con el objetivo de encontrar algo novedoso y estrafalario, y al paso de un cuarto de hora pude distinguir una pequeña ventanilla que se mantenía aislada del entorno, cubierta con una cortina de espesa tela de lino, se enmascaraba con los polvorientos muros cargados de polvo hasta en la más mínima grieta, camuflándose, manteniéndose oculta de cualquier curioso que intentara disolver su identidad.

La abrí con bastante dificultad, el óxido había corroído el metal de las chirriantes bisagras. En el lapso de unos minutos, el mecanismo enmohecido cedió ante la presión de mis enérgicos tirones. Me quede maravillada ante aquel extraño fenómeno, al retirar la cubierta de maderos viejos, unos cristales coloridos transformaban el letárgico albor matutino en un festín de colores para los sentidos. Circulaban entre mis nervios las psicóticas imágenes proyectadas en mi retina.

En ese instante estaba siendo seducida por aquellos miles de matices extraordinarios que se mezclaban entre ellos al compás de una danza psicodélica. No enjuiciaba las sensaciones placenteras que me provocaba el ardor en las palpitantes células de mis ojos, cada esmalte se implantaba en mis nervios provocando un dolor que se traducía en un inmenso placer.

Me convertí en una esclava de esa gama tornasol juguetona y traviesa, que entre estampas fantasiosas me hacían recaer en aquellos trances constantes en los que me hundía, esas que se envestían contra mí con una fuerza tan, que lograban separar mi esencia de su cuerpo por un par de infinitudes.

Un dolor agudo en el cráneo me saco de golpe de aquella fantasía, no pude evitar hacer presión con mi dedo anular e índice en la parte de la que proveía a que malestar intermitente, puse sentir una cálida viscosidad que humedecía mi mano, al retirarla y observar con detenimiento, me dic cuenta que aquel dolor provenía de una herida en mi nuca, una grieta sangrante que me provocaba un sufrimiento extraño.

Sin saber que hacer y presa del pánico, tome un pañuelo de la cómoda y bañándolo en agua trate de hacer presión en la herida, cada gota de humedad que penetraba en mi piel tajada parecían ser pequeñas llamaradas inertes que solo se quedaban ahí estáticas provocando un incendio en mis tejidos desgarrados,

Un aullido de dolor se contuvo en mi garganta, no quería sentirme débil, quería ser valiente, el cansancio de estar a merced de todos en esa casa estaba a punto de quebrarme, la energía que me quedaba parecía ser absorbida por aquellos seres humanos que decían que tenían conocimiento de lo que era mejor para mí.

No era la primera vez que tenía que sacar valentía de la flacidez de mi alma, así que inhalé una gran bocanada de aire polvoriento y ahogue el dolor en lo más profundo de mis nervios.

Rompí un trozo de las cortinas y las ate alrededor de mi cabeza a manera de diadema, apretadas con fuerza evitaban que el manantial de sangre comenzara a escurrir detrás de mi espalda.

Mirando me en un pequeño espejo de plata, viendo aquel despojo de la mujer que era, me di cuenta de todo lo que había cambiado en un par de semanas, observándome más detenidamente una imagen se asomó a través del cristal reflejante, era una la chica rubia, esa imagen despertó los recuerdos moribundos de la noche anterior, avivando su fuego asegurándose de que jamás volvería a olvidarlos. En esa imagen aquella joven de cabellos dorados hacia los mismos gestos y movimientos que yo, me di cuenta de que dejando de lado la tonalidad de nuestros disfraces, éramos como dos gotas de agua, con los mismos temores y con una magnitud de fuerza interna semejante.

Después de un par de parpadeos la imagen desapareció y volvió aquella efigie de esa mujer desconocida en que ahora me había convertido. En un santiamén se convirtió en bruma dejando a su paso una conmoción tejida como hilos en lo mas profundo de mi conciencia.

Superaba lo que había aprendido en las novelas más fantásticas y fuera de la realidad que había tenido el placer de leer, si mis pies hubieran estados centrados en la tierra y con el tiempo necesario podría haber hecho de esa mujer la protagonista de una narrativa fuera de serie, capturada en las tersas páginas de un pergamino bañado en la oscuridad de la tinta.

Y sin darme cuenta el pavor que sentía se había eclipsado por un grado mayor de un sentimiento abstracto y burdo llamado temeridad.

Dejé cuidadosamente el espejo de plata sobre la cama, me deshice del calzado y de todas las ropas pesadas que solo fungían como lastre a mi cuerpo. En prácticamente paños menores, me dirigí hacia la puerta y al intentar abrirla solo escuché el estruendo metálico de la cerradura sellada, sin más opción que una de las ventanas como vía de escape, me percate de que la altura era considerable hasta tocar el piso, así que puse manos a la obra y con las polvorientas cortinas y las sucias sábanas de lino improvise una cuerda bastante tosca y dispar, pero que a pesar de su apariencia, sería sede bastante utilidad considerando las circunstancias.

La até con toda la fuerza que  los musculos de mis brazos podían ejercer. Nudo tras nudo, hasta quedar satisfecha con el resultado, abrí la ventana, arrojé aquel intento improvisado de una soga hacia el exterior, y sin pensarlo dos veces comencé a bajar, aferrándome de las delgadas fibras que se atollaban entre mis uñas hasta partirlas, bajaba con mucha delicadeza, como si se tratara de una pantomima aérea de un prominente grado de gracia.

Cuando mis piernas temblorosas tocaron el piso lodoso cubierto de nieve amarronada, sentí como si un peso descomensurado colgara de mi alama, ese sentimiento de mal augurio en el que lo único que puedes observar a tu alrededor no es más que una oscuridad constante, una venda saciada con una turbiedad profunda que cubre la visión de los sentidos, tornándolos torpes e inútiles, no entendía como una conmoción tan amorfa podría ser capaz de manipular todo mi cuerpo a su antojo.

Por ese segundo que titubee, había perdido la trama de mi aventura, a una manera de represión me di un pellizco en el brazo, el punzante dolor repentino me causo un leve sobresalto que aclaro mi mente en unos instantes.

AlítheiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora