Capítulo dieciocho: Confesiones.

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La puerta se abrió y Rebecca se asomó. Nos volvimos hacia ella quien observaba atentamente.

-Será mejor que entren, pronto empezará a llover.

Cuando llegué a la sala, cogí mi chaqueta y me volteé para mirar a Cristóbal. Con un gesto, me indicó que debíamos irnos y yo asentí. Caminé hacia el comedor donde se encontraba Amelia acariciando la cabeza del perro.

-Eres un perro tan bueno... -le decía a Jos, quien parecía estar más feliz que nunca con su lengua afuera. Carraspeo y su dulce mirada se posa esta vez en mí.

-Vengo a despedirme, ya tengo que irme.

-¿Tan pronto?

-Mi padre debe estar preocupado.

-¡Oh!, Natalia, siento tanto lo que pasó.

-No importa, señora Amelia. Me alegra haberla vuelto a ver.

-A mí igual, cielo. ¡Rebecca! -llamó a su hija.

-¿Sí, mamá?

-Empácale la cena a Natalia, por favor. Ella ya se va. -Rebecca me observó por unos segundos y luego con un suspiro, asintió.

En el fondo sabía que no le agradaba, lo sentía, es ver cómo me miraba, pareciera que ocultara algo, hasta podría atreverme a pensar que quería alejar a Cristóbal de mí.

Al rato, ella salió de la cocina entregándome una bolsa. Le agradecí y despidiéndome de todos, hasta de Jos, salí de la casa junto a Cristóbal con la mirada acusadora de Rebecca encima mío.

Caminamos hacia su montero, subimos y Cristóbal manejó en silencio, de pronto empezó a silbar. No sabía cuál era, no sabía nada de música. Ciertamente increíble.

Apoyé mi cabeza en su hombro mientras nos acercábamos a mi casa. No hallaba la forma, tampoco me atrevía a pedirle un beso, Dios, ¿desde cuándo tengo tantas ansias de besar a alguien? Quizás debería dejar de ser un poco atacada, tengo que tomármelo con calma.

Mi teléfono empieza a sonar, era Francia. Rodo los ojos y lo ignoro. Cuando me doy cuenta, tengo tres llamadas perdidas de Pablo.

-¿Te puedo preguntar algo? -dice al fin.

-Sí, claro.

-¿Por qué no la llevas con tu mamá?

Auch. Qué directo.

-Bueno..., es algo difícil de explicar.

-Tengo toda la noche.

-Yo no. -me dio una rápida mirada y luego volvió a la carretera.

-No creo que tu padre se de cuenta que estoy en tu habitación.

Abrí lo ojos con asombro.

-¿Quién dice que te voy a dejar entrar a mi habitación?

-¿Quién dice que no?

Aparcó al frente de mi casa. Faltaban tan solo cinco minutos para las diez y sentí la mirada de papá desde la ventana sobre mí, sobre ambos.

-Bien, nos veremos en un rato, Pettit.

-Ni se te ocurra aparecerte en mi ventana. -dije.

-Hasta pronto.

-Escúchame, Cristóbal...

-Descansa. -Susurra macabramente y niego con la cabeza. Está tan cerca de mí que siento perder la razón. Maldito el efecto que causaba en mí. Me acerqué a él, esta era mi oportunidad, pero..., ¿Y si él no quería eso?

The twilight of our love (Re Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora